“La última vez que le vi, antes de meterse de nuevo en el estudio, estaba él solo en un diminuto escenario improvisado en una sala de Madrid. Echó la vista atrás, y nos llevó con él en ese viaje”
Ariel Rot habla de sensación de “inmortalidad” cuando está en un escenario. Marta Sanz le ha visto en muchos, como cuenta en este artículo sobre los directos del rockero argentino.
Texto: MARTA SANZ.
Además de lo que cuentan sus canciones, Ariel Rot ha dicho mucho sobre los escenarios. Al echar la vista atrás, en primera persona y frente a este teclado, me doy cuenta de que la primera vez que le vi en directo él tendría más o menos la edad que yo tengo ahora. De que han pasado veinte años. Y como dice su vals, poco se puede decir que siga igual. El Ariel de entonces era un actor principal que se vestía de escudero, y a la izquierda de Calamaro se despedía de un apellido que se hizo historia de la música en castellano, y ejemplo de rock. Sus conciertos eran un vendaval de emociones, un caos completo de música, letra, gestos y declaraciones incendiarias que sin embargo se mantenían al borde del abismo, en perfecto equilibrio, haciendo que todo tuviese sentido. De nuevo, ejemplo de rock. Aún se pueden rescatar, en magníficas condiciones, grabaciones de los noventa con Los Rodríguez en auge. Con el aspecto de un jovenzuelo al que le han permitido subirse a las tablas por primera vez (aún lo tiene), Ariel era una anarquía de rizos y escurridiza mirada azul. Sólo un espejismo ese aire de pipiolo, porque ya era veterano y maestro a la guitarra. Lo recuerdo sonriendo, casi siempre de perfil, mirando al centro del escenario, como asistiendo a ese espectáculo que no podría existir sin él. Y las noches eran fiesta y presente.
Cuando aún no había ganas de irse, cuando se habrían pedido mil bises más, la banda malasañera decidió decir ‘hasta luego’, y a Rot le tocó volver a hablar solo. Sin tilde, es decir, en soledad. No es mi tarea contarles las vicisitudes que rodearon esa transición, sino volver con él a los escenarios. Y lo hace de manera valiente, sin ecos de antiguos éxitos ni sonando a lo de siempre, sino con un puñado de canciones honestas. Durante esos primeros años del nuevo Ariel, sus conciertos fueron rituales para muchos, que le seguíamos desde la sala Sol a la Plaza Mayor, pasando por donde quisiera cantarnos esa noche. Se creó ese arreglo entre público y banda, con bromas compartidas, guiños que se repetían sin perder pureza. Ariel ya no tenía más voz cantante que mirar que la suya, que a veces temblaba novata, pero siempre aprobaba con nota. De nuevo, como siempre, empezando. Le acompañaban en el escenario los que se han ido convirtiendo en parte de los mejores. Y juntos iban creciendo.
El directo, en disco
Dos discos y una intensa gira después, llega un hito que solo el tiempo ha colocado en su lugar: “En vivo mucho mejor”, un disco grabado en directo en marzo de 2001. Entonces parecía una celebración, el giro final de un trabajo bien hecho. Tras carreteras y aeropuertos, pruebas de sonido y horas de espera, en esos años se vivieron horas que merecían ser grabadas, y Ariel y su banda se pusieron a ello. Quizá sin ser conscientes estaban dando forma a un punto de inflexión, un nuevo comienzo. Partió con el equipo habitual de esos años, formado por Pablo Serrano (batería), Jacob Reguilón (bajo), Tito Dávila (teclados y coro), Osvi Grecco y Ricardo Marín (guitarras y coros). Cuenta Rot en el libreto que eso es lo que buscaba, una banda de rock and roll con “un solo saxo bien reventado”, que tomó forma con Dani Nel.lo. Con esos compañeros de viaje ya había costumbres bien asentadas, y podría haber echado mano de la improvisación y el talento acumulado, pero el buen hacer que caracteriza al argentino y a quien trabaja con él les obligó a meses de intensos ensayos, descritos hasta la claustrofobia por él mismo: “El espacio se reducía, el volumen y la temperatura aumentaban y la tensión se disparaba. En algunas sesiones llegamos a ser nueve músicos, más algún masoquista invitado”.
Sube el telón a las afueras de Madrid una tarde de jueves, y Ariel sale de nuevo al escenario como quien lo hace por primera vez. Si no lo hubiéramos conocido, los asistentes podríamos haber pensado que ese chaval (porque él tiene la edad que quiere) estaba haciendo un homenaje, enlazando clásicos conocidos con temas inéditos de una historia ajena a él. Solo que esas canciones llevaban su firma, y fueron abrazadas desde el inicio por su guitarra. Ha pasado del costado izquierdo de Calamaro al centro del escenario, y cuando levanta la vista cierra los ojos instintivamente. Y sigue siendo puro rock.
Ese disco es resumen de muchas noches previas, pero también promesa de muchas que vendrían después. De nuevo valiente, arranca con su firma. Desde los años ochenta las primeras notas son todo Madrid, con el ‘Vals de los recuerdos’, ‘Colgado de la luna’ y ‘Bruma en la Castellana’. Los acordes son pausados, y la banda se busca en miradas de calma. La voz que no volveremos a escuchar de Ariel, casi indecisa, se deja caer. Pero hay una canción que aún resuena en los escenarios, que enciende como una cerilla el ambiente y con la que Rot destapa la garganta. ‘Dos de corazones’ pone en pie al público, y acaba con el estático estacionamiento de los músicos.
La vorágine no atenúa y se alimenta del primer invitado de la noche, Carlos Tarque. Sí, volvió a Ariel años después, participó en otros conciertos, y ha hecho grandes interpretaciones. Pero hay algo en esos diez minutos de homenaje a Tequila que convirtieron a cada uno de los que pisaban el escenario en maestros. Tanta cuerda junta sin perderse en el camino, con la voz de Tarque como siempre y la de Ariel mejor que en toda la noche. Y ahí sí, comienza a verse lo irrepetible de la velada. Toda la fuerza se suma y Ariel se queda casi solo en el escenario, frente al piano. Pero inmensamente acompañado por Ciro Fogliatta al teclado. Entonces da su versión de ‘Me estás atrapando otra vez’, única, solo suya.
Después la canción ha sido muchas veces cantada y grabada, la ha compartido con voces más contundentes, prestando esta joya de tema para hacerlo crecer. Pero su generosidad es total hacia la música, y lo demuestra en uno de sus propósitos de la noche. Canta ‘El pistolero’ junto a Ricardo Chirinos, retirado hacía tiempo de los escenarios, pero con él o con nadie. Y pese a estar todo en contra, lo consiguió, y los Pistones sonaron con justicia y nostalgia. Siguieron aún más Rodríguez, aún entonces de plena actualidad, y cerraron como se debía, con ‘Mucho mejor’.
Al terminar de escuchar ese álbum en directo, uno puede pensar equivocadamente que la moraleja habla de hasta dónde puede llegar un gran músico. Pero lo cierto es que desde entonces, y han sido muchas las lunas y los discos, Ariel Rot no ha parado de crecer. Desde ese principio de siglo, pongamos la cámara rápida y fija en el escenario. Los músicos suben y bajan, va cambiando el número y la compañía, pero su mirada sigue ahí. Cada vez más directa, más limpia. Pelo cano, gafas de ver, pero la misma sonrisa adolescente. Quince años después, volvamos al ritmo normal. Son tantas las canciones que el repertorio de Ariel podría ocupar semanas de cartel, y si quitáramos las prescindibles, serían exactamente la mismas semanas. Sigue siendo uno de los mejores guitarristas en activo, y su voz ha ganado en confianza, quizá porque al fin ha comprendido que tiene mucho que contar. La última vez que le vi, antes de meterse de nuevo en el estudio, estaba él solo en un diminuto escenario improvisado en una sala de Madrid. Echó la vista atrás, y nos llevó con él en ese viaje. Volvimos a las noches en las que el humo cubría las salas de conciertos, a los estrenos de canciones que escuchamos después mil veces. Qué dulce es recordar cuando los pasos te han llevado a un lugar como el que está él. Mágico a las cuerdas, atinado en las palabras. Una podría haber pensado que era el broche de oro a una carrera maravillosa. Pero no seré yo la que cometa el error dos veces.
Epílogo: incluso el menos avispado de los lectores se habrá dado cuenta de que empiezo el relato saltándome capítulos. Puedo decir que puse el punto de partida en el momento en el que Ariel Rot se hizo él definitivamente, solo su nombre y su camino. Pero también les confieso que todo lo anterior solo podría describirlo por referencias, ya que no pude ser testigo directo. Ojalá en primera persona esas noches de Tequila, de movida y desenfreno. Incluso ojalá esos aporreos de guitarra en su primer Madrid al rescate. Pero esas historias, como yo, tendrán que buscarlas en la mirada de Ariel.
–
Anterior entrega de la Semana especial: Ariel Rot: “La imperfección tiene swing” (parte II).