«Lo suyo siempre es rock de primera, con uno de los mejores directos que pueden verse en este país, sin efectismos ni lugares comunes, música y solo música. Música por y para la música»
Anoche, Ariel Rot tocaba en Quart de Poblet, al lado de Valencia, en un concierto gratuito dentro de las fiestas de la localidad. Como la diversión estaba asegurada, para allá que se fue Juan Puchades.
Ariel Rot
6 de septiembre de 2012
Calle Conde de Rodezno, Quart de Poblet (Valencia)
Texto y foto: JUAN PUCHADES.
Pasan diez minutos de la medianoche cuando Ariel Rot, en formación de quinteto, salta al escenario y comienzan a sonar los primeros compases del ya clásico ‘Vals de los recuerdos’… y empieza la diversión. Estamos en un descampado ubicado en el lateral de un polígono industrial de Quart de Poblet (población situada a escasos cinco kilómetros de Valencia), que celebra sus fiestas. Rot es una de las atracciones que ofrece este año, en uno de esos conciertos gratuitos que ya son tan escasos de ver como un político digno. Pese al lugar escogido (o quizá por ello), el escenario es amplio, el sonido potente y de calidad.
Ariel Rot sabe que es una noche de público heterogéneo (gente madura, treintañeros, chavales) que acude a divertirse y ha preparado un repertorio que se nutre, esencialmente, de temas de «Cenizas en el aire» (‘Dos de corazones’, ‘Felicidad’, ‘Hasta perder la cuenta’, ‘Geishas en Madrid’, ‘Adiós mundo cruel’, ‘Cenizas en el aire’), su disco solista más conocido, y algunas canciones de Tequila y Los Rodríguez dejadas caer en la segunda parte para que suba la intensidad: sorprende muy gratamente un ‘Rock and roll en la plaza del pueblo’ renacido en una formidable versión blues que da paso a un rápido medley de Tequila ya en versión tarareable (que es lo que el público ha venido a buscar: poder cantar y bailar): ‘Necesito un trago’, ‘El ahorcado’, ‘Mr. Jones’. También suenan, para goce completo del personal, ‘Dulce condena’, ‘Milonga del marinero y el capitán’ y ‘Cenizas en el aire’ (que abre el bis, en una toma delicada con Ariel solo en escena interpretándola al piano). Tampoco faltan gemas más recientes como ‘Lo siento, Frank’, ‘Hoja de ruta’ y ‘Adiós carnaval’. En el tramo final caen las ‘Confesiones de un comedor de pizza’ (siempre me maravilla comprobar como este tema instrumental es tan bien aceptado por el público) y los ’40 millones’, de Moris (un rock and roll de estructura clásica que se recibe con la alegría física que impone el género: no importa que no sepas bailar rock and roll, solo tienes que moverte, que las piernas saben lo que tienen que hacer).
La banda no puede ser mejor y me pregunto cuántos de los presentes son conscientes de que tienen arriba del escenario, acompañando a Ariel, a Osvi Grecco (guitarra), Toni Jurado (batería), Mac Hernández (bajo) y Mauro Mietta (teclados): Es decir, a cuatro de nuestros mejores músicos de sesión y directo (casi todos ellos han pasado por los «Músicos en la sombra» que cada semana nos presenta Arancha Moreno). Y se nota su presencia: suenan intensos y compenetrados pese a la falta de rodaje: desde marzo no tocan juntos, que los conciertos escasean y Ariel hace tiempo que echa mano del formato en solitario. De hecho, en escena menciona varias veces que esto es «un reencuentro y una despedida», aunque sin entrar en más explicaciones: lo cierto es que, me ha comentado, le queda un concierto más y comenzará a grabar el próximo disco. Sí, suenan perfectos, pero, ¿cuándo una banda de Ariel Rot no ha sonado mejor que bien? Lo suyo siempre es rock de primera, con uno de los mejores directos que pueden verse en este país, sin efectismos ni lugares comunes, música y solo música. Música por y para la música. Si lo pienso bien es el artista que como solista o con los grupos que ha militado, más veces he visto en vivo, y no, nunca falla. Las noches con él garantizan calidad al cien por cien, incluso cuando, como hoy, es consciente de que tiene que adaptar el repertorio a las circunstancias. Sé que al concierto de Quart de Poblet iba con muchas ganas: tras meses actuando en solitario, le apetecía enchufar la guitarra, tocar con la banda y descargar con energía. Para él es casi un regalo un concierto así en estos tiempos. Y se entrega sin guardarse nada en la recámara.
Al final, contentos como perros recién comidos, nos vamos para casa, con el calzado cubierto de polvo, pero felices tras haber pasado una noche genial. Y la felicidad, ya se sabe, es una puta. Fina, pero muy puta.
Ahora, a esperar el nuevo disco. Confiemos en que no tarde, que tenemos muchas ganas.