“Apocalypse now” (1979), de Francis Ford Coppola

Autor:

EL CINE QUE HAY QUE VER

 

 


“Hablar de esta superproducción bélica que casi llevó a la ruina a Coppola es hablar también de su tortuosa filmación, una colección de calamidades que por supuesto ayudaría a apuntalar su mito”

 

Jordi Revert nos traslada a 1979 para adentrarnos en “Apocalypse now”, basada en la novela “El corazón en las tinieblas” de Joseph Conrad. Un clásico fundamental del cine que casi llevó a la ruina a su director, Francis Ford Coppola, como explica Jordi Revert.

 

Apocalypse now”
Francis Ford Coppola, 1979

 

Texto: JORDI REVERT.

 

“Levanté la cabeza. La desembocadura estaba bloqueada por un negro cúmulo de nubes, el apacible canalizo que conducía a los más remotos rincones de la tierra fluía sombrío bajo un cielo cubierto, parecía conducir hacia el corazón de una inmensa oscuridad”. En el final de “El corazón de las tinieblas”, Joseph Conrad construía una inquietante imagen que atesoraba la esencia de su experiencia en el Congo belga. La ascensión del río de Marlow no era sino una invitación a conocer los abismos del ser humano. Una invitación que Francis Ford Coppola aceptaría para abordar el mayor reto de su carrera.

A mediados de los 70, Coppola se hallaba en la cima de su trayectoria tras el éxito de “El Padrino” (“The Godfather”, 1972) y “El Padrino. Parte II” (“The Godfather: Part II”, 1974). “Apocalypse now” llegó entonces como un reto descomunal en el que abordaría el guion que John Milius había escrito inspirándose en la novela de Conrad: Coppola abrazaría el desafío de trasladar la pesadilla del escritor al mismo Vietnam, perfecto escenario para transportar el relato de connotaciones colonialistas del original. Lo que no podía intuir es hasta qué punto el proyecto en sí se iba a convertir en un descenso a los infiernos. Años después, en el Festival de Cannes en el que la película ganaría la Palma de Oro junto a “El tambor de hojalata” (Die Blechtrommel, Volker Schlöndorff, 1979), Coppola afirmaría que su película no era sobre Vietnam, sino que era Vietnam.

De todos los rodajes catastróficos de la historia del cine, el de “Apocalypse now” es el que se ha instalado de una forma más sólida en el espacio mitificador del cine. Hablar de esta superproducción bélica que casi llevó a la ruina a Coppola es hablar también de su tortuosa filmación, una colección de calamidades que por supuesto ayudaría a apuntalar su mito. Años después, el documental “Corazones en tinieblas” (“Hearts of darkness: A filmmaker’s apocalypse”, Fax Bahr y George Hickenlooper, 1991) confirmaría su poder como relato propio, a partir de las imágenes recogidas por Eleanor Coppola a pie de rodaje. En él, el propio Coppola no duda en describir una y otra vez su propio viaje de autoconocimiento, un trayecto hacia su propia oscuridad en el que arrastraría a sus actores y al equipo. Martin Sheen, que había sustituido a Harvey Keitel como Willard tras solo dos semanas de rodaje, llegó a sufrir un ataque al corazón que le obligó a retirarse de una producción cargada de tensiones y desastres. Sheen pasó horas drogado rodando la escena de Willard en su habitación, en aquella pequeña estancia, a la deriva y con los sentidos enajenados. Era el día de su cumpleaños, y el actor no tenía indicaciones concretas de Coppola, quien se limitaba a grabar con su cámara hasta que el actor, en un arrebato, arremetió contra el espejo cortándose la mano. Dennis Hopper, por su parte, no necesitó de invitación para unirse rápidamente a ese viaje hacia la locura. Y Brando, en su condición de astro llamado para el decisivo papel de Kurtz, ahondaría en la crisis del rodaje al no querer ajustarse a los retrasos del rodaje, primero, y al no aprenderse los diálogos de su escena, después. Ante ese último revés, Coppola optó por una improvisación que se prolongó durante días, a la espera de que ese gran final que ni siquiera tenía previsto apareciera. Horas y horas grabando a Brando en las sombras, hasta que el tremebundo monólogo apareció para conseguir un clímax memorable. Las palabras serenas y absortas del actor, escalofriantes mientras invocan el horror, son la última estación en esa aceptación de los infiernos propios que llevan a Willard a verse reflejado en ese hombre al que se le ha encargado matar.

 

 

 

Y esa muerte, una vez más, se impondría como eco febril de la experiencia de Coppola durante su rodaje en Filipinas. Invitados por la tribu indígena de los Ifugao, Coppola y su mujer asistieron a un rito frenético de cuerpos agitándose y música ininterrumpida durante horas, hasta culminar en el sacrificio de un caribú. Esas imágenes, que muestra “Corazones en tiniebla”, adelantan el final de una película que absorbió toda la fatalidad de su proceso creativo: el tifón que azotó Filipinas y destrozó el ochenta por ciento de los decorados; la guerra civil en la que se hallaba sumido el país, que amenazaba constantemente con llegar al rodaje mismo; los problemas logísticos en la colaboración con el ejército filipino, que se veía obligado a retirar helicópteros y efectivos militares cuando las guerrillas se aproximaban; y, por supuesto, los interminables retrasos y los problemas financieros, que llevaron a Coppola a rozar la bancarrota y a jugárselo todo en un proyecto sobre el que ni siquiera tenía el control.

 

 

 

El empeño del autor, sin embargo, prevaleció sobre todas las dificultades y la película sobrevivió a sí misma para convertirse en una de las grandes épicas bélicas del cine. Una épica suicida que tiene todo el corazón de su creador y toda la furia de su guionista, John Milius, quien encontró en el personaje de Kilgore (Robert Duvall) el perfecto vehículo para su aliento ultraconservador. La secuencia del bombardeo desde los helicópteros al ritmo de “La cabalgata de las Valkirias” de Richard Wagner y el aprecio de Kilgore por el olor del napalm en la mañana bien podrían ser derivas del sueño húmedo de un Donald Trump embargado por la nostalgia. Coppola, sin embargo, integró ese delirio de surf y bombas en la portentosa locura que es “Apocalypse now” como parte del viaje alucinado de Willard, como un episodio increíble al que uno asiste entre la fascinación y el estremecimiento. Ensayo sobre el hombre desnudo y abandonado a sus pulsiones frente a los demonios de la guerra, la obra de Coppola encuentra su amplificador desesperado y hermoso en la canción de Jim Morrison, “The end”, en sí un trayecto seductor hacia los brazos de la muerte. En su culminación, en el asesinato de Kurtz, se consuma el paso al otro lado y la guerra fuerza a ese héroe sin virtud a aceptar por fin sus monstruos desatados.

 

 

Anterior entrega de El cine que hay que ver: “Rebelde sin causa” (1955), de Nicholas Ray.

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