“Esta es ‘Esperando nada’. ¿Vuelvo a hacer ‘Tesoros’ para grabarla? Lo que tú quieras…”, se ofrece Antonio a su compañero”
Universal ha preparado una edición especial del primer disco de Antonio Vega, “No me iré mañana”, que incluye unos ensayos y unas fotografías inéditas. Arancha Moreno habla de ello con el productor Carlos Narea, el guitarrista Manolo Rodríguez y el fotógrafo Alejandro Cabrera.
Texto: ARANCHA MORENO.
Fotos en blanco y negro: ALEJANDRO CABRERA.
Plaza de la Paja, Madrid, finales de verano de 1990. Antonio Vega está en la buhardilla de la casa del productor Carlos Narea, en el número 7 de la calle Príncipe de Anglona. Está tocando las primeras versiones a guitarra y voz de “No me iré mañana” para enseñárselas a Manolo Rodríguez, guitarrista que grabará con él su primer disco en solitario. “Esta es ‘Esperando nada’. ¿Vuelvo a hacer ‘Tesoros’ para grabarla? Lo que tú quieras…”, se ofrece Antonio a su compañero. A su lado, Narea atiende a esas versiones primigenias, grabadas por un walkman Sony, y le pide que repita un estribillo. Se oye un timbre, alguien se levanta y va a abrir la puerta. La voz suena un poco más lejana que la guitarra, muy en primer plano. Si uno cierra los ojos, casi se oye el contacto del bolígrafo con el papel en el que anota algunos detalles. Antonio canta y suple la falta de instrumentos imitándolos con su propia voz. “Hice una maquetilla, donde había una guitarra Casio por encima, y hacía un arreglillo así como de flauta”, explica en la grabación, y lo canta, agudo y hasta donde puede, en ‘Tesoros’. “Joe, estoy afónico”, se lamenta. Y tarareando dibuja en el aire el comienzo de ‘Se dejaba llevar por ti’.
Calle de la Palma, Madrid, marzo de 2016. El Penta por la mañana tiene las persianas cerradas y huele a ambientador de cítricos. Tras la barra está Juanma, uno de los dueños del local desde 1989, un bar al que Antonio acudía con frecuencia en aquellos tiempos. “Su mujer, Teresa, es la hermana de uno de los dueños de aquella época. Él siempre ha tenido mucha relación con el El Penta. Mientras se gestaba su primer disco venía aquí con su mujer todos los días, a eso de las nueve. Nacho Béjar (guitarrista de Vega) pinchaba aquí, y Basilio Martí (futuro teclista) estaba aquí de portero cuando lo fichó para su banda”.
Al fondo del local permanece el colorido mural que pintó la mujer de Antonio, inmortalizado en el histórico local que Antonio citó en la letra de ‘Chica de ayer’. No abre hasta la noche, pero hoy lo hace para los medios de comunicación, y por Antonio. Su disco “No me iré mañana” acaba de cumplir 25 años, y Universal lo celebra con una reedición especial del disco en la que incluye esos ensayos caseros rescatados del olvido por Manolo Rodríguez, guitarrista del álbum: “La cinta la descubrí hace dos años. Empecé a buscar música mía, de cuando era jovencillo, y mirando entre las cintas la vi. Ponía “Antonio Vega en casa de Narea”. La escuché y dije: “Esto es una joya, una maravilla”. Y llamé a Carlos”.
“Una vez que ponías en marcha el proyector, no se metía en los terrenos de los demás, era muy respetuoso”
“Nos emociona mucho escuchar la grabación”, recoge Narea, apoyado también en la barra del mítico local. “Es un casete de trabajo, para que Manolo entienda bien los acordes y la rítmica. Ahí estamos trabajando todavía las estructuras, a las estrofas les faltan algunas letras, porque solía terminarlas a última hora. En las maquetas ‘Síguelo’ no tenía letra”, detalla. A pesar de ello, la forma de presentar las canciones a sus compañeros revela que el músico tenía las canciones bastante claras desde el principio: “Se ve que el disco lo tiene en la cabeza. Ahí hay muchos arrreglos que luego grabó en el disco”, revela. Los audios desprenden naturalidad, humildad y mucha verdad: la de un compositor que está terminando de definir sus canciones, algunos flecos sueltos, incluso cantando partes que aún no tienen letra. “Yo recordaba que tenía esa cinta, pero no sabía dónde, tengo cajas llenas de casetes… Cuando me la pasó Manolo me puso los pelos de punta”, cuenta Narea. Por eso fue a la compañía y les mostró el tremendo hallazgo que forma parte de esta reedición a dos demos grabadas en el estudio (‘Síguelo’ y ‘Tesoros’), el disco remasterizado por Juan Hidalgo (“Juan ha ampliado el estéreo, para que el espacio sonoro quede más definido, dándole a la voz más presencia”, precisa Manolo) y la retransmisión que hizo Radio 3 del concierto que dio Antonio en la sala Universal Sur de Leganés el 9 de octubre de 1991. Un momento especial para el músico en sus primeros pasos sin Nacha Pop. “Gracias, Madrid, esto me desborda”, se le oye decir emocionado en ese directo.
Creando las canciones
Diez canciones forman parte de este debut en solitario, en el que Vega estuvo trabajando los dos años posteriores a la disolución de Nacha Pop. Su productor no recuerda que ninguna canción se quedase fuera de aquel álbum. Ahí están auténticos clásicos que defendió durante toda su carrera: ‘Háblame a los ojos’, ‘Esperando nada’, ‘Tesoros’, ‘La última montaña’… y una de las canciones más emocionantes de su repertorio, ‘Se dejaba llevar por ti’. Registrar ese tema, en palabras de Narea, fue maravilloso: “Grabamos primero las guitarras con la cajita de ritmos. El planteamiento era montarlo como si fuera un grupo, pero alrededor de su voz y su guitarra. Grabamos primero una acústica con una caja de ritmos y su voz, y a partir de ahí la vestimos. Lo último que hicimos fue vestir las tablas. La idea de la respuesta inicial, cuando la segunda voz repite la palabra ‘azul’, fue de Nigel [Walker, ingeniero del disco]. La grabó mi hermana Cristina. La eché para atrás porque no me gustaba mucho, me parecía un poco horterilla, así que le dije a mi hermana que lo hiciera casi susurrando, por no llevarle la contraria a Nigel, pero escondido”, sonríe ahora.
Narea recuerda que no fue una grabación complicada, pero sí que tuvo que tirar un poco del músico para registrar las voces: “No se exigía tanto, yo le exigía un poco más, él lo hacía, pero había que pedírselo”. Por lo demás, Antonio se fiaba de los que le rodeaban: trabajaba y dejaba trabajar. “Confiaba. Y tenía la escuela de trabajar en grupo. No era de los que te piden que subas su voz…”, recuerda el productor. Lo corrobora también Alejandro Cabrera, fotógrafo que trabajó con Nacha Pop y con él en solitario: “Una vez que ponías en marcha el proyector, no se metía en los terrenos de los demás, era muy respetuoso. Si le convencías con algo que creías que era mejor, no tenía el más mínimo problema”.
Retratos y serie “espacial”
La cinta perdida entre casetes no es el único material inédito que ahora ve la luz. Decenas de negativos dormían el sueño de los injustos, desechos de dos sesiones de fotos que se hicieron para aquel disco, de los que la compañía prescindió a última hora. La primera sesión pertenece a los exteriores del Planetario de Madrid, una serie de imágenes en las que se ve a Antonio paseando con una chupa de cuero negra y una funda de guitarra, mirando a la cámara mientras camina hacia el centro astronómico. Un enclave muy apropiado para el músico, apasionado del estudio del universo. En algunas imágenes no solo mira al objetivo, también sonríe. La otra serie pertenece a los alrededores del Parque Tierno Galván, donde camina —ya sin guitarra— en unos soportales por los que se filtra la luz y la sombra, un contraste que se refleja en el suelo. “Buscamos una localización que fuera una metáfora visual de las canciones, de su mundo: líneas, cuadrículas, sombras, luces…”, cuenta Alejandro, que en su día no pudo ver su trabajo en la imprenta, y ha disfrutado preparándolo para esta ocasión.
Ambas series fueron concebidas para ilustrar las canciones de las caras A y B del vinilo. Para estas series, Alejandro escogió una narrativa muy cuidada: “En vez de seguirle con la cámara, decidí un encuadre muy construido, que estuviera todo en su sitio. Como una letra de Antonio. Le decía que se moviera para que pareciera una secuencia”. Las fotografías captan su mirada, limpia y frágil, y su sonrisa discreta. Aunque en directo no solía mirar demasiado a los ojos del público, en esta serie se nota la complicidad con el fotógrafo: “Si tenías confianza con él era supernatural”. En uno de los retratos en blanco y negro, extraído de la contraportada de “Dibujos animados”, posa muy elegante, fumando, mirando hacia lo lejos, con un aire clásico a lo Humphrey Bogart. Una cara desconocida de Antonio, de las muchas que tenía y que dejaba ver a los que le rodeaban, ante los que no ocultaba su sentido del humor (“muy fino”, dice Alejandro) y una completa fascinación por cualquier mecanismo: “Sacaba el niño con mucha facilidad”, apunta Manolo.
Además de sus miradas, el libro incluye conversaciones con todos los que le rodeaban: su hermano Carlos, su primo Nacho García Vega, Carlos Brooking (de Nacha Pop), Basilio Martí, Nacho Béjar, Billy Villegas… todos los que formaron parte de su vida musical. Y todos coinciden en lo mismo: una fortaleza mayor de la que la historia se ha empeñado en contar. “Tiraba para adelante, siempre tuvo sueños y proyectos, hasta el final. Se fue convencido de que iba a salir del hospital, tenía planes, no tenía ganas de irse”, comenta Narea. Siete años después, capturado en estas maquetas, parece no haberse ido nunca. Quién sabe si este será el último tesoro oculto de Antonio, o el tiempo nos devolverá algún otro material tan valioso. “En las salas de ensayo del General Perón también grabábamos algunas cosas, algunas eran primeras tomas”, recuerda su productor. Parece que todavía, en alguna cinta, en algún lado, hay voces, acordes y palabras de Antonio que nunca han visto la luz.