LIBROS
“Una novela que, tras este regusto fresco y ácido, posee un fondo de dulzura amarga”
Kiko Amat
“Antes del huracán”
ANAGRAMA
Texto: CÉSAR PRIETO.
Una casa en la periferia de Barcelona. Es 1982. Puede esconder la mayor normalidad del mundo o la desgracia más contenida. Pero el caso es que el pueblo donde se ubica ya de por sí no es normal. Sant Boi goza del manicomio más famoso de Cataluña, frontero a la escuela de los Salesianos, ambos edificios con rejas. Un poco más allá está el cementerio. Es el espacio vital de Curro, un niño de doce años, que con su amigo Priu—experto en Hitler, desmañado, raro de narices— sortea las necedades de sus padres y los golpes de su hermano y los capos del colegio. Un día su mundo se viene abajo. El huracán del título.
Pasan treinta y cinco años y Curro ha emigrado de la valla de los Salesianos a la del manicomio. Allí, con Plácido —su fiel mayordomo desde que le salvó la vida—, planean fugarse y mantienen conversaciones filosóficas, a veces grandilocuentes, a veces toscas. Como si Eduardo Mendoza reescribiera un argumento de Wodehouse en versión para discoteca.
Con estos mimbres se teje la nueva novela del barcelonés —de Sant Boi, qué casualidad— Kiko Amat. Una novela del extrarradio, de allí donde el asfalto se vuelve desconchones y matorrales, de tono similar al que emplea para explicar este mismo mundo Javier Pérez Andújar. Los personajes, como es cabal en el estilo de Amat, vuelven a ser estrambóticos, desmesurados, risibles. Pero en esta ocasión también toca las notas más graves. Se adivina una profunda humanidad, un lamento envuelto de carcajada en la pintura que da a estos personajes, quijotescos, que tiran mandobles a la vida y no encuentran sino vacío. Ya no son solo muñecos y convierten la trama en un estudio sobre el pasado y sobre como el rodillo de la vida inexorablemente pasa sobre nosotros.
Es también una novela de sensaciones y pequeños detalles. Nunca Amat había entrado tan adentro. El monólogo interior de Curro mientras recorre todo el cauce del Llobregat hasta su final es magistral. Y constantemente se van dando pinceladas que iluminan todo con frases cortas, impresionistas: los olores, el viejo que riega el huerto, esa pecera en que los peces sobreviven tan a duras penas como los humanos…
No se asuste el lector, la novela es hilarante. El escritor tiene la maestría de encadenar diálogos de carcajada, de con una frase final revolver todo el párrafo y hacer explotar las quijadas de risa; pero también es una novela que tras este regusto fresco y ácido, posee un fondo de dulzura amarga.
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Anterior crítica de libros: “Mánchester: el sonido de la ciudad. De Joy Division a Madchester”, de Marcos Gendre.