LIBROS
“Escrito con una sencillez que te hace cómplice inmediatamente: el desorden formal ha sido todo un acierto para lograr que el lector vuele sobre las páginas”
Víctor Manuel
“Antes de que sea tarde”
AGUILAR
Texto: JUAN PUCHADES.
Parece que Víctor Manuel lleva un tiempo poniendo orden en sus cosas, primero fue en los espectáculos (también discos) “Vivir para cantarlo” y “50 años no es nada”, en los que repasaba lo mejor, o más sentido para él, de su cancionero, y ahora con este libro de memorias en el que, de forma desordenada (“Memorias descosidas” se subtitula acertadamente), recupera recuerdos de toda condición, en los que lo personal y lo profesional se unen y enredan trazando un único camino. Pero es lógico que así sea, porque el creador vive su propia vida como un todo (como cualquier hijo de vecino) mientras los espectadores, y oyentes, nos acercamos a la segunda, que es la que sentimos como nuestra, la que conocemos: la de los discos, las canciones y los conciertos que han marcado nuestra existencia. Y más en el caso de Víctor, que es alguien como de casa, tan próximo lo sentimos. Y es natural: su trayectoria es inmensa en extensión (en emociones regaladas a los oyentes, ¡a ver quién la cuantifica!), iniciada siendo prácticamente un adolescente y cubriendo más de cincuenta años, sustentada sobre canciones que para algunos son parte de nosotros mismos y que, a la vez, son patrimonio musical ineludible de este país y de nuestra lengua. Esa es la grandeza de la obra de este asturiano, uno de nuestros mayores compositores e intérpretes.
Entre los aspectos más agradables de la lectura de estas “memorias descosidas” está, precisamente, ese contraste entre la idea que podemos tener de él, asociada casi únicamente a las canciones, como si el aliento que impulsa su carrera profesional fuera, exclusivamente, el escribir canciones (el compromiso con palabra y música), y la revelación de que la interpretación y el escenario son en gran medida el motor. De hecho, el escenario fue lo primero, hacia él lo empujaron, inicialmente, las películas protagonizadas por Joselito, luego la escucha de discos de artistas pop franceses, y por entonces lo único importante era cantar. Porque cantar es lo esencial, lo que puede unir a Víctor Manuel con alguien que, a priori, veamos en sus antípodas estéticas y éticas. Pero esa es la grandeza de la música y lo que a veces olvidamos, que el cantar es el germen primero. De ahí que un compositor tan sólido e incuestionable como él no dude, cada tanto, en hacer suyas composiciones de otros, llegando a dedicar todo un disco, “Canciones regaladas” (el último, compartido con Ana Belén), a versionar temas ajenos, o sea tan dado a la colaboración escénica con compañeros de oficio.
Luego, ya con la carrera en marcha, y grabando discos, el artista descubre que tiene cosas que sacar de dentro y echa a andar el compositor, y llegan las grandes canciones, las retratistas y apegadas a la tierra primeras, las sentimentales, las comprometidas posteriores, las mayúsculas después, siempre buscando ese verso que es como “un jirón de piel”, a la zaga de la canción perfecta.
Afortunadamente, Víctor tiene a bien dejarnos en estas páginas anécdotas de muchos de sus discos, su opinión (a veces saludablemente crítica) de la obra propia, algo que se agradece sin reservas cuando, por la dimensión popular alcanzada, hace mucho que cuesta llevarse a los ojos u oídos entrevistas en las que el autor hable de sus grabaciones. Porque con Víctor —como con Serrat, con Sabina, con tantos—, cuando edita álbum nuevo, suele ser ignorado por los medios musicales especializados (este país es así de cabronazo, y a los cantautores, ni pan ni agua; la veneración se la reservamos a los “singer-songwriters” anglosajones, que son como los nuestros, pero parece que nos molan más) y los generalistas persiguen su opinión alrededor de la actualidad social y política, y así el disco nuevo no es más que excusa secundaria para tratar otros temas. De ahí el valor documental de este “Antes de que sea tarde” para los que nos interesamos por su obra.
Pero que nadie se asuste, aquí también está el Víctor que busca en sus recuerdos y nos narra su tiempo vinculado al PCE, su relación de tantos años con Ana Belén, el coleccionista de libros (que regala cuando ya no le caben en la biblioteca de casa), el que nos relata su interés por los fogones, el aventurero que probó la producción cinematográfica, el implicado con los derechos de autor, el comprometido en lo social, el que ha pisado miles de escenarios aquí (hay anécdotas de los años setenta impagables) y en América, el niño, el padre, el abuelo… Todos los Víctor posibles se agrupan en un libro (el tercero que firma: el primero fue el diario de ruta de la gira El gusto el nuestro, el segundo la integral con sus letras: “Vivir para cantarlo”) que parece escrito con sinceridad, con una sencillez que te hace cómplice inmediatamente: el desorden formal ha sido todo un acierto para lograr que el lector vuele sobre las páginas, se sumerja en ellas y quede atrapado. Con tanto gusto está narrado, y tanto hay que contar, que cuando alcanzas el final te preguntas dónde demonios está el segundo volumen. Pero, claro, luego reflexionas un poco y piensas que a ver si el próximo esfuerzo creativo de Víctor Manuel se transforma en una nueva colección de canciones, que el último álbum de temas inéditos suyos es de 2008, y se titulaba, precisamente, “No hay nada mejor que escribir una canción”. ¡Pues a ver si es verdad!
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Anterior crítica de libros: “¡Yeah!¡Yeah!¡Yeah! La historia del pop moderno”, de Bob Stanley.