Ángel Petisme: El poeta eléctrico

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Ángel Petisme El poeta eléctricoAl elegante poeta rockero de Calatayud se le han juntado dos novedades al tiempo: Río Ebrio, su nuevo disco, y Cinta transportadora, su nuevo poemario, flamante Premio Internacional de Poesía Claudio Rodríguez. En su caso, y en estos momentos, es inevitable hablar en esta entrevista de esa bicefalia creativa en la que anda sumido desde hace ya un par de décadas.

Texto: JUAN PUCHADES.


Tras unos días sin responder al correo electrónico, Ángel Petisme (Calatayud, 1961) de pronto reaparece, quedamos para la entrevista telefónica y en las siguientes horas se suceden los mails ajustando el tiempo… Y es que el poeta eléctrico anda estos días un poco ajetreado entre presentaciones del libro de poemas Cinta transportadora (Premio Internacional de Poesía Claudio Rodríguez 2008, recién editado por Hiperión) y la promoción del disco Río Ebrio, autoeditado en su propio sello, El Tranvía Verde: «Para sacar un disco con una discográfica que al final te da un diez por ciento de royaltis –comenta Petisme– que es nada, al final, después de tantos años, aprendes y te lo sacas tú mismo, sin ninguna imposición. Negocias con una distribuidora, y punto». Respecto al precio al que se venden los discos, explica que «los artistas que nos autoproducimos sabemos perfectamente cuál es el precio de un disco. Pero hay que tener claro que detrás de un disco hay un artista que lleva años trabajando en esto y que hay que volver a dignificar la profesión del músico. La apuesta más clara para los músicos es vender tus discos en directo. Yo he visto a músicos americanos, he visto a Elliott Murphy y bajan él y su banda, todos sudados y se ponen en la puerta del local a firmar y a vender los discos. Y eso mola, a la gente le gusta poder darle la mano: Te lo compro, me lo firmas y encima sólo me cobras diez Euros por el disco». Petisme, desde la trinchera, lo tiene claro.

¿Acabaste muy harto de las relaciones con la industria del disco, porque comenzaste en Fonomusic y luego has ido de aquí para allá como buenamente has podido, en sellos de todo pelaje?
Sí, porque no tuve la suerte de acabar en una multi, y seguramente hubiese salido por patas. En un momento, en 1985 o 1986, estuve a punto de firmar contrato con Ariola, pero vaya usted a saber qué habría pasado, si hubiera sido bueno para mí o todo lo contrario. De todos modos, quienes somos francotiradores, somos francotiradores y tenemos que estar en este lado. ¿Que a uno le gustaría tener un poco más de proyección? Claro, pero en el fondo esto es lo que te vas currando tú poquito a poco con el público más fiel. En todo caso, no me puedo quejar. Ahora estoy retomando el espíritu de grupo, me he echado un trío, bajo, batería y otra guitarra, aparte de la mía.

Es decir, ¿vas a salir con banda?
Sí, la idea es salir a tocar olvidándome de los cachés de antes y si hay seiscientos Euros, pues tocamos por seiscientos Euros, y si hay que ir a taquilla, pues de lo que salga repartimos. Es que es la única forma.

¿Estás recuperado de la lesión de la muñeca que te ha tenido un tiempo lejos de los escenarios?
Sí, lo que me dijo el cirujano es que no podía meterme ensayos de estos de cuatro o cinco horas, ahora hay que dosificar algo más. Como en la eléctrica el primer mástil es más estrecho, me resulta un poco más cómodo.

¿Entonces vas a tocar en directo con guitarra eléctrica?
Sí, con eléctrica y con una especie de robotina que tengo que es una guitarra que por fuera parece una guitarra eléctrica pero que en el fondo lo que tiene dentro del circuito son como cincuenta sonidos fusilados de las mejores guitarras acústicas de todo el mundo: La guitarra que tocaba Django Reinhardt, la Martin de Eric Clapton… Es un cañón, y además no tiene acoples ni leches, la enchufas y viene  con un sonidazo tremendo.

EL RÍO EBRIO

Río Ebrio te ha salido muy aragonés, de mirada hacia la tierra, y hacia los recuerdos, ¿no?
Sí, pero no me da miedo el tema del localismo, cuando dices que es un disco muy aragonés, es como si dijéramos que el cine de Buñuel es muy aragonés o que las pinturas de Goya son muy aragonesas. Había algunos fans y amiguetes que me decían, «cómo molaría que sacaras un disco como Cierzo [1997]»; bueno, pues sí hay una mirada de nuevo al territorio ese de la infancia y de la adolescencia, y algunos guiños a esos paisajes, pero también está el miedo y la amenaza de los tiempos. Hay una canción que, de hecho, se llama «Miedo», y el tema de Palestina, «Rachel Corrie», también tiene que ver con la incertidumbre y el miedo, pero luego recuperas el espacio de la memoria que es donde, por lo menos recordamos, fuimos más felices. Pero es un disco muy poco de cantautor al uso, que tampoco es ninguna novedad en mí. Es un disco pop, quería hacer un disco más rock, pero no poniéndome, a estas alturas de la vida, de cantante que raja la voz y va de patillero, así que fuimos hacia un rock más elegante. A la hora de la producción hablamos mucho con Joaquín Pardinilla y con Chema Peralta, hablamos de la producción de gente que a mí me interesaba y que estaba escuchando, rollo Wilco, Nick Cave, algunas de Leonard Cohen, las producciones de Daniel Lanois, los últimos discos de Bob Dylan, así tan austeros.

Por ejemplo, «Más claro agua» es un tema con referencias a las nuevas corrientes del country-rock , lo que ahora se llama «americana», ¿no?
Sí, pero, fíjate, esa canción era, en principio, superguitarrera y oscura, en onda Nick Cave, pero le vino bien el cambio porque como la temática era como apocalíptica, pues de pronto darle ese rollo más country, más sureño, medio cajún queda bien. La verdad es que estoy contento con el resultado de este disco, porque lo que pretendíamos es que pareciera un disco poco producido para darle como frescura, cosa de la que otros discos míos adolecen, no por inexperiencia, sino porque cuando estás tú también al frente de la producción y tienes muy buenos músicos, comienzas a abrir pistas, «ábreme otra pista, y venga otra guitarra», y al final, en la mezcla, tienes un pitote tremendo, que es muy positivo, porque la paleta es inmensa, pero en este caso hemos preferido el menos es más, la difícil sencillez. Lo que quería era que la producción y los arreglos no superasen a la canción pura y dura.

¿Quiénes son Joaquín Pardinilla y Chema Peralta, los coproductores?
Son músicos aragoneses ya bregados, Joaquín ha sacado dos discos de música instrumental y ha trabajado con todos los músicos aragoneses, con Amaral, con María José Hernández, ahora va a tocar con los «Tres Terrores» [Labordeta, Carbonell, La Bullonera], ha tocado con mucha gente. Es un pedazo de guitarrista. Y Chema es un pionero de los comienzos del folk aragonés, estuvo en un grupo que se llamaba Chicotén, es bajista y multinistrumentista. Son gente de cuarenta para arriba pero con una mentalidad muy joven porque, además, dan clases a chavales.

Lo curioso es que, pese a que vives en Madrid, has trabajado el disco en Aragón y con músicos de la tierra, volvemos al principio.
Claro. El estudio El Laboratorio de Sonido iba a mudarse y la gente de Cultura del Ayuntamiento de Zaragoza me ofreció la posibilidad de grabar allí. Fue curioso, porque yo me cogía el AVE un lunes o un martes y me iba tres o cuatro días a Zaragoza, pero eso también forma parte de todo, del reencontrarme con mis raíces, los paseos por el casco viejo, con los rincones donde yo jugaba de pequeñajo. Este es, además, el último disco que se grabó en ese estudio, ahora están en otro sitio, con más tecnología; pero era muy gracioso porque el estudio está en el centro cívico Delicias, que es un antiguo mercado de pescado, y toda la rotonda era una sala de conciertos y en la parte de arriba estaban los abuelos jugando al tute, al guiñote, y en la parte de abajo estábamos nosotros grabando rock and roll.

¿A estas alturas, qué te sientes, más poeta o más cantautor rockero?

A estas alturas, que paradójicamente se supone que uno va cumpliendo años y discos debería ser más «plastautor», más así sentado en la banqueta para cuidar las cervicales… Y, sin embargo, al contrario. Siempre los discos los he hecho más rockeros o más poperos y por circunstancias de la vida en directo he recurrido más al «unplugged», al ir solo o con uno o dos músicos y defenderlos de forma más acústica y ahora vuelvo a estar de pie, tocando, cantando y bailando. ¡Estoy hecho un Iggy Pop! Estoy con mucha energía. Lo que más satisfacciones te da es el directo, el sudor y la epidermis, el volumen. Me siento poco cantautor a la vieja usanza o con la imagen que tenemos. Como escritor de canciones y escritor de libros siempre se supone que las letras tienen un peso mayor, pero me siento músico. Ya sé que es complicado en este país demostrar que haces bien una cosa y otra. Me cuesta convencer a mis colegas rockeros de que también se puede escribir bien y que no es incompatible la electricidad con sacar libros, y a los amigos poetas y escritores… Al final, detrás de ellos, de los poetas, lo que subyace es una estrella del rock, a los poetas les encantaría ser estrellas del rock. Porque es un altavoz y es un vehículo maravilloso para poner en marcha la poesía y la palabra. Digamos que soy poeta eléctrico… No sé. Me gusta más lo de poeta cantante que lo de cantautor, es que tienes unas connotaciones tan…

Sí, pero eso es en España, porque en el mundo anglosajón serías un «songwriter», y cantautor es una buena traducción de ese término, pero aquí nos imaginamos al barbado de los años 70, con su guitarra de palo y la silla de enea.
Sí, sí, mejor «songwriter».

¿En tu caso, se cruzan los libros y los discos; es decir, le recomendarías a tus seguidores musicales que hicieran el ejercicio de leer los libros?

Creo que era Machado el que decía que se ama lo que se conoce. Probablemente saliese con una visión más rica después de leer mis poemas porque entendería muchísimo mejor mis canciones, y probablemente los que sólo me conocen por mis libros, si escuchan alguna canción mía entenderían más, porque son mundos bastante complementarios. Por ejemplo, este libro y este disco, Cinta transportadora y Río Ebrio, no son gemelos pero sí son mellizos y tienen ciertas similitudes, están paridos a lo largo de dos años, y los fantasmas y las obsesiones que tienes en ese momento van saliendo a la par. Hay algunos poetas que han vuelto al soneto, a la rima y todo eso, como Sabina, que es defensor de la rima y la métrica y las usa en lo que escribe para Interviú, pero en general los poetas contemporáneos trabajamos con el verso libre, que tiene muchísimo más margen. La poesía es otro género. La canción dura tres minutos, tiene unas leyes, una métrica, una rima, y también sabes adónde va destinada y tiene una vocación más masiva; la poesía, la literatura en general, es más el encuentro de los «yoes» de un autor y un lector, y ofrece un espacio mayor para la intimidad. En canción, por más que intente ponerme siniestro u oscuro y asemejarme a la imagen que uno puede tener de los poetas músicos, como Corcobado, me salen discos como bastante vitalistas, bastante luminosos, con bastante dosis de ironía. Y en poesía sí que suelto, quizás, toda la cacharrería de los bajos fondos, mientras que la canción puede tener un destino quizás más de levantar ánimos, sobre todo en los tiempos que corren. La música tiene un poder muy catárquico, de musicoterapia [risas].

Por lo que estás contando, escribes premeditadamente canciones y escribes premeditadamentes poemas.
Sí.

¿Y cómo es el ejercicio: Te sientas a escribir y dices hoy voy a por una canción, hoy a por un poema. Tienes determinadas horas o días para cada actividad? ¿Por el día canciones, por la noche poesía…? ¿Cuál es el proceso?
Va por temporadas. Digamos que yo soy poeta dominguero, no escribo todos los días. Hay muchos poetas que se dedican a la enseñanza y por la tarde escriben poesía, yo no, yo utilizo el efecto esponja, cuando ya estoy empapado de cosas, de vivencias, de pronto, surge. Cojo un paquete de tabaco, una botella de wisky, ¡y a la carga! Y ahí sueltas lo que es un poco el germen, el boceto, luego lo guardas en el cajón hasta tiempo después. A veces se puede dar que escribas un par de versos y te das cuenta que eso se podría convertirse en canción, y ese par de versos luego me los llevo a la música. Normalmente suelen salir primero las músicas.

¿Salen primero las músicas?

Sí, quizás uno pensaría que tendría que ser al contrario, que escribe a la vieja manera del cantautor que luego le pone música a sus ripios. Pero no, en mi caso suelo coger la acústica o me pongo delante del teclado, tarareo algo y luego, sin mucho trabajo, salen las letras. No me pego horas, las letras las escribo en cinco minutos, quizás porque tengo cierta facilidad, pero no me como el tarro más porque sé que si estuviese con una letra varias horas, un día o varios días entonces me quedaría un poema críptico, le daría demasiadas vueltas a la metáfora. Entiendo que el género canción tiene que ser muy limpio y muy sencillo. Tiene que haber una chispa, cuatro cositas y el estribillo, pero es que son tres minutos. Esa es mi forma de trabajar.

Llevas alrededor de veinte años grabando discos y para el gran público eres un completo desconocido. Sin embargo, en la poesía recibes premios prestigiosos. ¿Es más fácil levantar cabeza en poesía que en música?

En mi caso parece que sí, que soy la demostración de que la música ha costado más, pero, bueno, porque supongo que he elegido ese camino, probablemente podría haber optado por hacer otro tipo de música, más facilona. Luego, claro, en poesía sólo tienes que contar con la complicidad de un editor, es decir, sólo tienes que emborrachar o engañar a un editor [risas], mientras que en la música tienes que engañar al manager, a la discográfica, a los músicos si eres independiente… En música es más difícil, es como el mundo del cine, hacer una película es complicado porque hace falta mucha pasta. Ahora, afortunadamente, trabajando en casa, el proceso y los costes se reducen; por ejemplo este disco, lo podría haber hecho en casa, en mi pequeño estudio y grabando con samples y con dos o tres músicos, pero me apetecía ponerme con la cacharrería del estudio de grabación, el ponerte ahí tocando casi a la vez, con buenos bafles, con buen sonido, grabando en digital pero con la opción de grabar en analógico, y eso se nota.

¿Por tu doble condición de poeta y músico sientes especial debilidad por los músicos que ejercen ambos papeles?
Sí, los respeto, de hecho si no fuera así tal vez sólo me habría dedicado a la literatura, pero digamos que viene motivado por espejos de gente que está en la mente de todos: Leonard Cohen, Lou Reed, Bob Dylan, Nick Cave, Jackson Browne, Tom Waits… En este disco, por ejemplo, creo que se ha notado la onda Neil Young. Elvis Costello también es una referencia, para mí es un gran músico. También están mis influencias italianas de Paolo Conte o Vinicio Capossela, que es gente más extraña. Siempre he sido de naturaleza inquieta y curiosa, es decir, me gusta Metallica, Radiohead, me gusta el canto gregoriano… Es como la gastronomía, no vas a comer todos los días paella, está el cultivar los gustos y saborear… Es como con las chicas, me gustan, bajas, altas, gorditas, rubias, morenas, maduras, jovencitas… [Risas.] Que son cuatro días y hay que exprimirlos y sacarle todo el hedonismo y el placer que podamos.

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