“Yo creía que la realidad estaba en los bares de Chueca y de Lavapiés, donde los poetas malditos y los escritores. Ahora me ha cambiado un poco el chip”
Su historia empezó en el madrileño Libertad 8 y desde ahí llegó hasta el Palacio de Deportes, pero lo que más le ha marcado es darse cuenta de lo frágil que es la vida. Una entrevista de Arancha Moreno.
Texto: ARANCHA MORENO.
Conocí a Andrés Suárez en un teatro, justo antes de entrevistarle ante el público en unos encuentros que organiza el diario El País. Se sorprendió porque reconocí una canción de Antonio Vega por dos acordes, mientras probaba sonido. Entonces le quedaban unas semanas para cumplir el sueño de subirse el escenario del Palacio de Deportes de Madrid ante más de diez mil personas. Un salto de gigante para alguien que, años atrás, tocaba para una docena de personas en el Libertad 8. Sin embargo, hay otros contratiempos que han marcado mucho más su forma de afrontar la vida y la profesión. De ello hablamos en una de las salas de su discográfica, Sony, días antes de su doble actuación en el Circo Price de Madrid, los días 24 y 25 de enero.
¿En qué momento está el Andrés Suárez que tengo hoy delante?
La última vez que hablamos fue con el disco anterior, «Mi pequeña historia». Desde entonces ha habido demasiados cambios, por lo tanto, ha habido demasiado acierto. Cuando uno necesita cambiar algo pasa, y atreverte ya es un acierto: cambié de domicilio, de oficina de management, de productor. Necesitaba renovarme, cambiar de piel. Y estoy tan bien… No es que no estuviera bien la otra vez, recuerdo la entrevista anterior como muy luminosa, pero todavía estaba en el paso de Lavapiés, algunos bares que me sentaban mal, no componer mucho. Creo que mi vida se rige por si hago canciones o no. Si no hago canciones no tengo nada, y entonces no escribía canciones. Yo hice quince canciones para “Mi pequeña historia” y elegimos diez. Para “Desde una ventana” hice cuarenta y dos y elegimos quince, cambia la cosa.
Y tanto.
Estoy estable, ¡que diga esto un cantautor, manda carallo!, aunque el equilibrio es imposible, puede conseguirse. Abrazo el premio en este momento vital, no sé lo que pasará en un mes, pero encontré una pequeña Galicia, me fui a la sierra de Madrid, a Torrelodones. Montamos unos estudios de grabación, los Estudios Moraima, ahora ensayo con mi banda en zapatillas y pijama y grabo mis canciones para otros artistas o para mí con un café a las siete de la mañana enterándome de todo. Es maravilloso. El otro día hablé con Julián de Libertad 8, mi gran amigo. Volví a agradecerle la vida en Madrid, me brindó un universo de oportunidades porque él quería. Podría habérmelas negado, nadie venía a verme cuando él empezó a darme fechas en el Libertad 8.
¿De verdad que no iba nadie?
Éramos diez, de los cuales conocía a ocho. Fue así durante bastante tiempo. Un día le dije: “Julián, no me des más fechas, no viene nadie”, y él me dijo: “Tú vas a tocar aquí por mis cojones”. Fue decir eso y empezó a venir más gente… hasta que se reventaba. Eso fue gracias a él. Pero fueron seis años y se me escaparon tantas cosas… Otras las viví. No quiero adoctrinar a nadie, he vivido la noche muy intensamente, ¡he sido tan feliz! Lo pasé de puta madre, pero ahora encuentro una canción enterándome de todo, a las siete con un café en Brasil, o a las diez y media cuando voy al supermercado y veo cómo la cajera le guiña el ojo a un hombre casado. Hay una complicidad que antes me perdía, a esas horas dormía. Estoy más vivo, con más ganas. No estoy cansado físicamente.
En tus redes sociales vemos que tienes un ritmo vertiginoso. Imagino el contraste vital que supone estar preparando un disco en tu casa y pasar de esa intimidad y esa soledad a salir a compartirlo y no parar de estar rodeado de gente. Ese parece tu día a día desde el pasado mayo, cuando salió tu último disco, ¿es así?
Sí, desde mayo. El parón que tuve fue por el susto, creo que fue un aviso por cómo viví la vida hasta hoy. No me arrepiento de nada, la noche me dio muchísimas cosas, yo creía que la realidad estaba en los bares de Chueca y de Lavapiés, donde los poetas malditos y los escritores hablaban de cosas que no recordaban al día siguiente hasta las diez de la mañana. Ahora tengo 34 años y me ha cambiado un poco el chip. Ya no creo eso. Paré cuando tuve una operación de doble hernia discal.
Sí, recuerdo que te pilló estando al otro lado del charco.
El susto fue tal… ahora debería estar con quince kilos más. Llegué a Madrid y aguanté tomando mucha cortisona, el dolor físico era insoportable, seguí trabajando, soy hijo de dos obreros de mar que tienen 62 años y no han dejado de trabajar nunca, tal vez lo lleve en los genes, no lo sé. Cuando desperté en Madrid me dijo un neurocirujano que me quedaba en silla de ruedas. Estuve dos días inmovilizado porque tenía un nervio pinzado y no sentía ni los dedos de los pies. Empecé a plantearme mi vida… y yo solo entiendo mi vida trabajando. Yo paré el 4 de noviembre en el Palacio (de Deportes de Madrid) y grabé mi disco hasta finales de enero, y de febrero a mayo no tenía nada que hacer. Es horrible.
El síndrome de la agenda en blanco.
Es que no me soporto. Me pasó factura, aparte de mis excesos. Creí que mi vida iba a estar limitada con una discapacidad física. De repente ves la vida de otra manera. Mi familia viene de Galicia y le cuento esto, imagínate.
¿Y eso lo viviste durante 48 horas?
Esto fue a los dos o tres días de llegar a Madrid. Me desmayé en el estudio de mi casa, me llevaron, me dijeron que me estaban haciendo pruebas… finalmente, al segundo día moví la pierna y me pudieron operar. Y volví a nacer. Estoy más intenso porque disfruto de todo. Me cambió mucho la vida, estoy muy centrado, bebiendo menos y respirando más, en una etapa muy feliz. Hay un sector de mi público que echa de menos que me destroce, y hay otro que me ve y está muy contento viéndome subir fotos de mis perros a Instagram. Quizá dentro de un mes esté otra vez en Lavapiés, pero no lo creo.
Pensaba preguntarte por tu actuación en el Palacio de Deportes, quizá entendiendo que fue un punto de inflexión en tu carrera tocar ante un público tan masivo, pero ya veo que el punto de inflexión ha sido otro.
Ha sido otro. Yo no soy muy de poner mis fotos en casa, pero sí tengo una foto con Serrat, me la regaló la flaca. El otro día, tomando unas copas a las tres de la mañana, vi la foto y me puse a llorar. Canté con Joan Manuel Serrat, y yo crecí con sus cintas, las ponía mi padre en el coche. Canté con él y estuve con él abrazado, y vi el Palacio lleno, no el aforo completo, pero miles de personas, y pensaba que eso iba a ser un antes y un después. ¡Menudo prepotente gilipollas!, pensar que por meter diez mil personas vas a triunfar, triunfas más cantando para cincuenta. ¡No pasó nada! Has dado un concierto, no has cambiado nada, a lo mejor la emoción de la gente, ojalá. Otra cosa es verte en un hospital cuando te van a operar y a dormir. ¿El Palacio me cambió? No, el Palacio lo agradezco, fue un sueño hecho realidad, estaba en una nube, mis amigos lloraban viendo a la gente cantar, vinieron al camerino y lloramos los cuatro, eso no lo olvidaré nunca. Pero no pasa nada. No sé cuántos éxitos y fracasos hay en una carrera. He vivido un éxito y viviré muchísimos fracasos. El otro día fui a cantar a una ciudad y entró casi la mitad de gente que la última vez. Me afectó muchísimo, como si tuviera que triunfar siempre, y no puedes ganar siempre. A lo mejor no gustaste, o no era el día o había fiestas en el pueblo. Eso es hacerse mayor. ¡Voy a ser un coñazo de mayor! Me tomo las cosas con más calma. Ojalá cante en el Babel, en una sala de mi pueblo en la que caben 55 personas. Me encantaría ver al panadero y al pescadero, a la gente con la que convivo, ahí sentados. A lo mejor me cambia más eso que el Palacio, no lo sé.
Parece que te provocó el efecto contrario al que uno podría haber esperado: te ha colocado más los pies en el suelo.
Yo intento ser caballero y no citar nombres propios, pero en aquellos años de noche en Libertad, he visto a gente que lloraba y se golpeaba con la pared por el fracaso. Asimilar el éxito es tan fácil… ¡ser un torpe es tan fácil! Si de repente nadie te para por la calle, entender que algo se ha perdido y tú con ello, tiene que ser durísimo. Ese es mi miedo. Lo que me gusta del libro que escribí es que me lo curré mucho. A lo mejor no te gusta, pero corregí una página doscientas veces. Tengo tanto miedo a que se pierda la realidad del viaje que curro como un cabrón, todo lo que puedo. Estudio guitarra, toco el piano, leo libros, voy al cine… trato de culturizarme, de vivir, de no poner mucho Telecinco. Si no lees no puedes escribir.
¿Tienes más miedo al fracaso ahora, que las cosas van bien, que antes?
Sí, porque me he atrevido a dar algún cambio en mi vida. El otro día lo conté en Salamanca. La primera vez me fui allí en bus, pensando que lo iba a petar, tenía 25 años. Recuerdo que no entró ni una sola persona en El Savor y no tenía dinero para el tren de vuelta. Dormí en casa del promotor, Andrés Sudón. Toqué en la estación de tren, versiones de Antonio Vega y de Los Secretos, para ganar la pasta suficiente para pagarme el tren de vuelta a Madrid. Si volviera a verme en esa situación lo haría, tocaría en todas las estaciones del mundo, porque la música no la voy a dejar, pero antes me iba yo solo y ahora tengo dos furgonetas, once personas a mi cargo. Ahora la gente me dice por las redes que soy un mierda porque estoy en una discográfica y no molo. Efectivamente, estoy en Sony y tengo unos mánagers de la hostia, y una editorial… porque quiero viajar con mi técnico de luces, y con mi técnico de sonido, y llevar dieciséis alfombras y unos focos increíbles para el Price. Porque quiero crecer. Yo no me he vendido en nada, sigo creyendo que hago buenas canciones, o luchando por ello, escribiendo lo mejor que puedo. Yo no estoy haciendo reguetón con un bañador en la playa, estoy haciendo lo que he hecho toda mi vida. Da miedo ese fracaso porque puede que en el futuro no pueda permitírmelo. Cuando todo crece sientes el vértigo. Me da más miedo perder las canciones que perder una relación de amor o de amistad. Son tan mías… Entregar una canción duele tanto, da tanto miedo. ¡Imagínate entregar un libro!
De hecho, en tu libro “Más allá de mis canciones” (Aguilar), confiesas que has incluido textos sobre personas a las que no habías sido capaz de escribirles una canción. ¿Por qué?
Escribo lo que no me atreví a cantar. Gonzalo Albert, mi editor, sabiendo que no quiero entrar en ninguna ola de poesía, me dice: “Haz lo mismo que has hecho en vídeos de Libertad que yo he visto en Youtube”. Si lo cuento en un escenario, ¿por qué no lo puedo escribir? No sabía que la verdad dolía tanto. Estamos acostumbrados a la fugacidad, a las pantallas, a las descargas… todo rápido. Pero a mí me gusta el olor de los recuerdos de un libro. Llámame romántico o antiguo, pero me gusta palpar. Dentro de treinta años puedo tener este libro en una estantería y leer lo que has escrito, y eso da miedo. El que diga que no, miente. Has inmortalizado algo en un papel que es para siempre, que pueden tener en Chile y en Pantín. Yo me despedí de gente, de mis abuelos, conté cosas que jamás conté. Solo el escritor sabe cuánto hay de verdad, y te confieso que tiene todo de verdad. No pude leerlo cuando me lo mandaron a casa. No sonreía, lloraba, tiene mucho de mi dolor. Cuando saqué “Desde una ventana”, que es un disco más luminoso, me preguntaban cuándo iba a volver a hacer un disco triste. A la gente creo que le gusta José Alfredo Jiménez, Serrat y Sabina tanto como a mí. Lo jodido es hacer una canción jocosa y con humor, mola escribir que estás hecho una mierda y que te vas a morir. Me costó muchísimo despedirme de gente, saber que no les iba a escribir más. Algunas de mis canciones son acuerdos de una noche: vamos a vivir hasta que llegue el sol y no volveré a verte. Yo describo sin su permiso lo que sucedió. No sé si ella lo va a leer… no debería importar, eso no es real. Me marcó muchísimo volver a su recuerdo. Trabajo en algo que, si cierro los ojos fuerte, vuelves a olerla, a tocarla, es acojonante, es duro, muy duro, pero agradezco ser tan intenso y haber vivido tan intensamente.
Escribiendo sobre cosas que te ocurrieron hace tiempo es como volver a mirar las heridas de guerra. ¿Siempre escribes desde la herida, o también desde la cicatriz?
Joder, qué buena… Creo que la cicatriz se hizo herida al escribir el libro. También, por ser gallego te daré otra respuesta: tal vez lo que yo creía que era cicatriz, era herida. La palabra debes mimarla y trabajarla. Al quinto día de empezar a escribir empezó a brotar la palabra, al menos la que merecía la pena. Venía mi editor a corregir mis memorias, me estaba hablando y yo me ponía a llorar. El tío alucinaba, él creía que me inventaba la mitad de las historias. Veía que yo me emocionaba, le estaba contando toda la verdad. Él decía: “Bueno, esto no se lo va a creer nadie, pero es un guion de cine lo que te ha pasado, vamos a escribirlo y a utilizarlo”. En la primera lágrima que brota, la más sincera, entendí que de cicatriz nada, aquello estaba sangrando.
¿Y no le pusiste ningún redil?
No, no sé puede encarcelar la palabra. La palabra es libre, está por encima de todo. Así soy en las relaciones, me dejo llevar hasta el final. Creo que lo dijo Sabina: besando como beso, viviendo como vivo voy a salir repleto de cicatrices, pero firmo el pacto. Sigue escribiendo, sigue destrozándote, que este cuerpo me lo aguanta. Cuando me enviaron el libro no era capaz de releerlo, releía la historia de mis abuelos y me ponía a llorar. La gente pensaba que ‘Tengo 26’ hablaba de mis abuelos, mis padres. Fue en la etapa más heavy de mi vida. La vida era mi droga, y es una canción que le escribo a Carlos, un niño de diez años, que viajaba en un barco que tardaba lo que quería entre Tenerife y Gran Canaria. Por aquel entonces iba con mi Takamine, llevaba mi vestimenta de Extremoduro y mi mochila de cervezas. Yo cantaba mis canciones al mar, él me regaló un dinosaurio que todavía guardo. Estuvimos tres horas cantando juntos. La madre lo había perdido, se había escapado. Nos reíamos… y apareció la madre con un ataque de ansiedad y de pánico. Nos arrebató el abrazo más hermoso, el de la amistad, y desapareció. Esa noche canté en El Alambique, no entró nadie. Recuerdo que me despertaron dos hombres de una ambulancia. Yo estaba desangrándome en el váter de ese bar, eso nadie lo sabía. Por eso es más allá de mis canciones, a mis padres no les podía cantar la verdad, la tenían que leer.
Y es más cruda leerla que cantarla, entiendo.
Muchísimo más.
Ahí no tienes el violín de Marino arropándote. No hay cuerdas, no hay nada más que el silencio y la palabra.
Absolutamente. Por eso os admiro tanto a los escritores y a los periodistas, a la gente que manejáis la palabra, y sois capaces de hacer llorar sin guitarra, no sé cómo lo hacéis. Es alucinante. El otro día leí “La infancia de Jesús”, de Coetzee, y terminé llorando. ¡Vaya sinfonía de palabras tan bien colocada! No hay excelencia mayor. ‘Estrellas’ piensan que es una canción que dediqué a mis abuelos, pero es una historia que sucedió, me lo contaron en El Náutico, en San Vicente del Mar, una noche que fui a ver a Antonio Vega. Me fui con una chica, nos enrollamos, nos fuimos a la playa y viendo las estrellas me contó la historia de dos madrileños que estaban perdidamente enamorados, veraneaban al sur de mis costas y sus familias se llevaban fatal. Parece un guion de cine, pero es verdad. La familia de él, muy adinerada, tenía un velero. Él tomó prestado el velero, fue a buscarla y no les volvieron a ver jamás, desaparecieron. A veces andamos tan perdidos que olvidamos buscar en el cielo. Eso es ‘Estrellas’.
Todo esto le da un nuevo giro a tus canciones, algo que a veces a los músicos no os gusta hacer, contar la verdad de lo que hay detrás de lo que habéis escrito.
Es verdad que a veces no debiera interesar. (Señala el libro «Iván Ferreiro. 30 canciones para el tiempo y la distancia») Yo he estado con ‘M’ de Los Piratas, no tengo ni idea de quién es ‘M’, pero ella me abrazaba y metía mi cabeza en su jersey. Yo vivía ‘M’ y es mía, la escucho y me emociono. ‘M’ es mía, ¡no me interesa lo que haya contado Iván!, a lo mejor leyendo el libro lo descubro y me duele. Yo lo he contado, al terminar mi libro pensé: “Tal vez sea un error, tal vez debieran seguir en el aire sin explicar las canciones”, pero necesitaba contarlo al mundo. Estoy deseando saber quién es ‘M’… Yo soy demasiado fan de Fabián, es Dios, para mí. Él escribió ‘No te quiero tanto’, y me dijo: “Para mí, ‘No te quiero tanto’ es esto”.
¿Es una de las voces que has incluido en tu libro?
Sí, al final de cada capítulo hay una coda amiga, amigos que resumen a su manera la canción. Me parece genial que cada uno tenga una idea completamente distinta.
¿En tus canciones siempre tienes una única idea, o más de una?
En cada canción hay una persona. A veces la misma. Necesitaba salir de “Cuando vuelva la marea” y “Moraima”. Yo escucho mis discos cuando se están mezclando, una vez ahí, no los pongo en casa. Escuchamos a James Taylor, John Mayer o a Iván Ferreiro. Pero las veces que me escuchaba me aburría: “Qué mal estoy, la vida es una mierda…”. Me apetecía mucho cambiar.
“Hay un sector de mi público que echa de menos que me destroce, y hay otro que me ve y está muy contento viéndome subir fotos de mis perros a Instagram”
Hace poco te pasaron un vídeo de un chico que cantaba tus canciones en la calle, y le has regalado un concierto, le has invitado a tocar contigo. ¿Cómo fue?
A los dos conciertos, al Price. Yo tenía a mis padres, siempre me apoyaron, contaba con ellos. Yo no viví de la música en la calle, igual que no viví del metro. Ahora, que me ayudó para subsistir, y defendí públicamente mi obra, eso sí. Había gente que me conocía en Santiago porque yo tocaba al lado de Platerías versiones de Antonio Vega, Nacha Pop, Platero y Tú y Reincidentes. No cantaba temas míos, me daba vergüenza, no era capaz. La chica que grabó ese vídeo tuve una historia, y me conocía de eso, de tocar en la calle. Llevábamos años sin hablar, pero va por Segovia y escucha ‘Piedras y charcos’ y me lo manda. Veo a ese tío que está cantando en la calle, a pocos grados, regalando arte gratis, cantando de la hostia, y ahí está. Me quedé flipado.
¿Quién es?
Es un cantautor que tiene una maqueta grabada. Ese día estaba de puta madre en casa y me emocionó tanto… eso sí es un regalo. Yo escribí en las redes diciendo que quería invitarle a un concierto pero no tenía su contacto. La gente es tan de puta madre que en cinco minutos ya tenía su teléfono. Yo lo llamé y el tío se puso a llorar, fue acojonante. Le dije: “Tío, gracias por versionarme”. Le dije que había tocado en la calle pero que no vivía de eso. Él me contó: “Mira, yo estaba trabajando pero me quedé en el paro, con lo mío nunca me ha ido bien del todo. Me llamo Raúl Fragua y no me conoces. Empecé a tocar en la calle y me está yendo mejor que tocando en bares. Estoy ganando más pasta versionando a Silvio, Rozalén, El Kanka…”. ¡Me encanta! Le dije que quería que abriese mi concierto en el Price y, si me lo permite, cantar con él. El regalo me lo hace él. El tío se emocionó, se puso a llorar. En Dublín hay 57 personas que tocan en la calle. Yo entré en una pastelería y había un tío tocando en directo en la pastelería por la mañana. Qué repaso nos dan. Lo que quiero hacer… Todavía no lo he contado a nadie, te lo voy a contar.
Adelante.
Quiero hacer lo mismo en cada ciudad. En Madrid, en Preciados, ¿cuántos años lleva el cuarteto de cuerda? Lo que quiero es colaborar con artistas que toquen en la calle en cada ciudad. No sé cómo, pero quiero contar la historia y cantar con él. En todas las ciudades hay músicos callejeros. La movida es que es delicado, quizá no quiera. A lo mejor es un músico que las está pasando putas de verdad. Pero si a él le apetece, que abra el concierto. Me parece que en este país somos tan idiotas a veces que dices músico callejero y nadie mira con buenos ojos, en vez de pensar que brinda su arte gratis, tocando el chelo al frío. Me gustaría que un tío que toque la trompeta en la calle se venga a tocar con nosotros. ¿Cómo lo ves?
Parece muy bonito. Una forma de cerrar el círculo. Imagínate que te lo hubieran propuesto a ti cuando empezabas, que te hubieran invitado a tocar a un teatro.
Yo lo hubiera agradecido totalmente. Me da miedo que le den la vuelta y digan que yo soy el defensor del pueblo, que vengo a hacer demagogia. Hay que hacerlo bien. En el Price lo vamos a hacer.
Puedes sugerirle a la gente que vaya mandando vídeos de las actuaciones que ven en sus ciudades.
Me mola eso. Y ponerlo en las redes.
Seguramente le prestaremos más atención en la pantalla que en la calle, aunque parezca alucinante.
¡Hombre! Raúl me decía eso: desde que subí lo del Twitter, la peña me para por la calle y me hace caso. Y nosotros tratamos como la mierda a los que tocan en el metro.
¿Esa era una sorpresa para el Price, entonces?
Sí, eres la primera a la que se la cuento. Lo que sí va a haber es un repertorio distinto e invitados distintos: no voy a llenar dos días Madrid y hacer el mismo show. Hemos ensayado cuatro días en casa y es otro repertorio, con invitados que irán el 24 y el 25.
¿Vas a seguir haciendo conciertos solo?
Sí, con mi guitarra. No voy a ser tan radical como en la gira anterior, que iba a todos lados con la banda. Llevo diez años con ellos, tenemos mucha unidad, hay mucha verdad entre nosotros. Pero esto no es todo o nada, va a haber conciertos acústicos, y bastantes. De momento estamos haciendo gira teatral, y quiero cruzar el charco yo solo, me iré a Lima, y a México con mi guitarra, sin ningún problema.
¿Echas de menos al Andrés Suárez de antes?
Creo que soy más nervioso que antes, tengo más ganas, más energía. Cuanto más tiempo pasa más enamorado estoy de mi trabajo. Soy el mismo, sigo creyendo en mi Takamine, en el piano, en las distancias cortas.
La última: ¿sigues probando sonido con canciones de Antonio Vega?
(Ríe) Qué buena esa. Suelo probar sonido con los maestros, con canciones que me han marcado mucho. El otro día probé sonido con ‘Siempre igual’ de Celtas Cortos, es una canción que escuchaba de chaval. Siempre voy a versionar a Antonio Vega, y a Ruibal, el otro día versioné a Santi Balmes. Yo me tengo bastante oído, creo que hay canciones en este país sumamente geniales.