«No he tocado techo, me queda todo por hacer»
Andrés Suárez, el disco, se ha liberado del confinamiento hace solo unos días. Es momento de charlar con su autor sobre esta octava colección de diez historias en forma de canción. Carlos H. Vázquez habla con él.
Texto: CARLOS H. VÁZQUEZ.
Fotos: PEDRO WALTER.
Un abuelo con zapatillas deportivas es una paradoja, más si cabe cuando para el lento continuar se apoya en un bastón para no quedarse a medias en la marcha. Es el tiempo, que ha pasado del vaquero al tergal.
Se le desatan las cuerdas a Andrés Suárez, las de la guitarra y los cordones de sus zapatos. A veces no anda ni tampoco corre, porque tiene abono permanente de teletransporte. Capaz de estar en dos extremos a la vez, cogiendo moreno de caleta. Si le preguntas, te dirá la verdad, dónde ha estado, qué ha hecho. Va a corazón abierto. Tiene un romance con su radiador y muchas cuestiones encima todavía, porque responde a su ritmo, sacudiéndose del pelo las canciones. Deja a modo de contestador automático los diez temas de Andrés Suárez (Warner, 2020), su octavo disco de estudio. Allí se rinden cuentas.
El otro día, en una de tus publicaciones de Instagram, la fotógrafa Nía Rosas comentó que tenías «moreno de caleta». ¿A dónde escapa uno cuando no puede salir de casa?
Vivo en Torrelodones, en Moraima. Es una casa abierta de par en par a los amigos y a la música, y tengo un pequeño jardín con vistas al sur. Antes, en la antigua realidad, me quejaba de eso, de que era pequeñito. Pero resultó ser el planeta de El principito e hizo que yo saliese diariamente a tomar el sol, a leer fuera, a oír música… Ese fue mi privilegio. Estoy moreno porque tengo el don divino, la suerte de tener una salida, aire puro, dos árboles que se mueven… Ese fue mi universo.
¿Cómo de lejos te ha quedado el mar en todo este tiempo?
Descubrí que tenía tiempo para respirar y hablar lento, cosa que no sabía lo que era. Y descubrí que hablando con mi padre una hora al día se puede viajar espigón por espigón por la ría de Cedeira. Es decir: el mar me lo trajo mi padre. Cuando todo esto comienza, les enseño a mis padres lo de la videollamada de WhatsApp. Imagínate ese mundo, a mis padres viéndome por la pantalla. Flipaban. Mis hermanos me ayudaron, claro. Fue brutal y muy bonito. Yo antes no tenía tiempo para limpiar el coche. Todos estamos metidos en el sistema capitalista y vivimos en una gran ciudad como Madrid. Hago una promo, vuelvo, tengo que comer con tal, hay una reunión, otra promo por la tarde, después tengo un ensayo porque toco de noche… Al terminar, me acuesto, porque tengo que madrugar para ir a Toledo… Vivo en esto y no tenía ni media hora para llamar a mi madre. No lo tenía, y mucho menos ahora que se acercaba el disco [Andrés Suárez].
¿Esto significa que a partir de ahora vas a tener más tiempo porque vas a hacer menos promoción y pocos viajes?
Significa que tengo que sacar el tiempo de donde sea. Lo otro es que yo rompa cartas con mi discográfica, que sería muy lícito. Lo hace mucha gente que ha decidido que su música es gratis y que van a buscarse un trabajo artesano y más próximo a la tierra y al mar. Eso podría ser, pero yo de momento voy a seguir intentándolo con esto de la música. No he tocado techo, me queda todo por hacer, y voy a seguir con mi discográfica, con mi oficina de management, con mis ganas de crecer y de vender, de comercializar mi música y de darme a conocer para irme a Perú y a México con mis canciones. Yo era un chaval de aldea, de Pantín, que se vino a cantar al metro de Madrid y ahora está hablando contigo. Claro que se puede conseguir. Ahora, si no hemos aprendido nada con esto, es que somos unos necios. Es mi deber y mi obligación tener tiempo, sacar media hora para hablar con mi madre y preguntar: «¿Qué tal estáis?» Ese fue uno de los aprendizajes del confinamiento. ¿Se puede viajar a Galicia? Claro que sí. Y de otro modo: siempre con la cultura, con las canciones, con los libros, con los vinilos… Yo viajaba con Fuxan os Ventos, Milladoiro y Luar na Lubre a mi niñez. Y con José Alfonso, Franco Battiato… Ponía canciones que me llevaban a los brazos de mis padres desde Torrelodones. Se pudo hacer.
Hay un momento de “Calella” en el que citas a Lluís Llach. Visto así, y también por el título del disco, diría que es un trabajo muy personal.
El título del disco creo que lo pusieron los productores (Toni Brunet y Tato Latorre) o el propio disco, porque si ya antes era intenso, ahora imagínate cuando en las diez canciones estoy contando persona a persona. Por ejemplo, “Todavía puedo oírte”. Mi mejor amigo del colegio se murió de sobredosis de cocaína con catorce años. Yo no me había atrevido nunca a hacer una canción sobre esa historia hasta ahora. Pues ahí la tienes. La escribí llorando y de repente me atreví a publicarla, y lo contaré en los conciertos. “Todavía puedo oírte” era para mi amigo del colegio y habla de la droga en la ría de Ferrol siendo del 83. No me imagino diez años antes, igual no estaba hablando contigo. “Calella” apareció por un Peugeot en el que se podía poner casetes, enseñándome Calella de Palafrugell por la noche. La felicidad existe, escuchando a Lluís Llach, discutiendo sobre nacionalismo, reconciliándonos varias veces… Fue maravilloso, y todo lo que cuenta “Calella” sucedió. Entonces, este disco, ¿cómo no iba a llamarse Andrés Suárez, cuando te estoy contando todo? No me queda nada por contarte, porque lo he contado todo en diez cortes de mi vida que son diez personas. Por eso es tan íntimo. Y me da pudor, incluso, cantar alguna canción.
¿Como cuál?
Recordar a un amigo es emocionante y no sé qué va a pasar. Como ha habido este corte de rollo y no ha habido conciertos, no sé qué va a pasar cuando cante “Todavía puedo oírte”. Pero creo que va a ser tremebundo enfrentarme al público y hablar de mi amigo, al que veinte años después le rindo homenaje. “Despiértame” es una canción que duele mucho. Describe la toxicidad, a la gente tóxica, pero sobre todo al amor tóxico que podemos vivir. Yo no sabía lo que era; fui muy afortunado en el amor, porque conocí gente maravillosa, pero no había conocido la maldad de un mal pasado mal llevado. Incluso me emociono recordando lo que pasó en una canción tan jocosa y sexual como es “Nina”. Cierro los ojos y me huele a Nina el salón. Son recuerdos muy reales.
¿Y “Propongo”? Parece que hay algo de ti: «Demasiado tarde voy / No soy yo / Soy lo que canto / Solo un dos por dos».
Sí, sí lo hay. Creo que soy la mezcla entre la modernidad de Tato (Latorre) y el clasicismo y la elegancia de Toni (Brunet). Con “Propongo”, musicalmente nunca había llegado a esto, a un bombo a negras con unos sintes… No sé qué es eso, pero me mola, tío. Cuando lo oí, le dije a Tato que se le estaba yendo la olla: «No metas un bombo a negras con unos coros en falsete, que yo no soy esto». ¿Pero cómo que no, si escucho a Lewis Capaldi o a James Bay? ¡Soy un montón de cosas! Ya hice Moraima, ya hice Mi pequeña historia… ¡Vamos a jugar un poco! Me gusta que la última canción sea un guiño al futuro, porque haré lo que me dé la gana. A lo mejor “Propongo” es una propuesta a mí mismo. Se la hice a una persona e igual estaba hablando más de mí que de ella. No sé, me da buen rollo. Cuando suena me pongo de pie. Y no me suele pasar, no soy de poner mi música en los gimnasios, entiéndeme. Di un paso adelante y creo que evolucionar nunca es malo.
Cuando evolucionas tú, ¿también lo hace una parte de tus seguidores? Aparte de la gente que te conoce por primera vez en un momento concreto.
Absolutamente. Yo sé que tendría un público fiel de cien, doscientas, trescientas, quinientas o cinco mil. Me da igual. Pero tendría un público fiel si hago Moraima 2, Moraima 3, Moraima 4… Y todos sabemos que hay artistas a los que les funciona un disco y lo repiten siete veces. No te podría resumir más la respuesta: no me da la gana. Hay gente que se enfada, que te dice que te has vendido porque estás en una discográfica y ahora suenas en Cadena Dial… ¡Váyase usted a la playa, que necesita salitre! Páseselo muy bien este verano y no me vaya a decir usted, con todo mi cariño, qué tengo que hacer y qué tengo que publicar. Jamás he hecho un disco pensando en cuánto va a vender o si va a vender, o si va a funcionar, o si una canción va a entrar en Cadena Dial. Todos sabemos que en Cadena Cien va a sonar una canción que tenga un estribillo y en Londres la radiofórmula funciona en la canción, en la melodía, en la línea melódica, y puede ser piano y voz. En España no. Ok. Puedes jugar a eso, pero yo prefiero que juegue el productor. Es decir: en mi canción no entra ni mi discográfica (Warner, con los que estoy felizmente casado) ni RLM; mi canción es mía. Otra cosa es que la vistan con un bombo a negras y me mole. Creo que con la evolución te vas a dejar gente atrás que te va a llamar vendido. Todos los artistas que admiro cambiaron, han evolucionado, han hecho cosas distintas, han cambiado de productor… Ya sé que si hago guitarra y voz se llena el Libertad 8, pero quiero llevar a trece tipos de gira. Me apetece. Cuando veo que mi técnico de luces (Jorge Bielba) mete un fogonazo en un festi cuando hacemos “Propongo” se me ponen los pelos de punta y empiezo a saltar. Esa felicidad es la mía. Y si no te mola, hay un montón de artistas para escuchar.
«Creo que con la evolución te vas a dejar gente atrás que te va a llamar vendido»
Y muchas canciones. Creo que para este disco has llegado a juntar treinta y pico temas.
Así es. No hice una gira, porque en ese momento estaba bien económicamente. Estaba en Sony y me fui a Warner. Estaba en Jet y me fui a RLM. Empecé a trabajar con Rosa Lagarrigue, que es el mayor acierto profesional en mis últimos años. Estoy ahora mismo en la fase de la pasión. Estamos en el enamoramiento profesional, comenzando una nueva etapa. Me faltó únicamente cambiar de casa, porque también cambié de técnicos, excepto Vicente Cano en sonido. Hubo cambios en la banda, porque entró Cris Rubio, otro acierto absoluto… Hubo muchos cambios, muchísimos, y ha sido un acierto. Siento que estoy volviendo a empezar, y después del coronavirus aún más. En un año, a lo mejor, me hice como cuatro bolos, aparte de Desordenados con mi querida Elvira Sastre. Pero nada más. Estaba componiendo. Descansé, viajé, leí, me nutrí… Pero estaba componiendo. Y es la primera vez que voy a hacer un disco entero en directo. Jamás había hecho eso. Había pillado quince temas de Desde una ventana o los once de Mi pequeña historia y los había cantado en un directo, pero eligiendo cinco o seis. Pero en este 2020 irán las diez canciones de este disco.
¿También has cambiado de pareja?
[Risas] Me he separado y ahora mismo estoy felizmente solo. Me estoy aguantando, me soporto, no me caigo mal… Y mira que tengo lo mío, porque soy intenso y a veces me canso de mí. Pero estoy con mis canciones, con mis dos perritos en casa, paseando por el monte y por Torrelodones… Estoy en una etapa muy relajada. Por supuesto que también tuvo que ver el hecho de que me separara, pero tal y como te decía antes, he sido una persona muy afortunada en el amor. No he tenido ningún altercado, ningún problema… Las veces que me he separado en mi vida ha sido de gente maravillosa, porque se nos había acabado el amor. Bueno, pues comienza la amistad. Estamos listos.
Entonces, ¿qué pasó con esa sonrisa que viste en Instagram y te dio para hacer una canción?
Es que me enamoro. Eso ya es otra cosa. Cuando uno pasa una cuarentena solo y ve una sonrisa como la que yo vi en Instagram, salen siete discos. Ahora tengo que salir, tengo que socializar, cortar con el radiador… Si no, ahora veo una sonrisa y te hago cinco discos.
¿Sabe esa persona que le has hecho una canción a su sonrisa?
No se la envié. Es una persona a la que sigo, pero no sé si ella me sigue a mí. Creo que me estoy haciendo mayor, ya no hago canciones para ver si las escuchan; hago canciones para mí, para quedarme satisfecho. Como dijo [Joan Manuel] Serrat, «nada me gusta más que hacer canciones». La felicidad en una canción es el mejor polvo, la mejor droga. Terminar una canción que a ti te guste y te ponga los pelos de punta es indescriptible. Entonces, yo hago canciones para mí, y coincide que a mi público le gustan. Es decir, no busco agradar ni busco echar un polvo mandándole una canción a alguien para ver si lo escucha. Es más, seguramente le da igual. Si haces un disco pensando en venderlo, no vas a vender. Si haces una canción pensando en agradar, no vas a gustar una mierda. Yo creo que debes quererte a ti primero.
¿En qué momento empezaste a quererte a ti primero?
Creo que empieza de manera muy fuerte en este disco. Tengo una responsabilidad. Y pocas veces hablo de esto, porque hay una palabra que no me gusta nada, que es la de «empresario». Estoy en una discográfica, y si no, hazlo tú solo y regala tus canciones o haz conciertos en cuevas o al aire libre gratis para la gente. Y me parece igual de lícito que el que tiene una carrera discográfica. Pero yo tengo una carrera discográfica con un compromiso con unos profesionales que trabajan en mi casa de discos, con una oficina de management, con los músicos, con los técnicos… Tengo dos furgos esperando para salir, al lado de mi casa. No soy una persona que esté sola en su barco, porque no es un kayak de uno, es un barco que crece.
¿En qué piensas cuando haces una canción y acaba en voz de otra persona? “Isla que habitas en mí”, por ejemplo, es tuya, pero la canta Ana Belén, y cuenta una historia personal en Formentera.
Porque no pienso. Tengo una carrera paralela en la que hago canciones a otros artistas y me siento profundamente agradecido y querido por tanta gente con la que he compuesto o para la que he compuesto, como Dani Fernández, Ana Belén, Rayden, Sofía Ellar, Roi Méndez, Cepeda, Edurne… Una gente maravillosa que viene a Moraima a tomarse un Albariño frío por si no sale la canción, pero al final siempre sale. Cuando hago una canción para una serie, una peli o para un corto no pienso en agradar ese corto o esa peli o a mi compañero de al lado para sorprenderle en un giro de verso o de acorde imposible, pienso en hacer algo eterno, porque la obra es lo único que importa: Manolo Tena, Antonio Flores, Enrique Urquijo, Antonio Vega… Eso es lo único que importa.
Has compuesto “Sal de mí” con los chicos de Operación Triunfo. ¿Qué les venden? ¿Cómo ven la música?
¿Sabes lo que pasa? No es que yo sea muy pro OT, soy muy pro libertad. ¿Quiénes somos y nos creemos para juzgar, criticar y llamar de manera hiriente utilizando el diminutivo de «triunfitos»? Son chavales de dieciocho, veinte o veinticinco años que sueñan con dedicarse a la música y eligieron un camino, que es el de presentarse a un programa. Ahora, y esta es mi opinión, lo que debes criticar es si te gusta o no, o si sus carreras no las manejan bien o qué contrato han firmado. Eso es otra peli. Pero a mí me parece de puta madre que se quiera dedicar a la música un chaval que se ha presentado a un programa. A mí me llamaron para hablar con ellos y me preguntaron cómo compongo. Yo no sé cómo se hace, pero me senté durante una hora y lo conté.
«La felicidad en una canción es el mejor polvo, la mejor droga»
¿Qué significa la fecha del 12 de noviembre de 2019?
Fue la última charla previa a Desordenados que tuvimos Elvira Sastre y yo. Nos sinceramos, fue un montón de cosas. Cuando digo que quiero a Elvira como a una hermana es que es así. Y no tengo motivo, porque no crecimos juntos. Yo no conocía a Elvira Sastre. No sé si fue Serrat la primera persona que me habló de Elvira Sastre. Busqué en la biblioteca y resulta que tenía dos libros suyos. Y cuando yo la leo, pienso que es una señora que tiene cincuenta y pico años. ¡Es una falta de respeto escribir así de bien a su edad! Evidentemente, después uno entiende que lleva mamando libros desde que tiene uso de razón, que es hija de profesores… Pero ese manejo de la palabra que tiene no corresponde a su edad. Un día la llamé y supe que venía a mis conciertos. No sentamos a hablar y en un viaje a Lima, si no me equivoco, empecé a pensar en Desordenados, en meter a mi banda de pop rock con los poemas de Elvira y hacernos un WiZink. No olvidaré jamás una de las últimas charlas que tuvimos. Ella es extremadamente tímida, pero tiene un interior acojonante. Utiliza el humor como escudo, como hacemos unos cuantos, pero ella lo lleva a otro extremo. El show de Desordenados iba a ser muy potente, con imagen y sonido (o eso entendíamos, porque en el WiZink Center hay que jugar esa liga), y yo la veía mirando al suelo en los ensayos, temblando. Pero hubo una transformación en ella que me hizo llorar de emoción. Salió al escenario y nos comió a todos.
¿Para cuándo una colaboración con Vanesa Martín? Parece que lo están demandando…
Primero lo demando yo. Soy superfan de Vanesa. Me encanta. Creo que tiene el corazón en la garganta. Es precisamente lo que transmite cantando. Y luego escribiendo me parece apabullante también. Ella sabe que, cuando quiera, allí estaré.
¿Te has equivocado alguna vez de nombre?
Cada media hora. Es un defecto. Sé que es criticable, que no se hace, y que si te prestan una atención tienes que dársela de vuelta. No lo puedo evitar, soy un desastre. Pero es puro despiste y la gente que me conoce sabe que luego me da mucha vergüenza y me arrepiento, pero es que vivo en un planeta de acordes, no de palabras.
Como en El Principito, vives en un planeta, pero yo no te hacía tanto como un rey, sino como el cantante.
[Risas] Trato de serlo. Esa canción [“El cantante”] viene del puto Instagram, que tiene la culpa de todo. En los primeros años de Instagram, cuando todavía no nos habíamos vuelto locos, vi de repente una imagen de un amor que nunca dejó de serlo y supe que estaba embarazada. En ese momento, el mundo se paraliza y escribo del tirón “El cantante” para su hijo. Son historias que suceden, y si al final un aparato o un robot te llevan a una canción, bien aprovechada está.
¿Cómo sería Lluís Llach a través de Andrés Suárez?
Pues la verdad es que no he tenido el placer de conocerlo. Por supuesto, lo escuché en los casetes de mi padre. Me imagino que a través de mis ojos tendría siempre un guiño a mi tierra, de algún modo. Tendríamos una tierra común, que sería una playa que comunicase su tierra con la mía. Un arenal donde se viajase solo a pie por la costa y siempre con un montón de bares para tomarse cerveza fría. Sería una persona afable que tendiese puentes todo el rato, como por ejemplo en el caso de “Calella”. Creo que eso es lo que deberíamos vivir a día de hoy, una recopilación de polvos, de sexo, de besos, una orgía colectiva del planeta Tierra donde no haya más que amor y muchos menos insultos. Como maestro que es don Lluís Llach, me lo imagino a través de mis ojos como una persona humilde, porque todos los gigantes que he conocido son humildes. Todos los grandes son grandes dentro y fuera del escenario. Y, como te digo, sería un tío con un cable a tierra, entre la suya y la mía, unidos entre mares, playas, chiringuitos, risas y muchas guitarras.