Andrés Suárez, de Andrés Suárez

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DISCOS

«Gran parte de las canciones muestran —descarnadas— las auténticas telas de su corazón, de su vida»

 

Andrés Suárez
Andrés Suárez
WARNER, 2020

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Andrés Suárez no ha dedicado su octavo disco al desamor. No, lo ha dedicado a las emociones del desamor, que es diferente. No cuenta historias, y si las cuenta, solo sirven como soporte para bucear en las raíces de sus sentimientos. De los suyos, porque gran parte de las canciones muestran —descarnadas— las auténticas telas de su corazón, de su vida. También en lo musical hay un avance cierto y, a pesar de seguir usando arreglos acústicos sublimes, pinta algunos momentos con tonos electrónicos.

No comenzó así. En su larga carrera hay dos etapas: una de aprendizaje en su Galicia natal y en los concursos de cantautores, de los que siempre salía con algún premio, y otra de doctorado en Madrid y en Libertad 8, ese espacio donde la palabra y la música se refugian en nuestro país y donde conoce a Tontxu, que le produce su segundo disco.

De esa época de Libertad 8 recupera dos canciones. La primera, “No diré”, aporta sonido eléctrico y metáforas que se alían con la naturaleza, como en “Propongo”. También aporta todo ese plantel de cantautores, de los que Suárez es una línea de continuación: Hilario Camacho y Víctor y Diego, Pedro Guerra y la Nueva Trova Cubana —son conocidas sus relaciones con músicos de la isla—, y su generación, con Luis Ramiro o Carlos Chaouen.

También viene de sus primeros tiempos en Madrid “Un solo día”, la más delicada, con una melodía que evoca el “Falling in love with you” de Elvis/UB40 y con esos amores de tiempo atrás que te asaltan. El resto son canciones nuevas y dolores antiguos.

Dolor como el fallecimiento de su mejor amigo por sobredosis a los 15 años, que cuenta en “Todavía puedo oírte”, como una vuelta al origen. El piano va creciendo en ella como el mar en los acantilados. También el recuerdo emerge en “Calella”, una estampa de paisaje con alguien que amó y que ahora no encuentra por Internet. Poco a poco el final se va creciendo y la voz parece tan natural como la de un amigo que, con la mirada desviada, te estuviera contando una historia.

Ese pasado emerge cuando menos te lo esperas y, más que en “Nina”, la evocación de una relación sexual en un estrecho baño de un tercer piso, resulta estremecedora en “El cantante”, su particular “Las cuatro y diez”. De golpe, una fotografía en la pantalla le trae a la que fue el amor de su vida. En la fotografía está acompañada de su hija. Le pide que no le hable nunca del cantante. La voz a capella que abre el tema y el violín que ataca en momentos puntuales, aun siendo impactantes, no te dejan tan trastocado como ese grito final: «Te sigo amando».

Ese es el mensaje. Más que un disco es una purga del corazón, sin nada que ver con reflexiones del confinamiento porque estaba prevista su salida antes de ese marzo en que occidente sucumbió. Es una confidencia marcada por sensaciones de conmoción tan fuerte, que casi se siente pudor al escucharlo, porque nos abre varias puertas que acostumbramos a cerrar: la de su vida y la de su llanto.

Anterior crítica de discos: Live vol.1, de Parcels.

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