Tras casi un decenio sin actuar en Valencia, y tras dos intentos fallidos en el pasado mes de mayo, Andrés Calamaro hizo doblete en la ciudad el pasado fin de semana. Aquí narramos cómo es su actual directo.
Texto: JUAN PUCHADES.
Fotos: LIBERTO PEIRÓ.
Andrés Calamaro suspendió en el mes de mayo un concierto en Burjassot (Valencia) a causa de la lluvia. Siete días después lo intentó de nuevo y otra vez la lluvia le impidió salir a escena. Cuatro meses más tarde está de vuelta, ahora en Valencia, para ofrecer dos conciertos (el sábado 6 y el domingo 7 de septiembre). A media tarde del sábado, en contra de las previsiones meteorológicas, llueve. Cuando comienza a caer la noche, la lluvia descarga con fuerza. Pero esta vez no habrá suspensión, Andrés, tras nueve años sin pisar los escenarios valencianos, en mayo se prometió que sólo regresaría a la ciudad a cubierto. Y así es. En el pasillo que conduce al escenario del Greenspace, mientras espera el momento de subir a tocar, comenta con buen humor que «las autoridades locales deberían contratarme para paliar la sequía. Yo estoy dispuesto a venir siempre que me llamen… ¡La verdad es que no sé cómo tomármelo!». Le aseguro que no siempre llueve en Valencia… últimamente sólo cuando viene él. Parece que definitivamente, y a su pesar, Andrés será por estas tierras nuestro particular Zeus, dios de la lluvia, en versión rockera.
Pero la lluvia no ha sido presagio de una mala noche, muy al contrario: El concierto del sábado resulta una fiesta de algo más de dos horas a corazón abierto. Desde el primer momento –arrancando a capella con «El salmón»– se enciende la chispa que conecta a público y artista y que ya no se apagará hasta el final; hasta bastante después del final, habría que precisar, pues con Andrés de regreso al camerino, el respetable seguía coreando su nombre.
Resulta espectacular ver la alineación de la banda en escena, casi en formación de ataque con una compacta línea de cuatro guitarras (Julián Kanevsky, Diego García, Geny Avelló y el propio Calamaro) y bajo (el gran Candy «Caramelo» Avelló), secundados en la retaguardia por teclados (Tito Dávila) y batería (José «Niño» Bruno). Calamaro y su banda vienen a despachar rock de guitarras y no se detienen en contemplaciones, están muy rodados, bien engrasados y repasan una treintena de temas, que cubren la etapa Rodríguez –»A los ojos», «Canal 69», «Sin documentos», «Todavía una canción de amor»– y casi todos sus discos en solitario, de Alta suciedad a La lengua popular: «El salmón», «Los chicos», «Tuyo siempre», «Carnaval de Brasil», «5 minutos más», «La espuma de las orillas», «El día de la mujer mundial», «Los aviones», «Elvis está vivo» (según la versión que ha grabado Candy Caramelo y compartiendo micro solista con el jefe de filas), «Estadio Azteca», «Loco + Corte de huracán», «Te quiero igual», «Flaca», «Paloma»… Uno piensa que son estos treinta temas los que caen, pero que podría interpretar otros treinta distintos –su cancionero acapara un buen número de estandartes–, que el efecto sería el mismo: El público los conoce todos, y los canta. Sí, porque ya no se va a los conciertos a escuchar, ahora se va a cantar… Fea costumbre por la que es mejor dejarse llevar y no darle más importancia, las cosas son así y hay que asumirlas. En el fondo, esto sirve para que la audiencia lleve en volandas al grupo y que Calamaro, en su papel de frontman (a ratos con guitarra, a ratos sin ella, nada de teclados) se crezca, comedido pero hecho un gigante de la escena, cantando con gusto y sabiéndole sacar todo el partido a sus cuerdas vocales (como mostró, sobre todo, en los dos tangos, la parte del concierto donde se levanta el pie del acelerador). Al final, él y los suyos dejan una noche de entregado rock de las que no se olvidarán.
Veinticuatro horas después, y en el backstage, le pregunto a Andrés –poco antes de que comience a practicar junto a Candy Caramelo unos necesarios estiramientos para calentar previos a la subida al escenario– si todos los conciertos de la gira están siendo así de intensos, por parte de grupo y público, asiente, pero me dice que «sin el coro de anoche. Eso fue inédito, muy especial. Parecía Argentina». Y es que cuando el sábado terminaron el show, toda la banda escuchó en el escenario un espontáneo y emocionante coro de la concurrencia que duró bastantes minutos. Andrés, de rodillas, agradecía el detalle e incluso acabó por quitarse una de sus nuevas y deslumbrantes deportivas doradas… Su cara al bajar del escenario era de completa felicidad. Todavía empapado en sudor nos abrazó a los pocos que andábamos por allí detrás. Estaba pletórico, y Olga Castreno, su manager, logró que su sonrisa se ampliara todavía más cuando le anunció que las entradas para el domingo también se habían agotado.
Pero el domingo, y sin lluvia, pese a ofrecer otro show espectacular –muy similar al de la noche anterior– las sensaciones fueron distintas: El Greenspace (un local incómodo y de deficiente acústica, que los técnicos de Calamaro casi lograron doblegar) se desbordó por completo y se transformó en una olla a presión que no reducía su temperatura ni con las puertas abiertas. Si el sábado era fácil moverse por los laterales y la parte final, el domingo resultaba complicado soportar muchos minutos dentro sin salir a tomar aire. Algún desvanecimiento da la medida del punto de ebullición alcanzado. Y cuando uno se preocupa más por evitar una lipotimia, es difícil prestarle la debida atención a un concierto que, finalmente, resultó más deportivo y físico que el de la jornada anterior. Pero Valencia, tras ser cercenada –literalmente, y por la mitad– y clausurada la nave principal del Greenspace vuelve a quedarse sin una sala para aforos medios. Andrés me había comentado: «Si aquí tocaron Willy DeVille, Eric Burdon y Jeff Tweedy, es aquí donde hay que venir». Cierto. Aunque sólo sea porque ya no queda otro recinto en el que meter a 1.800 personas, las que entran en la única sala que queda del proyecto original Greenspace.
En todo caso, los apretones y el calor humano forman parte del ritual del rock and roll y hay que bregar con ellos. En Barcelona, en la sala Razzmatazz, donde Calamaro tocó el miércoles anterior, cuentan las crónicas que el sofoco fue intensísimo, y allí no había puertas para que circulara algo de aire… Por cierto, las mismas crónicas parecen gratamente sorprendidas con la orientación rockera de su nueva gira. Y es verdad que la banda actual se presenta impresionante, eléctrica, compacta y demoledora, ¿pero si exceptuamos la breve gira de Tinta roja, cuándo dejó Andrés de ofrecer rock en sus directos? Confiemos en que estos actuales halagos hacia su lado más rockero –afortunadamente no rockista– no impidan que Andrés Calamaro siga asombrándonos con los discos que le vengan en gana. Aunque muchos no quieran verlo, en gran medida su enorme encanto artístico, el que le ha dado la grandeza y lo ha convertido en una leyenda (contradictoria, sí, como las mejores), estriba en su capacidad para huir de los lugares comunes y ser un creador completamente libre.
Estás son las próximas fechas de la gira española de Andrés Calamaro:
13-IX Zaragoza. Expo.
18-IX Córdoba. Teatro Romano de la Axerquia.
20-IX Madrid. Metrorock.
21-IX Oviedo. Complejo Deportivo San Lázaro.
En la web de Calamaro puedes consultar las ciudades latinoamericanas en las que recalará en octubre.