LIBROS
«Rafael Reig habla desde el corazón, y eso no es malo, pero se le ha olvidado aplicar el filtro que lo polarice»
Rafael Reig
Amor intempestivo
TUSQUETS, 2020
Texto: CÉSAR PRIETO.
Es sabido que, en muchas de las palabras de nuestra lengua, la dicción popular va trasladando significados con alegría hacia otros territorios, a veces incluso muy alejados al uso establecido. Se llama cambio semántico, y es lo que ha sucedido —inexcusablemente, siempre lo es— con el adjetivo «intempestivo». El prefijo que aporta negatividad y el lexema —irremediablemente cargado de ese tempus latino— han dejado paso desde su significado de «que es o está fuera de tiempo o sazón» a un impreciso «que molesta, que interrumpe sin sentido». Y el primer elemento que nos acerca a una novela —evidente, su título— puede ser aquí malinterpretado. En la última de Rafael Reig no hay nada que moleste, pero que sí que hay, por lo menos, dos cosas fuera del tiempo.
Dos cosas fuera del tiempo que son las dos historias que articulan la novela —nuevo hito de la autoficción y del intento de volver a hacer carnales a los padres, la edición en España parece no salir de ahí—: la historia de su generación y la historia de su familia. Vayamos a la primera y a los primeros 80, cuando en la Facultad de Letras de Madrid floreció la generación sempiterna, la que quería dejar zanjado el asunto de la mejor novela española de su generación con la escrita por él; o mejor aún, cambiar el curso de la literatura occidental. Reig nos presenta el paisanaje del bar de la facultad, breves pinceladas sobre todos los compañeros. En lo más alto, Antonio Orejudo, con una carrera literaria estable; caído en el camino, Juan Blázquez, el que más pronto publicó, pero abandonó conscientemente literatura y vida.
El segundo eje de situaciones fuera del tiempo es el amor de sus padres. Aparentemente distantes —ambos universitarios y con posibles—, la historia los presenta como educados, complacientes y buenos. Un matrimonio como tantos, pero que hizo las Américas y que cuando empezaron a llegar los achaques de la edad parecieron fundirse en una armonía, una complicidad y un amor que parecían justificar toda su vida. Todo lo contrario que su abuela Lita, acaparadora, egoísta, siempre una presencia de injustificable soberbia que casi abruma al lector. Polo positivo frente a polo negativo.
E, igual que el bar de la facultad era su lugar central como escritor, en su vida familiar y sentimental no hay centro. Constantes huidas a Estados Unidos como lector y profesor, constantes escapadas amatorias, constantes —en los dos sentidos— amigos. Precisamente, de ellos viene el germen del libro: participa en una tertulia con escritores nacidos en los 60 y le resulta entretenida. Será el acicate para secar un vacío creativo.
Escritores que, como el citado Antonio Orejudo, guardan con Reig alguna característica común, no demasiadas: son descreídos, abundan en el amor a veces muy sutilmente y guardan escondida una pudorosa sentimentalidad. Quizás, si hay una tacha en el libro, derive de este aspecto, el desborde en las emociones sin que esté matizado por algún leve deje de cinismo. Rafael Reig habla desde el corazón, y eso no es malo, pero se le ha olvidado aplicar el filtro que lo polarice.
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Anterior crítica de libros: La buena suerte, de Rosa Montero.