Amateur: todo se reactiva tras un impasse

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«Los tres músicos recuperaron la necesidad vital de volver a hacer nuevas canciones»

 

Amateur, banda donostiarra nacida de las cenizas de La buena Vida, ha roto su silencio de siete años con su segundo trabajo, “Impasse”; un disco que cuenta con colaboraciones especiales y fue publicado el pasado mes de marzo. Sobre su historia y esta nueva etapa charlan con María Canet.

 

Texto: MARÍA CANET.
Fotos: IVORYXX.

 

Las pausas en el camino son necesarias para retomar el paso. Hallar un cobijo donde reposar para volver a abrirse al mundo. Lo saben bien Mikel Aguirre, Iñaki de Lucas y Cheli Lanzagorta, tres de los integrantes de La Buena Vida, emblemática banda del Donostisound, escena que destacó por su pop íntimo y naïf durante la década de los noventa. Tras el fallecimiento de su compañero, el bajista Pedro San Martín, en 2011, tocó encajar de golpe «la desgracia por el fallecimiento de nuestro amigo y aceptar que, tras más de veinte años, el proyecto que nos había brindado tantas experiencias y oportunidades musicales, tocaba irremediablemente a su fin», narra Mikel Aguirre.

Después de unos años «en el dique seco», los tres músicos recuperaron esa «necesidad vital de volver a hacer nuevas canciones», algo que se materializó en un nuevo proyecto, Amateur. Sin ser novatos, pero «siempre principiantes», como cantaba su amigo Rafael Berrio, volvieron al ruedo con Debut! (Sony Music Entertainment España, 2017). Defensores de la melodía pop y de «un tipo de construcción musical ajena al foco actual, donde impera la inmediatez», Amateur ha necesitado otra larga pausa (siete años), —«el confinamiento y las restricciones coincidieron con la fase de preproducción y grabación del nuevo disco y, lógicamente, ralentizaron el proceso de forma notable; no pudimos entrar al estudio de grabación hasta septiembre de 2020»—para que Impasse (Mushroom Pillow, 2024), su segundo larga duración, viese la luz el pasado marzo.

 

Mikel Aguirre: «Es un disco que suena natural, nada artificioso, ni sobrecargado. Hay espacio en las canciones, respiran»

 

Segundo disco, la resurrección

Impasse desprende calidez y calma. Las diez canciones conforman un hogar sonoro en el que anidar con el objetivo de «parar y reflexionar antes de continuar nuestro camino personal y musical». Un refugio que se empezó a construir entre 2018 y 2019: «bocetamos unas veinticinco ideas de canciones a voz, guitarra acústica y piano. Hablamos entonces con nuestro amigo Yon Vidaur para que nos ayudase a buscar un enfoque idóneo para la producción», explica Mikel. Junto a la propia banda, el productor, ha sido clave para obtener un sonido que aúna dinamismo y sencillez orgánica «es un disco que suena natural, nada artificioso, ni sobrecargado. Hay espacio en las canciones, respiran y, muchas veces, parece que son tomas únicas en las que estamos tocando todos juntos a la vez delante de un par de micrófonos. Ese era nuestro propósito y creo que lo hemos logrado», afirma Aguirre.

Ese alto en el camino permite la observación, la reflexión; en consecuencia, abraza vulnerabilidad. Perdón y aceptación son las semillas líricas de composiciones que, en palabras de Mikel, son las «más sinceras y autobiográficas que haya compuesto nunca. Hay muchas vivencias personales detrás de la gran mayoría de textos: amor, desamor, luz, sombra, esperanza…». Aunque no siga clavada, la espina deja una marca que el tiempo no borrará: «no es un disco que únicamente mire al pasado con nostalgia, sino que, más bien, habla de la aceptación de las cosas (buenas y no tan buenas) en el presente y la esperanza por encontrar luz, sosiego y felicidad en lo que nos depare el camino».

Aunque tímido, el brillo de ese amargo anhelo se atisba gracias a los luminosos teclados y a las afinaciones abiertas de las guitarras acústicas escuela Tom Petty en cortes como “El marcador” o “Jane, dulce Jane”: «tanto en solitario, como con los Heartbreakers (¡qué banda!), es un referente para mí. Lamenté muchísimo su fallecimiento. Durante la composición de Impasse estuve muy colgado del Wild flowers, que tiene ese aroma agridulce, pues hay tristeza, aceptación y nostalgia… Pero también hay ilusión por tratar de superar los sinsabores de la vida y tratar de ser lo más feliz que se pueda. Me siento muy identificado con todo eso», destaca. Las influencias norteamericanas se cuelan en “Claro de luna”, donde sobresalen armónica y pedal steel, sonoridades de las que Mikel se empapó tras su estancia en Estados Unidos: «viví allí durante un año en mi adolescencia, y aunque ya escuchaba a Dylan, a los Beach Boys, The Byrds, Love, etc, pude conocer propuestas que hasta entonces desconocía que me volaron totalmente la cabeza como The Band, CSNY, Jackson Browne, James Taylor, Tom Waits, Carol King, Todos ellos han influido en la manera de componer y en los colores que nos gusta que tengan nuestras canciones».

Los crescendos melódicos y la repetición de estrofas envuelven al oyente en la solemne “Maneras de quererte”, que arranca con un delicado arpegio inspirado en el Fifty ways to leave you lover de Paul Simon, o “Fue una vez”, donde la voz de Mikel retumba como un mantra, con cierto aroma a «la parte tranquila del “Heroin”, de la Velvet Underground». Un corte gris plomizo como la mañana lluviosa, «de esas con siri-miri donostiarra», en la que surgió: «enredaba con una guitarra acústica, tratando de mejorar mi fingerpicking mientras miraba por la ventana… La terminé del tirón, letra incluida, ¡en media hora!», señala.

Sorprende, a modo de impasse instrumental, “Coda en sol”, de corte clásico con piano y cuerdas que, en palabras de Mikel, posee «aires cinematográficos». Una idea de Cheli Lanzagorta orquestada por Joserra Senperena, cuya breve duración, le convierte en «un caramelo que se agradece y saborea con gusto en contraposición a otras canciones más extensas que requieren un degustar más sosegado».

 

Diego Vasallo: «Estoy muy feliz por haber participado en el disco. Les dije que sí desde el principio».

 

El optimismo de “Vendrán días mejores” reconforta como el calor del regazo materno al son de una nana, cuya percusión se aproxima a «la bossa nova, el bolero de Machín, aunque también es un guiño a “Blackbird” y a esas canciones de los Beatles con ciertos guiños latinos, como “And I love her”. También hay algo de Mancini y Nino Rota que me recuerda al Mediterráneo y los aires napolitanos», explica. Su mensaje, «siempre adelante, pase lo que pase, llegarán días felices y momentos que disfrutar», contrasta con “Duelo sin cumbre”, oscura, polvorienta y fronteriza, con un acordeón inspirado en la chanson francesa de Brel, Aznavour o Gainsbourg, una influencia «siempre importante en nuestra música». La letra de Harkaitz Cano es uno de los dos temas que entonaron junto a Diego Vasallo —«es un buen amigo nuestro. Desde el principio, pensamos que su voz encajaría de maravilla como contrapunto, y así fue, le va como anillo al dedo, con ese fraseo tan personal»— que se revela «muy feliz por haber participado en el disco. Les dije que sí desde el principio. Ellos eligieron las canciones, aunque hay una que se quedó fuera y que ojalá recuperen. Mikel me parece un gran escritor de canciones», comenta.

La voz de Isa Cea (Triángulo de Amor Bizarro) también acompaña a Mikel en “El huerto provenzal”, que su autor señala como «la canción más pegadiza del álbum. Trata de capturar la sensación eufórica de volver a enamorarse tras una ruptura amorosa. Sintiéndote desamparado, de repente, surge un chispazo entre dos personas, y de nuevo te sientes vivo, feliz, ilusionado… Pero como casi todo lo bueno en esta vida, acaba pronto, y entonces te preguntas: ¿qué nos sucedió?». Una colaboración sugerida por Mariano Tejera, manager del grupo, que Cea recibió con «muchísima ilusión. Tengo un recuerdo de cuando empecé a tocar el bajo, en una habitación destartalada de un piso en A Coruña, escuchando “Que nos va a pasar”, de La Buena Vida. Seguramente, con ese tema di mis primeras notas “comprensibles” sobre un bajo. Para mí son toda una inspiración», reconoce la artista.

El deseo de un porvenir mejor late en “Los hijos”, una reflexión sobre la fugacidad del tiempo y la voluntad de que «los que vienen por detrás de nosotros, nuestros hijos, aprendan de los errores y traten de hacerlo mejor». Una ilusión que cierra el álbum, suspendida con un fadeout que pretende «dejar la sensación de que el disco, la canción, la vida continúan». Todo ciclo se reactiva tras un impasse.

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