“Los afanes intolerantes, la absoluta falta de sofisticación intelectual y una sensibilidad digna de un molusco conspiran contra la sugestión y la belleza”
Julio Valdeón reflexiona sobre la decisión del Gobierno de Navarra de considerar machistas canciones de Amaral, Loquillo o El Canto del Loco, considerando la iniciativa como una forma de manipular y acotar el arte.
Una sección de JULIO VALDEÓN.
¿Qué provoca más bochorno? ¿La noticia de que ‘Sin ti no soy nada’ de Amaral promueve el sexismo y ‘La mataré’ de Loquillo y Trogloditas la violencia de género? ¿O los aspavientos de los que gritan “faaalsa, noticia falsa, el programa educativo no dice qué debes escuchar ni prohíbe canciones”? Acabáramos. Solo faltaba que alguien, un profesor, un político, un tuitero, recupere las prerrogativas del viejo cura del pueblo. No digamos ya permitir que publique un remozado “Index librorum prohibitorum”.
Respecto a la noticia en sí, resulta asombrosa por varios motivos, y no es menor la confusión entre la sana apuesta por fomentar una lectura crítica del mundo y del arte y la primitiva creencia, superstición, de que tararear “Solo quiero matarla / a punta de navaja / besándola una vez más” puede inducir al crimen. Homologable a la hipótesis de que el visionado de “Kill Bill” persuade a destripar vecinos mediante katana o que “Moby Dick” imantará al lector de un odio profundo y duradero hacia los cetáceos albinos. Todavía si hablásemos de niños, ya saben, el mantra de los videojuegos y la violencia (por cierto, desmentido por casi todos los estudios científicos) lo entendería. Pero hay más. Por ejemplo. La patética confusión entre la crítica de arte y el trabajo social. O entre el propio arte, que puede ser problemático y turbulento, incluso violento u obsceno, y los comisarios políticos. Convencidos de su inutilidad más allá de la instrumentalización filantrópica como herramienta de ingeniería social. Por no hablar de que esos mismos comisarios desconocen o desprecian las necesidades del lenguaje poético. La existencia de recursos como la metáfora, la hipérbole, la alegoría, el oxímoron y etc.
Al patrullero de la moral, al burócrata del BIEN, al enemigo del arte degenerado y a los modernos catequistas, amamantados todos con los enjuagues mentales de la posmodernidad y, al mismo tiempo, con los podridos axiomas del buen totalitario, las palabras oblicuas, las imágenes oscuras y las paradojas les repugnan por incontrolables. Niegan la potestad del arte, por no decir el mandato, para reflejar la condición humana y la soberanía del artista a la hora de dar voz a personajes y situaciones no necesariamente edificantes o amables, del Springsteen de “Nebraska”, que habla en boca del asesino Charles Starkweather, al ficticio y repugnante Humbert Humbert de la por tantos motivos deslumbrante “Lolita”. Llegan, por la vía de una bondad muy esponjada y autosatisfecha, a conclusiones similares a las de los nazis cuando bramaban contra el arte degenerado o los estalinistas respecto a la obra de Nadezhda y Osip Mandelstam.
Cabe añadir el ridículo de constatar que parecen ignorarlo todo respecto a los sentimientos que desencadenan las relaciones amorosas, la complejidad del erotismo, el miedo a la pérdida o la existencia de animalitos como la desesperación, el deseo o los celos. En su mundo blandiblú, que no admite otra cosa que la existencia de eslóganes biempensantes, la turbación, el deslumbramiento o la angustia han sido prohibidos y las canciones, las novelas, las pinturas o el cine solo funcionan como transmisores del evangelio homologado por los censores que tanto nos aman y a los que tanto amamos. Los afanes intolerantes, la absoluta falta de sofisticación intelectual y una sensibilidad digna de un molusco conspiran contra la sugestión y la belleza. E igual que siempre los enemigos de los poetas solo merecen el desdén de los hombres, ¡y las mujeres!, libres.
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Anterior entrega de Combustiones: Bob Dylan: Sangre en las cintas.