COMBUSTIONES
“Como ha escrito el propio Simon, solo por la Primera Enmienda de la Constitución, garante de libertades, y los doce compases del blues, tienes que amar a EEUU”
La muerte del pianista Henry Butler y la rabia de David Simon contra Donald Trump tras la masacre en una redacción estadounidense se entrecruzan en la columna de Julio Valdeón con la misma intensidad con la que le cautiva la fascinante y musical Nueva Orleans.
Una columna de JULIO VALDEÓN.
Murió Henry Butler. Pianista superdotado. Heredero de Professor Longhair y otros príncipes de la Crescent City. Ciego desde la infancia a consecuencia de un glaucoma, parece que también fue un estupendo e insospechado fotógrafo. Lo recuerdo a los pocos días de regresar de Nueva Orleans. Quise contarlo antes y se cruzaron otras historias. Pero pide sitio la ciudad de Tremé, la maravillosa, violenta, ruidosa y picante joya engastada a orillas del Misississippi. Máxime estos días en los que David Simon, bendito sea, no deja de publicar tuits en los que masacra con justa ira y un imbatible repertorio de insultos al impresentable rubio de la Casa Blanca. En la penúltima masacre, la del tronado que abrasó a plomazos una redacción, murieron varios colegas del autor de “The wire”. Apenas 48 horas antes Donald Trump había insistido en que la prensa es enemiga del pueblo. Nada que no hayamos conocido en Europa o Hispanoamérica. Sorprendente en el país de Lincoln: carecen de tradición en el arte de emporcar a los periódicos. Al menos con la histórica soltura demostrada por nuestros tiranobanderas de rigor.
En los escasos dos días que estuve allí, en Nueva Orleans, tuve tiempo para volver a conectar con su exuberante escena musical. Potente incluso a pesar de la invasión turística, que hace de Bourbon Street y aledaños un infranqueable desfile alcohólico. De pura casualidad tropecé con un cartel que anunciaba a Kermit Ruffins. Lo recordarán, imagino, de la serie de Simon. Un trompetista inventivo y poderoso, en la gloriosa tradición de Louis Armstrong, y un vocalista preciso y sugerente, corto de fuelle pero largo de intención, conocimientos y duende. Por supuesto que hubo momentos, mediado el recital, cuando empezó a invitar a colegas al escenario, que aquello tuvo un punto funcionarial. De tipo con muchas horas de vuelo y no excesivas ganas de jugarse el cuero. Pero cuando quiso, cuando le dio por esforzarse, ay amigo, su trompeta parecía una ametralladora de oro líquido. Jazz especiado, tradición cruda, estándares revividos por la imperial mano de un músico capaz de recodarte, en apenas una hora, por qué este país merece tanto la pena. Mucho más de lo que uno podría suponer cada vez que enchufa la tele y topa el hocico trumptiano. Como ha escrito el propio Simon, solo por la Primera Enmienda de la Constitución, garante de libertades, y los doce compases del blues, tienes que amar a EEUU. O en su defecto, Nueva Orleans. Ciudad obligatoria.
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