Amanecer en el Almanaque chatarra

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LA ESPUMA DE LOS DÍAS

«Ese raro talento que adorna las mejores canciones de los Kinks, los mejores libros de Boris Vian y los mejores reportajes periodísticos se toca, se huele, se adivina en cada una de las páginas del Almanaque chatarra de Eduardo Bravo».


La espuma de los días es, quizá, la mejor novela de Boris Vian, un libro disparatado, poblado de extraños personajes que se mueven en un universo absurdo. Personajes insólitos, grotescos, entrañables, como los que pueblan el
Almanaque chatarra de Eduardo Bravo.

 

Una columna de LUIS LAPUENTE.
Foto: DIRK NEVEN / WIKIPEDIA.

 

«Ninguna cosa importante puede tener un origen arbitrario, y si yo toreaba como lo hacía era porque en el campo, y de noche, había que torear así», escribía Manuel Chaves Nogales en su libro Juan Belmonte, matador de toros, bendita especie de almanaque alambicado sobre la vida de uno de esos personajes de fábula que poblaron la sociedad española a lo largo de la primera mitad del siglo XX.

Según el diccionario de la RAE, un almanaque es una «publicación anual que recoge datos, noticias o escritos de diverso carácter». Ray Davies le añadió a esa fría definición unas gotitas de magia cotidiana en su maravillosa “Autumn almanac”: «Del seto empapado de rocío se arrastra una oruga / cuando empieza a despuntar el amanecer. / Todo es parte de mi almanaque de otoño». Ese raro talento que adorna las mejores canciones de los Kinks, los mejores libros de Boris Vian, los mejores reportajes periodísticos y los mejores libros de Chaves Nogales, se toca, se huele, se adivina en cada una de las páginas del Almanaque chatarra de Eduardo Bravo, publicado por Efe Eme hace un par de meses, un libro adictivo ya desde su subtítulo: Efemérides subterráneas y vidas ejemplares.

Dicen que una de las primeras reglas del periodismo es la de evitar la primera persona del singular a la hora de opinar sobre algo o alguien. Dios me libre de compararme con Juan de Pablos o con Hunter S. Thompson, maestros del gonzo y el subjetivismo, pero tengo que reconocer que a veces es inevitable, y hasta obligatorio, dejarse llevar por el entusiasmo e incluso por las tripas cuando de transmitir emociones se trata: recuerdo como una bendita epifanía el primer libro de Eduardo Bravo que cayó en mis manos, convaleciente de una cirugía de vesícula biliar, Villa Wanda (Autsider División Sesuda, 2017), descrito sucintamente por su autor como «un pasquín que hará las delicias de los amantes de lo acojonantemente majareta que resulta la realidad política de todos los tiempos. Si aquí nos creemos en la cumbre de lo top de lo más alto en cuanto a personajes de bizarrismo maléfico, debemos dejar un lugar en el podio para Licio Gelli, habitante de Villa Wanda y gran maestre de la logia Propaganda Dos. Promotor de golpes de estado, terrorismo internacional, mafia, tráfico de armas y drogas, financiación ilegal de partidos, dinerete mangarrán, extorsiones y asesinatos, qué digo asesinatos, matanzas».

Aquello parecía una edición extendida de los artículos de la añorada Mondo Brutto, que al propio Eduardo le parece «la mejor revista de cultura popular española de las últimas tres décadas e incluso más. De hecho, me sorprende mucho que no se reivindique con más frecuencia, como sucede con Star, con Vibraciones o con Ajoblanco, o que no se hagan exposiciones sobre la publicación en centros de arte tipo CCCB de Barcelona o en La Casa Encendida de Madrid. Creo que a toda una generación Mondo Brutto nos enseñó que se podía hablar de cultura popular con frescura, con erudición, sin solemnidad y con mucho sentido del humor».

Varios libros después, decenas de artículos deliciosos y delirantes en revistas de postín de por medio, Eduardo Bravo vuelve con otra colección de historias abracadabrantes en Almanaque chatarra, donde lo mismo nos revela la vida y milagros del payaso Rámper, de William S. Burroughs o de Manolita Chen y su circo ambulante, que las desventuras emocionales de Karen Carpenter o de la sin par Marisa Medina, y donde nos alumbra sobre el origen de la factoría Disney o del misterioso Rotary Club («en el que no entra quien quiere, sino quien puede»): «Cuando se publicó, un rotario me escribió para decirme que, a diferencia de otros artículos que había leído sobre el tema, el mío estaba bastante bien, aunque me advertía de algunas cosas que, según él, no eran del todo correctas, por lo que estaría encantado de quedar conmigo para explicármelo. Le agradecí el comentario y la buena disposición, pero no acepté la invitación. Me pasó algo semejante con un miembro de la secta Edelweiss. En mi libro Ummo, lo increíble es la verdad (Autsider Cómics, 2019) se habla de esta secta de pederastas y se explica su vínculo con el caso Ummo, y a través de Linkedin, uno de los jefes de la organización me contactó para explicarme también que en realidad la cosa no fue como los medios, los jueces y las víctimas contaron. Que cuando quisiera, él me lo explicaba tranquilamente. En este caso creo que ni siquiera respondí al mensaje».

Los libros y las semblanzas biográficas de Eduardo Bravo son hoy más necesarios que nunca. Esa visión casi quirúrgica con que desvela el alma de sus personajes, un panóptico compasivo y burlón, fascinado y sutil en sus observaciones, le sitúa al nivel de los grandes cronistas contemporáneos. Como Boris Vian, documentalista oficioso de la bohemia parisina de posguerra. Como Chaves Nogales, gigante de las letras españolas en libros y artículos impagables como Narraciones maravillosas y biografías ejemplares de algunos grandes hombres humildes y desconocidos o El maestro Juan Martínez que estaba allí, publicados en Libros del Asteroide. Como el Tom Wolfe menos impostado de El coqueto aerodinámico rocanrol color caramelo de ron (Tusquets, 1997).

Eduardo Bravo vive con pasión su oficio de francotirador diletante, siguiendo también las enseñanzas de Boris Vian: «Podría haber sido respetable, / vender aspiradores, / almorzar al mediodía / con la esposa de mi alma. / Habría tenido una vida tranquila, / chavalines y mucho respeto, / un cochecito… / Pero había un pero…» (“J’aim’ pas”, algo así como “No me mola”). Por eso mola Almanaque chatarra, por su aliento inconformista y por su empeño en reivindicar a los olvidados de la cada día más empobrecida y políticamente correcta cultura oficial. «Me llama mucho la atención», confiesa Bravo, «que personajes y artistas que durante mi infancia y adolescencia eran referentes culturales por lo brillante y original de su obra, ahora estén prácticamente olvidados. Es un fenómeno que sucede con gente como Frank Zappa o Russ Meyer». Sic transit gloria mundi.

Anterior entrega de La espuma de los días: Lady Blackbird. ¿De qué hablamos cuando hablamos de soul?.

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