DISCOS
“Una obra preciosista pero no pretenciosa; fuerte, pero no dura”
Havoc
“Amado líder”
SUBTERFUGE
Texto: CÉSAR PRIETO.
Hace dos años y medio dábamos cuenta del primer elepé del donostiarra Havoc, “Lo saben los narvales”, un proyecto que resultaba rasgado y barroco, crudo y melódico a la vez, atento a la electrónica y marítimo. Su segunda estación, “Amado líder”, no niega esta personalidad de hechuras sensibles, pero la matiza un tanto. De hecho, excepto el último de los diez temas, ‘Sabotaje’, extrañamente bailable, obsesivo, sin descanso en la parte sintetizada y perfecto para un anclaje en clubs de baile indie, el disco se mueve por otros derroteros. Senderos bien trabajados por Yon Vidaur, que asumía también la producción de su primer disco, aquí acompañado por el activista y rockero irunés Iñaki Estévez.
Ya desde la portada se ofrece el tono que van a tener los surcos. Mario Feal, que se prodiga poquísimo –algún disco para Subterfuge y poco más– pero es seguramente el diseñador de portadas más afín al pop art, idea una precisa maravilla. Julia Margaret Cameron, una fotógrafa de la Inglaterra victoriana, le ofrece un arcaísmo en forma de imagen que él retoca para convertirlo a la vez en romántico y extrañamente actual a la vez. Y así son las canciones, llenas de un cierto misterio, pero perfectamente integradas en los colores modernos.
Como un ciento de discos de este último año, Havoc enlaza lirismo y fuerza, desde la apertura con ‘Cosas’ tiran de todas las épocas y fagocitan todo lo que les parece. Aun así se destaca una marcada personalidad que le lleva a hacer una obra preciosista pero no pretenciosa; fuerte, pero no dura. Conviven en ella sin traumas los arabescos en la guitarra de ‘Flúor’ con la distorsión y las cuerdas en órbita, musculosas y pesadas, de ‘La chica del tiempo’.
Un conjunto equilibrado en el que se da cabida a la ligereza, como en la luminosa ‘Será’ o en ‘Amanecer’ que no rechaza acercarse a la felicidad de Los Diablos –lo dicho, cualquier cosa vale para el pop de este año–, junto a obsesiones sonoras como ‘Cometas’ o la anteriormente citada ‘Sabotaje’. Y en el punto central ‘Oh, master’, más reposada, romántica incluso, sentida y pasional, en un conjunto en que sin enfangarse en ellos, sin hacerse farragoso, tiende a este desborde de sentimientos. La prueba está en que, al acabar los diez cortes, el disco sabe a poco, necesitamos más.
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Anterior crítica de discos: “A kind revolution”, de Paul Weller.