«Me parece estupendo que se restaure nuestra dignidad profesional y que ahora goce de oportunidades que entonces se me vetaron»
Como homenaje y recuerdo a Alfonso Santisteban, recuperamos esta entrevista que le hizo Luis Lapuente y que publicamos en EFE EME 40, en el año 2002. Entonces decíamos que «por edad, cultura y talante, Alfonso Santisteban tendría que compartir en la memoria colectiva del pop español un puesto al lado de artistas foráneos como Henry Mancini, Burt Bacharach o Jerry Goldsmith». Totalmente cierto.
Texto: LUIS LAPUENTE.
La discográfica madrileña Subterfuge continúa alimentando su catálogo «Música para un Guateque Sideral» con fantásticos artefactos de otra época más ingenua, desenfadada y quizás inconscientemente feliz. Los años del tardofranquismo, de la transición y de la incipiente democracia, cuya banda sonora quedaría irremediablemente coja sin las melodías multicolores del gran Alfonso Santisteban, un músico brillante, ácido y descreído, de quien el gran público recuerda apenas unos pocos brochazos de ingenio alimenticio (las sintonías televisivas de ‘Aplauso’, ‘Bla, Bla Bla’, ‘Palmarés’ o ‘Música y Estrellas’) y que hoy podemos disfrutar en todo su esplendor, más allá de la moda o la nostalgia, gracias a maravillosas colecciones de jazz/pop instrumental como «Alfonso Santisteban y su piano mágico» (1998), «Jazz natural» (1999), «El callejón de los sueños perdidos» (2000) o el reciente «Verano del 72» (2002). Treinta años después de la edición de aquel álbum burbujeante, Santisteban se muestra orgulloso de la expectación generada ahora entre los más jóvenes por unas canciones calificadas en su día de frívolas, horteras y (¡el gran pecado!) pegadizas.
No quiero empezar amargándote la entrevista, pero he estado rebuscando en libros antiguos, revistas y enciclopedias de cine y, la verdad…
No me digas, me ponen a parir, ¿verdad?
En el mejor de los casos, sí. En una de esas enciclopedias se lee: “Principalmente influenciado por el estilo italiano de los setenta, Santisteban se especializa en sintonías televisivas, con una estética pop realmente hortera y de melodías pegadizas”. En otras, ni te citan.
No te preocupes, ya estoy acostumbrado. Y si aparece Algueró, seguro que tampoco le hacen justicia. El lugar común es asociar Santisteban con música pachanguera. Nos han puesto a parir siempre, tanto a mí como a Augusto Algueró. El que ha tenido más suerte es nuestro amigo y colega Antón García Abril. Él se ha librado porque se metió en el mundo de la música clásica. Lo curioso es que ahora me encuentro con un montón de gente muy joven, que es la que me interesa, mis hijas, por ejemplo, que se vuelven locas con mis viejas composiciones, y que me reivindican. Y esa fortuna no la tuvimos en su momento, cuando nos vituperaron constantemente, nos llamaron de todo, vividores, borrachos, protegidos del franquismo. Me cago en la leche, si yo llegué a estar en la cárcel en la época de Franco. El único consuelo es que después de todo ese escarnio, ahora nos reivindican.
Por cierto, hay cierta controversia sobre tu fecha exacta de nacimiento.
¡Ah!, pues no sé por qué. Nací en 1943, el 28 de junio. Soy muy mayor, tremendamente mayor, asquerosamente mayor [risas]. Ayer me ocurrió una cosa muy divertida, en medio de un homenaje que nos rindieron a Algueró, a Antón y a mí, como tres viejas glorias de la música televisiva. De repente, se me acercó un tío y me dijo: “Pero usted es un carroza”. Y yo le respondí: “Sí, carroza ahora, pero cuando compusimos todas esas sintonías, yo tenía 27 o 28 años. En el 72, por ejemplo, cuando hice el disco que ahora saca Subterfuge, acababa de cumplir 29 años”.
¿Qué opina Algueró de todo este movimiento de rescate de vuestra música de los años sesenta y setenta?
Él se muestra bastante reacio. Al principio, de hecho, estaba horrorizado, lo consideraba un ejercicio de nostalgia sin demasiado sentido. “Esto es otra época”, decía, “nosotros ya no somos los mismos”. Y no ha querido sacar nada con Subterfuge ni con ninguna otra compañía. Ahora ya lo va encajando, piensa que es bueno que se recuperen aquellas composiciones que entonces quedaron sepultadas en el olvido. A mí, sin embargo, me parece estupendo que se restaure nuestra dignidad profesional y que ahora goce de oportunidades que entonces se me vetaron.
¿Conoces el recopilatorio «Spanish grooves», donde aparecéis junto con otros benditos malditos de la época?
Sí, claro, pero tengo una queja que hacerte, en lo que a mí respecta. Elegisteis una pieza muy cortita y poco representativa, además de instrumentalmente pobre. Entonces grabábamos con orquestas de cuarenta músicos y metíamos muchos cortes de relleno en las películas, esbozos instrumentales que servían solo para apuntar un cambio de escena y detalles por el estilo. La próxima vez, llamadme y os recomiendo alguno del que me sienta más orgulloso. El otro día comí con Algueró y comentamos el asunto: él protestaba porque su canción (‘Bocaccio soul’) no estaba muy bien grabada; claro, era sonido analógico, pero, al fin y al cabo, es un clásico que había que sacar casi obligatoriamente. Pero es que el mío es un corte de relleno.
En los países anglosajones llevan años y años reivindicando a sus compositores clásicos. Allí, Bacharach y Mancini son intocables. En cambio, aquí…
Es lo de siempre. A Burt Bacharach le conocí en el 88, grabando en la Filarmónica de Los Ángeles. Él estaba terminando de arreglar los temas de la película Arthur, el soltero de oro, aquella comedia con Dudley Moore, y tuvimos oportunidad de hacer una buena amistad, más allá de la cordialidad. Él no me conocía, por supuesto, pero cuando se enteró de que llevaba escritas más de ciento treinta bandas sonoras (como Algueró, García Abril o Carmelo Bernaola), me preguntó si no era millonario. Yo le respondí: “No tengo casi ni para comer”. Y el tipo no se lo creía; él apenas había compuesto unos veinte «scores» y vivía a cuerpo de rey con tres o cuatro al año, así que le costaba asimilar la porquería que te pagan aquí por los derechos de autor. En fin, lo que te decía: vituperados, maltratados, relegados y encima pobres.
¿Cómo empezaste a trabajar para el cine?
Por cansancio de otras cosas. Di mis primeros pasos profesionales a principios de los años sesenta, ocho años antes de terminar la carrera de música. Empecé tocando el saxo en un grupo de jazz, mientras estudiaba. Por aquel entonces, mi padre me consiguió un contrato en el Ministerio de Agricultura para escribir música para unos documentales que se titulaban «Tierras de España», y que solían poner después del NODO. Ahí me tocó dirigir, por ejemplo, a la Orquesta Sinfónica de Madrid. Me pedían temas concretos y yo me iba curtiendo como compositor mientras me ganaba un dinero. Pero mi pasión era el jazz, así que me esforzaba por tocar el saxo y la verdad es que lo tocaba muy mal, rematadamente mal. Tan mal que un día me vio [Pedro] Iturralde en el Whisky Jazz y me dijo: “Alfonso, como compositor eres estupendo, pero como saxofonista, un auténtico desastre”. Y, claro, lo dejé.
De ahí pasaste a la canción folclórica de aires flamencos.
Sí, y fue una casualidad, porque yo odio el flamenco, ni me gusta ni lo entiendo ni me interesa. Pero un día, en 1965, me presentaron a un personaje fantástico llamado Bambino y me atrapó su encanto, me identifiqué con su modo de ver las cosas. Me pidió algunas baladas, unos boleros y yo se los escribí en mi estilo, con textos de Salvador Távora y otros amigos suyos. Le escribí alrededor de cincuenta canciones en total. Recuerdo que el primer día, Bambino se presentó con Paco de Lucía, que no tenía ni idea de música, para que le tocara al piano las canciones que le había escrito. Entonces, Paco las asimilaba y les daba un aire de tanguillo o las cambiaba por bulerías. En fin, la locura. El caso es que la voz se corrió y me pasé tres años escribiendo canciones para Lola Flores, Paquita Rico, Carmen Sevilla, Peret y no sé cuánta gente más. En fin, que escribí unas quinientas canciones en tres años, y todas en ese plan flamencoide.
¿Y ningún cantante pop te pidió alguna?
Hombre, sí. Escribí una canción para Massiel, creo, o no sé si fue Karina o Rosalía, no me acuerdo. Augusto sí hizo muchas, para Nino Bravo, por ejemplo. Y Juan Carlos Calderón y, claro, Manolo Alejandro, que solo escribía canciones. Pero eso nunca fue lo mío.
En cuanto al cine…
En el 68, debuté con Manolo Summers, después de haber decidido olvidarme para siempre de la pesadilla de las canciones de encargo. Recuerdo que me llamó Manolo Summers y le dije que el sueño de mi vida era trabajar en el cine. Mi primera banda sonora fue «¿Por qué te engaña tu marido?», una cinta basada en una obra de Wenceslao Fernández Flórez. En honor a la verdad, yo ya había hecho antes una cosa anecdótica para el cine norteamericano, casi por casualidad. Resulta que un compositor había dejado la música a medias y se había largado, y mi amigo Franciso Lara Polop, que era el jefe de producción me pidió que terminara la música. La película se titulaba «El perfume de las mariposas». Paco Lara, entonces, me presentó a Summers, a Tito Fernández y a un montón de conocidos suyos.
También fuiste muy prolífico en ese género.
Sí, entre el 68 y el 82 hice ciento treinta películas. La última que me propusieron y no acepté, por cansancio, fue «Demonios en el jardín», de Manuel Gutiérrez Aragón. Ni siquiera llegué a leer el guión. Estaba harto de escribir música para películas infames y renuncié justo cuando me propusieron una que luego sería buena, vaya paradoja. Pero me pilló con la decisión de abandonar ya tomada.
Trabajaste mucho en Italia en los años setenta.
Desde luego, pero allí fue aún peor. Hice muchas películas italianas, casi todas de serie Z, cosas guarras como no te puedes imaginar. Si te contara… he visto a la Cantudo, a Sara Mora, a Agatha Lys en películas completamente guarras, porno duro de lo peor. Nos ficharon a Waldo de los Ríos y a mí para la misma productora italiana y fuimos con mucha ilusión, pensando que nos codearíamos con Morricone y todos esos genios, pero a la hora de la verdad, las buenas películas se las daban a ellos y a Waldo y a mí solo nos dejaban las guarras. Nosotros queríamos trabajar con Fellini pero no hubo manera. Waldo era muy amigo mío y un gran tipo.
Antes te habías casado con la presentadora Marisa Medina. ¿Tuvo esa boda alguna influencia en tu carrera?
Creo que no. Entonces nos sacaban todas las novias a Algueró y a mí. Pero aquello ni me perjudicó ni me benefició. Yo la hice cantar y no le fue mal del todo, y también la animé a escribir, porque tenía una vena muy interesante.
«Hacíamos la música con el sintetizador, imitando a Morricone, y nos salían las bandas sonoras como churros. Pero en el 82 decidí mandarlo todo a la mierda»
Volviendo al cine italiano, ¿no te acuerdas de ninguna película en especial?
Quizás un par de ellas que no eran malas del todo, sobre todo una de Salvatore Samperi, con Laura Antonelli, pero la mayoría eran guarras y westerns, muchos spaghetti western con directores italianos que firmaban como Frank O’Connor o Jeff Hudson. Los rodaban en Almería y eran horrorosos. Hacíamos la música con el sintetizador, imitando a Morricone, y nos salían las bandas sonoras como churros. Pero en el 82 decidí mandarlo todo a la mierda y regresé a España para empezar de nuevo. Y ya no he vuelto a escribir una sola banda sonora.
¿Te fue mejor en la televisión?
Digamos que me dio de comer durante mucho tiempo, aunque hoy mucha gente solo me recuerda por la sintonía de ‘Aplauso’ o la de ‘Bla, Bla, Bla’, que no son en absoluto representativas de mi carrera. Entré en TVE en 1968, con el espacio ‘Fórmula Top’ y lo último lo hice con Tola, un programa titulado ‘Si yo fuera presidente’, donde sacamos a Sabina y a Krahe, que entonces actuaban en La Mandrágora. Yo llevaba la parte musical y allí estuve hasta que llegó José María Calviño a la dirección. Me acuerdo que un día, al poco de aterrizar, bajó al plató, nos dio la mano a todos y a mí me dijo: “Enhorabuena por su trabajo, pero me han dicho que no es usted del Partido”. Yo le respondí que no, que ni era de su partido ni de ninguno, que solo me sentía a gusto en el mío, el de Alfonso Santisteban. Entonces me sugirió que me afiliara y yo le repetí que no pensaba hacerlo, ni a su partido ni a ningún otro. A los quince días me echaron. Luego trabajé en Antena 3, con Martín Ferrand, estuve dos años de director artístico y musical, entre el 88 y el 91. Compuse todas las sintonías de la cadena, un trabajo precioso. Y, por fin, me marché a Hollywood, donde también hice de todo y conocí a mucha gente interesante.
Incluso creo que llegaste a escribir música clásica.
Sí, tengo estrenada una sinfonía [titulada «Amadeus»] en Estados Unidos, con la Filarmónica de Los Angeles. Dirigí muchas orquestas, entre ellas la de Chicago, y cuartetos de cámara. Y grabé incluso una obra propia, sobre temas de los Beatles y Mozart, pero llevados al siglo XVIII: todo va con chelos y con fugas, mezclando «La flauta mágica» con ‘Yesterday’ y cosas así. Allí salió en el 88 y fue disco de platino.
¿Y no lo editaste en España?
No, aunque lo intentó Rafael Trabuchelli, aquel productor italiano que creó escuela en el sello Hispavox. Trabuchelli era buen amigo mío, una persona encantadora. Salió mal de Hispavox, con problemas, y fundó su propia compañía. El hombre se las apañó para conseguir los derechos de autor de todos los temas del disco, hubo que negociar con Michael Jackson, que tenía los de Lennon & McCartney, y con George Harrison, por ‘Something’. Un lío, vamos, y cuando por fin lo tenía todo a punto, quebró su empresa y el álbum se quedó en las máquinas. Luego, ya nadie se ha interesado por él. Y a Trabuchelli no he vuelto a verle ni tengo noticias de él.
¿De qué has vivido desde entonces?
Pues aparte de los derechos de mis viejas canciones, un poco de todo. He hecho todo tipo de encargos, toneladas de arreglos para temas de jazz y ligeros, también teatro, como productor, he coproducido cine, he tenido restaurantes, salas de fiestas, etc. Trabajé durante once años para Matías Posada, entonces dueño del Teatro Apollo, pero terminamos muy mal, porque yo le reclamé mis derechos de autor, de los que solo me dejaba el 50 % (el resto lo ingresaba él) y no solo no aceptó mis demandas sino que pretendió quitarme otro 25 % para dárselo a la corista. Lo aguanté durante tantos años porque, pese a todo, se ganaba mucho dinero, en ocasiones se hacían taquillas de más de tres millones de pesetas en una sola noche.
Pero ahora que te llega el reconocimiento público, ya estás retirado.
Sí, en el 93 sufrí mi primer cáncer de pulmón. Desde entonces, he estado machacado por las enfermedades, he superado dos cánceres, la radioterapia, diecisiete operaciones, tengo siete u ocho by-passes en mi cuerpo. Estoy jodido de verdad. Así que en el 98 me largué a Marbella a descansar. Soy amigo de Jesús Gil, he escrito el “Himno de Marbella”, dirijo tres programas en la televisión local y me queda la ilusión de publicar algún día un proyecto ambicioso que tengo entre manos hace tiempo, una cosa un poco extraña, medio sinfónica, medio jazz, con sintetizadores mezclados con una orquesta sinfónica y un cuarteto de jazz. El problema es el dinero que cuesta la producción de un disco de esas características, que, además, no encaja en el catálogo de Subterfuge.
Cuéntame cómo se gestó la grabación de «Verano del 72».
A mí me encantaba, y me encanta, la bossa nova, tanto como la música de los compositores americanos, Mancini, Isaac Hayes y demás. En el 68 grabé un álbum titulado «Bossa 68», al estilo de los de Sergio Mendes. Dos años después viajé a Brasil, a Río. Allí coincidí con mi amigo Pelé, que me llevó al estadio Maracaná, a ver un partido Flamingo-Fluminense. Luego fuimos al Café Ipanema, donde Jobim y Vinicius habían escrito su famosa ‘Garota de Ipanema’. Allí estaban ellos con Sergio Mendes y Herb Alpert. Jobim me dedicó uno de sus discos, aunque no llegó a colaborar en ningún tema de «Verano del 72», que se grabó íntegramente en España poco después con temas originales y piezas rescatadas de películas mías.
¿Qué otras cosas tienes previstas con la compañía madrileña?
En Subterfuge tienen que sacar cuatro álbumes más, además de «Verano del 72». Casi todos son de músicas antiguas, porque lo nuevo no vale para venderlo con la etiqueta Música para un Guateque Sideral.
¿Te interesa algún compositor de cine español contemporáneo? ¿Aménabar, por ejemplo?
Si te digo la verdad no he visto ni una sola película de Amenábar. Me encanta el cine y por eso no me interesa nada de lo que se hace ahora en España. Tampoco he visto nada de Almodóvar. Mejor dicho, sí, vi una y casi me da un soponcio. Una cosa horrorosa donde salía una tía que… ya sé, esa con Victoria Abril, que hace de marciana, de presentadora de televisión.
«Kika».
Eso es, Kika. Y una que me recomendaron especialmente, «Mujeres al borde de un ataque de nervios», me la perdí porque la quitaron enseguida de la cartelera americana.