LIBROS
«Cuesta creer que una joven de apenas veinticinco años tenga ese maravilloso talento para manejar el lenguaje»
Irene Reyes-Noguerol
Alcaravea
PÁGINAS DE ESPUMA, 2024
Texto: CÉSAR PRIETO.
Cuesta creer que una joven de apenas veinticinco años tenga ese maravilloso talento para manejar el lenguaje con tanta soltura, profundidad y emoción, que abra tantas capas en la realidad como para llegar a meterse en la piel de los personajes que le sirven de protagonistas, a darles vida. Un dato puede ayudar a explicar este milagro. Es su tercer libro publicado, y el primero vio la luz a sus diecinueve años.
Reyes-Noguerol tiene un estilo muy peculiar de enfocar su discurso. Normalmente lo hace con densos monólogos en los que se van adivinando circunstancias, a veces dramáticas, siempre en tensión, sugerencias que tienden a abrir mundos de desamparo en los que la infancia —infancias duras, pero vestidas con un lenguaje florido— son siempre las que reciben la vasta compasión de la autora. Cada cuento es una composición barroca en la que lo ordinario se viste de un lujo excepcional.
Una parte de las narraciones ahonda en personajes a los que la historia –social o íntima— ha llevado a la destrucción. No tanto en Lope de Vega, del que se pone el foco en su relación con Marta de Nevares, una proclama de amor maravillosa, pero sí en Van Gogh, con un fluir de conciencia arrebatador, casi místico, que lo acerca a la locura en “Carta a Theo”, y en Antonio Machado, que en “Estos días azules” revive en un monólogo que alía la voz de su madre y la de una Leonor Izquierdo que no ha fallecido y que ha seguido al lado de su esposo y sus ficticios hijos.
También se puede considerar un cuento literario “Cuando los reyes poetas”, con su ambiente de refinamiento musulmán, como en nuestra novela morisca y en los cancioneros árabes de la época, que poco a poco va derivando hacia un elogio de la poesía popular. Y, llevando el tema al extremo, “El repartío”, con esa forma tan sutil de expresar la relación entre un profesor y su alumna, también bebe de coordenadas que tienen su origen en la literatura.
En los restantes cuentos, la infancia aparece en un momento u otro, marcando así dos direcciones claras. Son estos los cuentos del dolor, algunos estremecedores, como “Niños perdidos”, donde la chiquilla de siete años encuentra a veces a la madre inerte en la cama, con un bebé de meses y un matrimonio destrozado a quien, en terrible asimetría, ha de cuidar. No es lo más horroroso del relato. También habla en parte de la niñez “Cascarón de huevo”, de aire casi onírico en medio de una historia de nuestra Guerra Civil, ya casi acabada y con la quinta del biberón en medio del desastre.
El sufrimiento se derrama también en “La primera piedra”, aunque aquí se trata de una madre que, frente a una doctora, justifica el empeño en cuidar a su hijo de una manera que la ciencia médica no sanciona. Tuerce más la cuerda la escritora sevillana en “Petit rat”, donde una historia con el ballet y el teatro de fondo concluye con una terrible sugerencia final. Más explícito es “Bastardo”. ¿Cómo amar a alguien al que solo se vislumbra y se bosqueja? ¿Cómo hacer si este es tu hermano, el hijo que ha tenido tu padre que os abandonó por otra mujer?
El cuento más extenso, dividido en capítulos, es “Alcaravea”, con todos los condicionantes de los ambientes que se han ido creando en las diversas narraciones: una madre desaparecida, un padre vuelto a casar, un orfanato, una familia de acogida, y una presencia de todos los fantasmas que una niña puede ver porque le pesan dentro.
No hay nada a lo que se pueda adscribir la prosa de Irene Reyes-Noguerol. En ocasiones recuerda —y mucho— a Cristina Fernández Cubas, en otros fragmentos —escuetos— a la línea de prosa modernista iberoamericana, desde luego a los clásicos, a la Ana María Matute de Luciérnagas o Los niños tontos y a cientos de cosas, a montañas de cosas que han ido conformando nuestra literatura a base de siglos. Recoge de ella nuestra autora muchas cosas, pero sobre todo aspira en estos cuentos toda la emoción latente en las palabras, en cada palabra.
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Anterior crítica de libros: ¿Cuándo se come aquí? El gran golpe de Siniestro Total, de Sara Morales.