Alcalá Norte, de Alcalá Norte

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DISCOS

«Un disco maravilloso, lleno de sorpresas, de letras combativas y de un espíritu de lucha en cada canción»

 

Alcalá Norte
Alcalá Norte

Balaunka, 2024

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

No recuerdo en los últimos años un debut tan esplendoroso y sorprendente como el de Alcalá Norte. Por diversos canales me habían ido llegando elogios, instigaciones a escucharlo a no más tardar, comentarios que desgranan una y otra vez su buen hacer… Cierto. Sin embargo, no hay nada en ellos que no se haya escuchado antes, si acaso, una combinación que resulta, en parte, antinatural, que nunca había aparecido por estos lares. Algo insólito lo de estos chicos, que sacaron hace un par de años un epé y se descuelgan ahora con un impresionante elepé.

Suenan a postpunk. Los nombres más repetidos entre los que intentan dar referencia de su sonido son los de Joy Division o The Cure. Y es cierto, tras una portada de las más originales de los últimos tiempos, desde “La sangre del pobre”, que abre el disco, se esconden canciones de fondos difusos, con presencia de teclados nebulosos y bajos obsesivos. Pero ese sonido, que se ha asociado a ambientes selectos y elitistas; cuanta con unas letras que abordan otras cuestiones. Hay problemáticas sociales y alusiones a personajes poco afines a estos decorados sonoros. Y, desde luego, están bastante más trabajadas que lo que se estila últimamente. No es tanto una cuestión de lucha política, sino de orgullo de barrio, de una sana absorción de la calle, de esa Ciudad Lineal de la que proceden.

“420N”, por ejemplo, es una triste historia de rutinas diarias que acaba en desastre y que mezcla al power ranger verde con Franco, en ese cambalache de letras que surgen casi del surrealismo y la escritura automática. El ritmo y la rapidez son obsesivos y, aparte de las influencias que hemos citado, aquí se recogen ecos de Parálisis Permanente, aromas de los Alphaville españoles y hasta recuerdos de Derribos Arias. El bajo omnipresente de varias de las canciones no engaña. Aparece en “Langemarck”, no tan calmada como otras del disco, al contrario, muy cargada de energía explosiva, como la sangrienta batalla de la Primera Guerra Mundial que describe.

Canción tras canción, se acrecienta la sorpresa inicial. En “Los chavales” el sonido es denso y oscuro. No se notan enérgicos, pero sí vitales. El bajo vuelve a estar en todas partes, los teclados son volátiles y las guitarras, en los momentos en que aparecen, ruidosas, en rara confluencia de ligereza y densidad. Aunque en algún momento se vuelven demasiado grandilocuentes, como en “Westminster”, con su contenido religioso —también aparece en “El rey de los judíos” mixturado con Ramoncín— y su recitado. También, “No llores Dr. G” cuenta con una melodía magnética, pero cierta afectación al cantar que conecta con los años ochenta, envuelta en una burbuja de teclados y guitarras. Nada que no se pueda arreglar con el potencial que se les adivina. En cuanto aprendan a tener la misma energía y a dominar la contención, se les augura un futuro esplendoroso.

La misma energía la sueltan en “Superman”, todo un desmelene, todo a máxima potencia, con una energía que se sale de la canción, referencias a Perlita de Huelva y, en el fondo, una suprema elegancia. También está plena de energía la ya citada “El rey de los judíos” —una versión de “Cosquilleo”, de La Paloma, con otra letra—, que se va creciendo y acaba en una catarata de sonidos envolventes que cada vez aprietan más.

Hay dos temas que se apartan del conjunto. “La vida cañón” es mucho más ligera, un prodigio que, sin embargo, se crece hasta llegar a llenar todo el espacio sonoro con su ironía, incluso en la forma de modular la voz, que capta las ilusiones de la clase trabajadora. Y la más extraña es “El guerrero marroquí”, en la que usan la palabra maldita para el rock, “bakala”, en una sutil mezcla de postpunk y música árabe, similar a lo que hiciera La Búsqueda a finales de los ochenta, para poner música a un capítulo de A sangre y fuego, de Chaves Nogales.

Y dejamos para el final otra de las joyas —todas lo son—, “La calle Elfo”, con su letra desesperada de contenido social, desmesurada, juvenil en el sentido de que vuelca todo el vómito de la pasión. No está del todo pulida, pero aun así les ha quedado maravillosa, como todo el disco, lleno de sorpresas, de letras combativas y de un espíritu de lucha en cada canción.

Anterior crítica de discos: Shelly y la nueva generación, de Shelly y la Nueva Generación.

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