«IZAL ha sido uno de los más bellos y felices accidentes que he tenido»
Tras la separación de IZAL, su guitarrista, Alberto Pérez, debuta como Alberttinny con el recién alumbrado Kintsukuroi. Arancha Moreno habla con él sobre el fin de la banda y el arranque de su nuevo proyecto.
Texto: ARANCHA MORENO.
Fotos: RAKELODEL.
Un par de años después de la separación de IZAL, la banda de la que fue guitarrista durante doce intensos años de discos y escenarios, Alberto Pérez se lanza al mundo en solitario como Alberttinny. Un alias artístico que le puso su profesor, Jaume Pla, cuando se mudó a Madrid persiguiendo su sueño de ser músico, y con el que afronta su nueva identidad solista, buscada con esmero y plasmada en canciones valientes y cicatrizantes como “Mi propio incendio”, “Causas perdidas” o “Kintsukuroi”, la que da título al disco. Con referencias que abarcan desde Bon Iver hasta Taylor Swift, pasando por Sufjan Stevens, Daniel Lanois, Jack Antonoff, Mark Knopfler o Bahamas, Alberttinny alumbra un disco de reconstrucción, escrito en primera persona y apoyado por la producción de Santos & Fluren. Así es, y así suena, cuando mira de frente y camina solo.
La existencia está llena de historias, cruces y giros inesperados. Tengo entendido que cuando te mudaste a Madrid querías ser músico de sesión. ¿IZAL fue un bello accidente, o lo definirías de otra forma?
Totalmente. Cuando vine a Madrid en el año 2009, convertirme en músico de sesión ya era lo suficientemente difícil como para soñar mucho más allá. Pero el caso es que a veces, la vida te sitúa en lugares que jamás imaginaste, IZAL ha sido uno de los más bellos y felices accidentes que he tenido.
Vivir de la música, ¿siempre fue tu único plan, o tenías un plan B?
Cuando llegué todo lo que hacía estaba orientado a la música, no tenía en mi cabeza un plan B, aunque hubiera sido lo más inteligente creo que fui más visceral. Revisando mails antiguos, me encontré los primeros contactos con músicos, respondiendo a tablones de anuncios: «Se busca guitarrista»… Leyendo aquello, me di cuenta de que dirigí mucho mis esfuerzos a encontrar proyectos que tuvieran aspiraciones profesionales, aunque no lo fueran en ese momento por circunstancias, como también era mi caso. Tuve la suerte de que pude encontrar trabajos que me permitieron pagar los gastos y seguir focalizando todo en la música. Supongo que si no hubiera conseguido ser músico probablemente hubiera vuelto a Extremadura, al menos con el objetivo cumplido de haberlo intentado.
Hace años que empezaste a componer canciones, antes incluso de que se anunciase el final de IZAL. ¿Cómo afectó esa separación a tus planes, en lo artístico y en lo personal?
La unión de una banda es muy fuerte, aunque pueda parecer exagerado, lo que vive una banda hasta que crece es algo difícil de explicar. Estamos todos juntos en el barro y todo empieza a ir bien gracias a la suma de esfuerzos. Cuando todo terminó, sentí en cierto modo una pérdida de identidad; mi trabajo por sí solo, sin el grupo, no tenía solidez. Mi vida se frenó en seco, un parón después de mucho tiempo viviendo a una velocidad que a veces no daba tiempo ni de asimilar. Fue difícil salir de la negatividad, pero lo logré precisamente gracias a la música, volví a ilusionarme y a empezar un camino muy difícil en el que tienes que saber diferenciar muy bien lo que te gustaría ser y lo que eres. Un ejercicio de transparencia para sentirlo real y transmitirlo tal cual.
Con la banda viviste doce años intensos, subiendo una larga escalinata peldaño a peldaño, partiendo de garitos para llegar a los palacios. ¿Cuál fue el mejor aprendizaje de la “escuela IZAL”?
Aprendí muchísimo a todos los niveles, artístico, humano, empresarial. El aprendizaje más importante fue asumir que cada uno tenemos un papel en un momento determinado de nuestra vida y que, sea cual sea, si decides estar dentro has de cumplir lo mejor posible con él, muchas veces con la vista puesta más en el bien común que en el individual.
Paralelamente, ¿recuerdas algún momento, o escena concreta, en la que empezaron a brotar tus primeras canciones?
Lo que abrió el camino a nivel creativo fue el nacimiento de mi hija Greta en 2019. Fue un momento superintenso, estaba muy feliz pero con muchos miedos, inseguridades que me planteaba como padre. Pensamientos profundos muchas veces generados por esa propia inexperiencia. No dormía mucho y no paraba de escribir. A veces, cuando en casa dormían, bajaba al estudio y me quedaba hasta que amanecía probando nuevas ideas. En ese momento lo hacía porque fluía así.
«Cuando IZAL terminó, sentí en cierto modo una pérdida de identidad; mi trabajo por sí solo, sin el grupo, no tenía solidez»
En esos primeros pasos compositivos, ¿nace ya la idea de lanzarte en solitario?
Pasado el tiempo sí que pensé en grabar un disco, y en un momento de descanso del grupo sacarlo y hacer algunos conciertos, pero lo veía como algo bastante lejano.
Empezaste a trabajar en este disco, Kintsukuroi, hace cinco años. ¿Cómo ha sido el proceso de composición y por qué fases creativas has pasado durante ese tiempo?
El proceso ha sido difícil porque cada uno tiene que encontrar el suyo, y aunque busquemos en la experiencia de los demás, lo más probable es que la mayoría de cosas no nos sirvan. En una primera etapa traté de encontrar mi manera de expresarme con las herramientas que tenía en ese momento. Quería hacer algo que me resultara novedoso a nivel musical, pero al escucharlo sentía que no era yo. Primero debía sentirme identificado en la forma, en la emoción que quería transmitir y por supuesto en la letra. He tenido que aprender dónde encuentro mi inspiración y comprender que a veces esta no aparece, «simplemente» tienes que hacer que venga estando mil horas tocando, pensando o grabando melodías en notas de audio del teléfono.
Kintsukuroi alude a una técnica japonesa de reparación de cerámica, que, en vez de ocultar las roturas de la pieza, las potencia con trazos dorados. Podría ser una filosofía de vida, también. ¿Este disco es un muestrario de tus heridas?
Exactamente. El disco en sí es un acto de recomposición personal, muestra todo lo que en su momento me marcó. El concepto de Kintsukuroi lo encontré de casualidad y aúna esas dos partes que me interesan tanto. Por un lado, la parte artesana, orgánica, y por otra la filosofía de mantener tus heridas visibles para asumir que ahora eres más fuerte al poder verlas.
¿La guía de escucha, ese orden de las canciones, responde a un concepto global o no es un álbum conceptual?
He querido darle importancia y está meticulosamente preparado para que sea un viaje con un sentido basado en la música, no se trata de un disco conceptual. Aunque el orden de los discos ya no tiene tanta importancia por la forma en que consumimos la música, añadiendo singles a nuestras playlist, creo que es muy importante hacerlo.
Aún hay oyentes que prestan atención al disco entero. A veces los primeros versos son la pista más fiable de lo que hay dentro. ¿«Servir a las manos de siempre / aunque lo parezca nunca es suficiente» es una pista para entender este disco?
Agradezco que aún haya gente que lo escuche así. Aunque no es intencionado, podría tomarse como una pista para entender el contexto en el que fue escrito, en un momento donde tenía muchos sentimientos encontrados.
«Cada uno tenemos un papel en un momento determinado y, si decides estar dentro, has de cumplir lo mejor posible con él»
¿De qué sensaciones o sentimientos hablas en estas diez canciones?
Hablo del paso del tiempo, de los miedos e incertidumbres que se me plantean en el futuro, de política, de las actitudes de odio que cristalizan y se potencian en las redes sociales. Uno de los aspectos que más me han cautivado de la composición es poder decir en las canciones lo que a veces no me atrevo a decir abiertamente.
En tus letras sobrevuelan muchos pensamientos y reflexiones cantadas en primera persona. ¿Escribir te ha ayudado a cicatrizar esas heridas?
Escribir es una terapia para mí. Lo llevo haciendo mucho tiempo, aunque solamente los últimos cinco años han sido escritos con forma o con intención de que se conviertan en una canción. La experiencia es liberadora.
«Quisiera ser un mejor padre», precioso y crudo verso de “Mi propio incendio”, una de las canciones más emocionantes. ¿Grabarlo también lo fue?
Fue muy emocionante. Ser un mejor padre es una cuestión infinita, que no tiene límites, pero es una preocupación muy sincera que quien tenga hijos podrá sentirse identificado. Entre otras muchas cosas he tenido que aprender a entender mis tiempos de composición. Antes como arreglista sabía cuándo seguir buscando y cuándo debía parar. “Mi propio incendio” llegó después de un bloqueo compositivo y recuerdo acabar grabando en mi casa el solo de guitarra como quien llega a la meta en un Ironman. Por fin había compuesto otra canción. Cuando llegamos a grabar las voces con Santos en Blind Records vivimos un momento muy emotivo, incluso parando un poco. De ahí que fuera el primer single.
«Mejorar la vida de alguien e inspirar a otros artistas son las dos cosas más increíbles que pueden pasarle a un creador»
El disco lo ha producido el combo formado por Santos & Fluren, y al parecer Santos te acompañó desde una fase muy primigenia de las canciones. ¿Ha sido una especie de sherpa en este proceso?
Santos ha sido clave en todo esto. Desde que trabajamos con los discos de IZAL conectamos mucho. Hablábamos durante horas después de grabar en el estudio Casa Murada y un día empecé a mandarle mis canciones. Él me dijo que le gustaban mucho y empezamos a hablar. Una vez que tuve canciones suficientes para hacer una selección, él me ayudó a organizarlo todo y nos pusimos en marcha. El aporte de Santos & Fluren ha sido muy importante; los arreglos y la visión de Fluren y la mezcla de Santos, que marcó mucho el destino del disco.
Habéis ensamblado con mucho gusto los sonidos acústicos, más folk, con los electrónicos, los sintetizadores… A las canciones les sienta bien esa desnudez mezclada con ropajes más “futuristas”. ¿Por qué esa combinación?
Es una inquietud que tengo, Santos & Fluren la han entendido así y la han conseguido llevar más allá. Aunque está lejos de ser música de vanguardia, me motiva más hacer algo que me aleje de lo que considero más estándar. En mi estudio trabajé mucho en la búsqueda de sonidos, con sintetizadores y pequeños aparatitos, incluso en componer directamente con pianos, teclados y sintes como fue el caso de “Únicos”. También he incorporado instrumentos nuevos para mí como el ronroco, instrumento tradicional de música Latinoamericana, que es el protagonista “Sobre los Andes”.
Debutas como compositor, pero también como solista. ¿Cómo estás gestionando el cambio de lugar en el escenario, de un lado a ocupar el centro?
Por mi manera de ser, más bien introvertida, no es una situación cómoda. Pero soy consciente de que tengo que asumirlo y espero normalizarlo poco a poco, al igual que he normalizado anteriormente momentos de mucha exposición.
Tu nueva banda la conforman Alejandro Jordá a la batería y percusiones, David T. Ginzo a las guitarras y teclados, y Txarlie Solano al bajo. ¿Cómo suenan tus canciones en sus manos?
Son músicos muy competentes, con buenas ideas y con mucha experiencia. Estoy feliz con lo que cada uno aporta y con cómo encajamos.
¿Qué supone para ti contar con tu compañero Alejandro, exbatería de IZAL?
Me hace muy feliz, es un apoyo importante, además de un gran músico, probablemente el mejor baterista que he conocido. Hablamos desde hace mucho tiempo de esto, de las canciones, la grabación. Es bonito que esté conmigo.
La gira Kintsukuroi tiene ya un puñado de fechas cerradas en 2024: 8 de noviembre en Granada (sala Aliatar), 9 de noviembre en Sevilla (Cartuja Center Cite), 23 de noviembre en Huesca (El Veintiuno), 29 de noviembre en Murcia (sala REM), 13 de diciembre en Badajoz (sala Off Cultura) y 21 de diciembre en Madrid (sala But). ¿Cómo estás preparando esos conciertos?
Quiero que la música sea la protagonista absoluta, haremos el disco, alguna canción que no está en el disco y algunas versiones que han sido importantes en mi vida.
También tienes conciertos agendados para enero de 2025: en Valencia (día 9, sala El Loco), Barcelona (día 10, Festival Mil·Lenni, sala Apolo 2), Zaragoza (día 24, sala Las Armas) y Bilbao (día 25, Bilborock). En general, es un circuito de salas bastante interesante. ¿Te genera más ilusión o más vértigo?
Llevo mucho tiempo sintiendo vértigo en buena parte de lo que hago. No quiero que se apodere de mí, quiero disfrutar de la música como lo he hecho en otras etapas de mi vida y debería ser así. En general creo que todas las personas estamos en busca de una felicidad y tenemos que actuar en consecuencia.
Una vez eche el disco a rodar, entre concierto y concierto, ¿piensas seguir trabajando en nuevas canciones o alternar este proyecto con otros?
Pienso seguir trabajando en nuevas canciones intentando impregnarme de todas las nuevas emociones que va a generar la gira, ver de nuevo a la gente en los conciertos. Reencontrarme con ese sentimiento que hace tiempo que tenía un poco perdido y que tengo muchas ganas de volver a vivir. Espero empaparme de todo lo que me genere el movimiento, los viajes, la convivencia, y entonces, cuando esté asentado todo lo que estoy preparando ahora, quiero empezar a componer nuevas canciones.
De las primeras reacciones que ha provocado el disco, ¿cuál ha impactado más, y por qué?
Estoy teniendo mensajes muy emotivos y profundos. Tengo muy buenas vibraciones y es algo que agradezco mucho, sobre todo cuando una canción está ayudando a superar un mal momento, como me han comentado en más de una ocasión. Hacer mejor la vida de alguien e inspirar a otros artistas, músicos o de otras disciplinas, son las dos cosas más increíbles que pueden pasarle a un creador, y ambas las he vivido.