FONDO DE CATÁLOGO
«Inexplicablemente, un disco que, en cualquier otra parte del mundo civilizado hubiera sido considerado un clásico, apenas tuvo repercusión»
Esta semana en Fondo de catálogo, César Campoy se traslada a 1971 para rescatar el álbum de debut y homónimo de Alacrán. «Inexplicablemente, un disco que, en cualquier otra parte del mundo civilizado hubiera sido considerado un clásico, apenas tuvo repercusión».
Alacrán
Alacrán
ALACRÁN-ZAFIRO, 1971
Texto: CÉSAR CAMPOY
A punto de fenecer la década de los sesenta del siglo veinte, inspirado por esa constante pasión por innovar y poner al día su faceta compositora, Fernando Arbex ya había asimilado que el pop luminoso de Los Brincos tenía fecha de caducidad. Más allá de los Pirineos, y allende el Atlántico, la onda sonora de última generación respiraba otros aires. Además, impulsado por esa característica ambición que le acompañó durante toda su vida, seguía soñando con idear un proyecto que rompiera fronteras y triunfara en las listas de éxitos internacionales.
La jugada con aquel Contrabando (Novola, 1968) y su alianza con Larry Page no había fructificado. Por si esto fuera poco, Mundo, demonio y carne (Novola, 1970), uno de los discos más ambiciosos que había parido la industria musical española hasta el momento, apenas había calado entre un público que no reconocía, en él, a los de “Lola” o “Mejor”.
Cansado, mientras contemplaba con resignación consentida el ocaso de Los Brincos, se apoyó en el último de los miembros en incorporarse al grupo, el colombiano Óscar Lasprilla (teclista en la etapa más psicodélica y progresiva del conjunto) y rebuscó en la nutrida nómina patria de vocalistas e instrumentistas todoterreno para fichar al incombustible Iñaki Egaña (ex, entre otros, de Los Buenos). En ellos, ya avanzado 1969, encontró los escuderos ideales para, partiendo de cero, y tomando como referencia algunos retazos ya apuntados en Mundo, demonio y carne, cincelar una obra que se aupaba en una interesantísima y explosiva mezcla de sonidos latinos, funk, hard rock, psicodelia, elementos progresivos, ramalazos bailables y pinceladas de la costa Oeste. Nada más y nada menos.
Todo aquel torrente creativo es registrado en unos de los primeros estudios de grabación independientes de la historia de la música española: los míticos Celada. Allí, en compañía del maestro de la mesa Pepín Fernández, ayudado por Carlos Gama, el trío bucea en arreglos de ensueño, mientras el propio Fernando, seguro de sí mismo, toma las riendas de la producción. Salvo alguna ayuda puntual, entre ellos deciden cocinar aquel guisado picante y contundente. Egaña, como era de prever, se encarga del bajo y de la voz principal; Lasprilla, faltaría más, de unos teclados endiablados, además de la guitarra solista y los coros; y Arbex, por supuesto, de las baterías, percusiones y guitarras acústicas, además de, también, los coros.
En la moqueta de los estudios madrileños, aquello suena a gloria. El componente latino asoma descaradamente en las composiciones de un Fernando que, prácticamente, firma todo el elepé. “Sticky”, la joya de la corona, construida para convertirse en bombazo comercial, es de un pegadizo (como reza su nombre) que abruma, empujado por una percusión hipnótica y una guitarra desgarradora y embriagadora. Iñaki se vacía rompiendo su voz mientras una sección rítmica abraza, repleta de salvaje erotismo, al oyente. En su línea se circunscribe “San Francisco (California)”, donde el espíritu del primer Santana campa a sus anchas gracias, sobre todo, a los ágiles dedos de un Lasprilla que se embarca en interminables solos de guitarra que, en un ejercicio de onanismo, coquetean con sus propias e hipnóticas brisas de Hammond (recordemos que, antes de desembarcar en la ultimísima época de Los Brincos, Óscar ya militó, en su Colombia natal, en Ampex o Time Machine).
En las composiciones en las que participa, creativamente, Egaña (la sobrecogedora y épica “My soul (Suddenly)”, la efectiva “Take a look around you, baby”…), el elemento anglosajón y psicodélico es más evidente; aunque Fernando es capaz de aceptar el reto con una certera “Son (America, America)”, de sección rítmica abrumadora y magna, y profundos ecos. El elepé se cierra con su pieza más sensible y calmada, una “Will you keep my love forever” que tira de dramatismo y trabajadas transiciones agridulces.
Al (era de prever) sencillo “Sticky”, publicado en 1970, le sigue, ya en 1971, la edición de un elepé con aquellos seis temas, autofinanciado por el trío (bajo el sello Alacrán), aunque distribuido por una Zafiro que, en un acto de miopía supina, apenas puso de su parte en promocionar el producto. Inexplicablemente, Alacrán, un vinilo que en cualquier otra parte del mundo civilizado hubiera sido considerado un clásico desde su nacimiento, apenas tuvo repercusión. Eso sí, se convirtió en máster acelerado para un Arbex que, tan solo unos meses después, tras el abandono de Lasprilla, y con la lección aprendida, comenzó a construir las bases de una de las formaciones hispanas con más proyección internacional de la historia: Barrabás.
Guardando aquellos elementos más bailables y étnicos, e incrementando los componentes comercial y visionario, Fernando fue rodeándose de músicos de primera fila entre los que encontramos nombres como los del propio Egaña, Miguel y Ricky Morales (hermanos de Junior y pilares de la segunda época de Los Brincos), Juan Antonio Vidal y el cubano Tito Duarte. En 1972, Barrabás ya estaban comiéndose el mundo con “Wild safari”. No obstante, su efectividad y recorrido no hubieran sido posibles sin aquel atrevido e inolvidable Alacrán.
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Anterior entrega Fondo de Catálogo: Eddie Money (1977), de Eddie Money.