FONDO DE CATÁLOGO
«En contra de lo que muchos esperaban, Fabián apuesta en su segundo trabajo, epé al margen, por un sonido acústico y poco rockero»
Eduardo Izquierdo nos acompaña hasta la estantería y se detiene en la discografía de Fabián, de la que rescata su segundo elepé, Adiós, tormenta, para deshuesar su belleza.
Fabián
Adiós, tormenta
VICIOUS RECORDS, 2009
Texto: EDUARDO IZQUIERDO.
Me encontré con Fabián D. Cuesta gracias a su epé Plegarias, publicado en 2006, y especialmente a una canción. “El tipo equivocado” me parecía (y me parece) una de esas canciones capaces de clavarse en tu piel para mantenerse ahí tatuadas el resto de tu vida. Y gracias a ella, y de paso al resto del epé, me convertí en fan de las melodías y las letras de este tipo de León que te cantaba, con aquella dulzura, «te encontraré en las carreteras, solo dime que me esperas y jamás me largaré. Haré todo lo que quieras». Creció Fabián —afortunadamente no en lo físico, que de eso va sobrado— y poco después de aquella presentación ponía en circulación su debut en larga duración, Espera la primavera (2017), editado a través de Discos Liliput, al que dos años después seguiría el álbum que hoy nos ocupa y rescatamos de nuestro fondo de catálogo, el excelso Adiós, tormenta (Vicious Records).
En contra de lo que muchos esperaban, Fabián apuesta en su segundo trabajo, epé al margen, por un sonido acústico y poco rockero, como le confesaba a Juan Puchades en una entrevista que concedía a esta revista poco después de su publicación: «Pues la verdad es que sí. Pero ha sido más que nada por los medios que tenía para grabar, cuando saqué el disco, el sello empezó a hacer aguas, todo fue horrible y aquello no funcionó ni para atrás. Me puse a componer nuevas canciones y a grabarlas como podía, en mi habitación, y así han quedado». Algo que queda patente desde la inicial “Palabras raras”, con caja de ritmos y su voz mucho más cerca del susurro de lo que había estado hasta ahora, dejando claro, eso sí, que sigue siendo un espléndido compositor. Como canción inicial, además, marca el tono otoñal y crepuscular del resto del álbum, algo que confirma esa delicia en forma de vals que es “Horas de luz”, y la producción de Yuri Méndez y el propio Fabián trabajan en esa línea.
“La siesta de los perros” da todo el protagonismo inicial a la guitarra acústica y a la voz, tiñendo de blanco y negro, como su portada, a una melodía simplemente deliciosa a la que se suman con sutilidad algunos instrumentos como el acordeón. El paraguas del artista ha quedado hecho añicos, probablemente por un rayo, y aunque la tormenta ha marchado, nos deja una canción que nos recuerda que, a pesar de habernos esforzado por ser lo que ella quería ser, insiste en no darse cuenta. Eso es “Pequeño decimal”, que da paso a una de las sorpresas del disco, la sorprendente e insuperable versión del “Todo lo demás” de Andrés Calamaro, que en voz de Fabián pierde su aire crápula para abrazar la dulzura del terciopelo. Volvemos a lo que contaba en junio de 2009 a Puchades: «Es una canción que solía tocarla yo solo en directo, a mi bola, con la guitarrita y cantando muy bajito, parecía un tema más de Elliott Smith que de Calamaro. Y así la he grabado, porque grabar una versión que sea igual que la original es un poco una tontería». Quizá por ese tratamiento, la canción se adapta a su estilo como un guante, y noquea desde la primera escucha.
Llegado a este punto, el disco parece partirse en dos, como si la instrumental “Adiós tormenta Pt2 (Salí a volver)” fuera el final de la cara A de un vinilo o el comienzo de la cara B. Lo primero que oímos después es «Ella es el rock and roll y yo soy el guardián de los secretos del cajón de su mesilla», y uno se pregunta si se puede escribir y dotar de melodía a una imagen tan perfecta. Y se puede, como queda patente en “Lugares” con la armónica dibujando adornos que no consiguen que nuestro foco se despiste y siga concentrado en esa voz y lo que nos cuenta.
Con pocas sutilezas arranca “Atardeceres” para obsequiarnos con un estribillo de esos destinados a sacar de los nervios a cualquiera que tengas al lado ante tu constante tarareo. Quizá por ello, cuando finaliza, uno tiene la impresión de que se trata de uno de los centros neurálgicos de un disco que encara su recta final con la trotona “Un pequeño pájaro que canta”, el tema más largo del disco. “No estás hecha para mí” es una letra sencilla. La más breve de todas las canciones que llevamos, pero directa como pocas: «No estás hecha para mí, ni para ningún otro». Más cruda que cualquier cosa que hayamos oído hasta ahora, dejándonos que con «Adiós, tormenta Pt1”, esta vez sí con letra, vayamos despidiéndonos del álbum. Algo que ya sabemos que va a ser imposible. Porque tenemos la necesidad de ponerlo una y otra vez, y volver a vivir esas historias, volver a sufrir por amor y desamor, y, sobre todo, volver a sentir que, sea como sea, seguimos vivos. Solo queda gritar con todas las ganas «adiós, tormenta» y dejarnos llevar.
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Anterior entrega de Fondo de catálogo: Victory mixture (1990), de Willie DeVille.