«Bell hizo con The Stylistics lo que luego haría con The Spinners: elevarlos a la categoría de clásicos, sembrar su discografía de pequeñas obras maestras del soul romántico y sofisticado»
Texto: LUIS LAPUENTE.
Buena parte de la magnificencia sinfónica de las grabaciones de The O’Jays y de todo el llamado sonido de Filadelfia hay que achacársela a Thom Bell (Kingston, 1943), exmiembro del grupo de Kenny Gamble, The Romeos, luego pianista de sesión en los estudios del sello Cameo, y prestigioso compositor y productor, que ya había dejado su impronta en resplandecientes grabaciones de Brenda & The Tabulations, The Showstoppers, Dusty Springfield y The Delfonics. De hecho, la carrera ascendente de Thom Bell empezó junto a estos últimos, primeras figuras de la compañía Philly Groove y legendarios pioneros del sofistisoul de los setenta, para quienes escribió y produjo dos éxitos descomunales, hoy epítomes indiscutibles del género, “La la means I love you” y “Didn’t I blow your mind this time?”.
En 1971, Bell desembarcó en el sello de Gamble & Huff, Philadelphia International Records (PIR), como productor y compositor de la casa, en comandita con la letrista Linda Creed, vieja amiga del staff de Philly Groove, que moriría el 10 de abril de 1986, con solo 37 años de edad. Se encargó de abrillantar el cancionero soul de su ciudad natal, firmando un puñado de piezas gloriosas y, sobre todo, creando los arreglos de muchas más, desde “I miss you», de Harold Melvin & The Blue Notes, hasta “Brandy” , de The O’Jays. Además, aún tuvo tiempo de atender la llamada de los capos del sello Avco, Hugo & Luigi, que pusieron en sus manos a los sensacionales The Stylistics, liderados por el gran Russell Thompkins Jr., uno de los falsetes memorables de la historia del soul. Bell hizo con The Stylistics lo que luego haría con The Spinners: elevarlos a la categoría de clásicos, sembrar su discografía de pequeñas obras maestras del soul romántico y sofisticado, con unas orquestaciones y unos arreglos deslumbrantes, nunca igualados por ningún otro productor.
En 1980, después de haber trabajado para Elton John (“Philadelphia freedom”) y David Bowie (“Young Americans”), Bell emigró a Seattle para cuidar de su esposa, enferma del corazón, y ralentizó su actividad trabajando ocasionalmente en discos memorables de Deniece Williams (Niecy, 1980, y My melody, 1982), Phylis Hyman, The Temptations, James Ingram, Angela Winbush y, de nuevo, The O’Jays (Let me touch you, 1987).
El periodista y escritor británico Richard Williams rememoraba el trabajo de Thom Bell con los Spinners, en su blog The Blue Moment: «El tema “Love don’t love nobody”, de The Spinners, fue uno de los mejores discos de soul de los años setenta, y todavía me parece una de las mejores baladas de soul profundo de todos los tiempos. Fue escrita por Charles Simmons y Joseph Jefferson, cuyos créditos aparecieron en muchos discos de Philadephia de la época; los arreglos y la producción corrieron a cargo del grandísimo Thom Bell, que moldeó los éxitos de los Delfonics y los Stylistics, así como los de los Spinners. También tiene una voz principal que muestra lo que se perdió en el arte de cantar soul cuando Philippé Wynne murió en 1984, a la edad de 43 años, tras sufrir un ataque al corazón en el escenario en Oakland, California. Wynne podía decorar una canción con una ornamentación maravillosamente inventiva que, en contraste con el trabajo de los narcisistas del llamado rhythm and blues actual, nunca llamaba excesivamente la atención, sino que siempre estaba al servicio de la canción, el arreglo y la producción. En este sentido, era el igual de Ronald Isley y Teddy Pendergrass. Y estaba en su mejor momento en “Love don’t love nobody”: siete minutos y trece segundos de paraíso soul.
El disco comienza con el piano de Bell, discretamente ensombrecido por un bajo y un vibráfono, acaparando la atención. Hay góspel en las cadencias, pero también una delicadeza grave en los sonidos del teclado de Bell y una elegancia pensativa en su toque. Es el sonido de la introspección, incluso el sonido de la propia tristeza, que prepara la entrada de Wynne con esa desgarradora estrofa inicial: «A veces una chica va y viene / Buscas el amor, pero la vida no te deja saber / Que al final seguirás queriéndola / Pero entonces se ha ido, estás solo…». A medida que el tema crece, Wynne añade a la canción sus características invenciones, pero resiste firmemente la tentación de exagerar. Está escuchando el arreglo de Bell, tan sobrio, tan sutilmente sofisticado, a medida que añade cuerdas y voces de acompañamiento, y se hace a sí mismo parte de él, incluso cuando improvisa sobre el largo fundido. Otra cosa.
Estaba yo trabajando en una remezcla en los estudios Sigma Sound, en 1974, cuando entablé conversación con un ingeniero de sonido y le pregunté por Thom Bell. Cuando le conté lo mucho que admiraba «Love don’t love nobody», me dijo que había trabajado en esa sesión un año antes más o menos. Me dijo que la pista rítmica se había hecho en una sola toma y que Bell la había terminado llorando. Eso no me hace escucharla de otra manera, pero quizá sí me ayude a explicar la profunda conexión que puede crear la música de Thom Bell».
Thom Bell, grande entre los grandes del soul, falleció en su domicilio de Snag Island el 22 de diciembre de 2022.