“Cuando Brian Johnson anuncia ‘Hola Madrid, ahora empieza lo divertido’, y da paso a ‘Shoot to thrill’, indirectamente manda un mensaje bien claro: la gente ha venido aquí a escuchar los grandes clásicos de la banda y ellos se los van a dar en dosis abundantes”
La doble cita de la banda de Brian Johnson en Madrid agotó las entradas y sació las ganas de rock del público del Vicente Calderón. En el segundo de sus tres únicos conciertos en España (tras Barcelona y antes de su segunda cita en la capital) estuvo Óscar García Blesa.
AC/DC
31 de mayo de2015
Estadio Vicente Calderón, Madrid
Texto: ÓSCAR GARCÍA BLESA. Foto: J.DOMINGO CASAS
Asistir a un concierto de AC/DC es una de esas cosas que hay que hacer al menos una vez en la vida. En mi caso, y mucho me temo que también en el de la mayoría de los que ayer abarrotaron el primero de los dos espectáculos en Madrid, se respira además reincidencia. Poco importa que sea la misma canción una y otra vez, es AC/DC y punto. Desde el mismo instante en el que uno se hace con la entrada (se agotaron en un periquete a finales del año pasado) empieza la fiesta, primero descontando días del calendario y por fin, el mismo día del evento, repasando impaciente anécdotas y estribillos rodeado de amigos de pelo blanco y muchachos que son sus hijos dispuestos a recoger el testigo del rock.
A José María y Javier (son nombres ficticios pero nos sirven como protagonistas universales del evento) poco les importa que lo que sucede sobre el escenario apenas ofrece un milímetro de espacio para la sorpresa. Ni falta que les hace. Han pagado 90 euros para escuchar ‘Highway to hell’, dosis elevadas de blues rock grasiento, una voz permanentemente aguardentosa y, sobre todo, disfrutar con un colegial de 60 años correteando en pantalón corto por Madrid.
Los alrededores del estadio anunciaban que se trataba de un día de fiesta. Miles de camisetas negras, muñequeras y chalecos vaqueros con grandes parches a la espalda inundaban todos los bares del barrio. En cuestión de estilo no hay tribu urbana más organizada que la comunidad heavy metal. Eso sí, no verías a un solo rockero de los de toda la vida con la diadema de cuernos y lucecitas, hasta ahí podríamos llegar.
Una vez dentro, ya se sabe: 50.000 personas es mucha gente y abajo en la pista uno estaba bastante apretado. El escenario era cosa sencilla, con dos grandes pantallas a los lados y un enorme arco en el centro con dos descomunales cuernos que protegían la tercera pantalla a sus pies. Y nada más. Bueno, una hilera de amplificadores a la espalda formando un muro pensado para herir hasta los oídos del mismo diablo.
AC/DC representa todo lo bueno y honesto de las estrellas de rock. Son músicos solventes, muy divertidos, tienen un batallón de éxitos y además caen simpáticos, un conjunto de virtudes que se antojan imbatibles. Los AC/DC de 2015 ya solo cuentan con tres de sus elementos originales: Cliff Williams impasible y rocoso al bajo, Angus a la guitarra y la voz ya bastante desgastada de Brian Johnson. Con Malcolm Young enfermo y fuera de combate y Phil Rudd viviendo en un juzgado a tiempo completo, la pareja Johnson/Young es la encargada de llevar el peso de las más de 2 horas de concierto.
Después de ‘Rock or Burst’, tema inaugural del concierto, cuando Brian Johnson anuncia “Hola Madrid, ahora empieza lo divertido”, y da paso a ‘Shoot to thrill’, indirectamente manda un mensaje bien claro: la gente ha venido aquí a escuchar los grandes clásicos de la banda y ellos se los van a dar en dosis abundantes. De alguna manera los temas nuevos (solo se acercaron tres veces a su último disco) sirven como descansos para coger aire y avituallarse antes del siguiente repecho en forma de éxito probado.
Después del arranque la banda acometió ‘Hell ain’t a bad place to be’ y otro par de temas nuevos, momento ideal para reponer fuerzas en forma de mini de cerveza (cáliz oficial del evento) y brindar por lo que estaba a punto de venir. Solamente la intro de ‘Back in black’ ya merece el precio de la entrada, resulta difícil no sentir una emoción verdadera cuando caen sobre ti unos acordes incendiarios asociados desde siempre a las grandes obras de rock clásico. Lo mismo ocurre con la intro de ‘Thunderstruck’, en cuanto el batería se mete en la canción a golpe de mandobles no puedes dejar de chillar a pulmón abierto eso de “thunder aaaah aaaah aaaah thunder”, imposible eludir ese riff, es una cosa inevitable, yo al menos no puedo.
AC/DC ya no es solo rock and roll, no nos engañemos. Uno se pasea hasta el Vicente Calderón para canturrear algún que otro clásico claro, pero también para ver un video con imágenes de meteoritos, fuegos artificiales, confeti a porrillo, una campana gigante y una ristra de cañones humeantes. Cuanto más ruido, humo, y fuego, mejor, así lo quieren sus fans y eso les regala Angus y compañía.
Todos sabemos que en ‘Hells bells’ aparecerá una gran campana, siempre ha sido así, y cuando aparece (–te lo dije– se dicen Javier y José María gritándose al oído) no podemos más que esbozar una sonrisa que confirma con satisfacción lo que todos sabíamos, –¿querías campana?, ahí la tienes, AC/DC nunca falla– piensas, y sigues dando guitarrazos al aire como si tal cosa.
Un concierto de AC/DC también incluye por el mismo precio un striptease por fascículos de Angus Young, es otro momento esperado así que cuando ocurre la ya rendida audiencia lo celebra como el gol de Iniesta. Young es una estrella del rock, en los diccionarios al lado de la definición de estrella debería aparecer una foto suya. Ha aprendido a sacar provecho de la escala de blues como ningún otro guitarrista. Parte de su secreto es ejecutar melodías sencillas vestidas de una digitación compulsiva, arrebatada, solos empujados a puñetazos, todos podemos tocar canciones de AC/DC pero solo Angus puede sonar a Angus. Sus momentos estelares llegan a la hora de abordar con solos de guitarra ‘Let there be rock’, ‘Whole lotta Rosie’ y ‘TNT’. Si queremos ponerle alguna pega, siempre peca de hacer de este momento un episodio algo largo. ¿Pero sabes una cosa? Es Angus Young, la gente le adora, así que que haga con su guitarra lo que le dé la gana.
El cierre del concierto no por previsible es menos celebrado. ‘Highway to hell’ es una de las canciones más poderosas de todos los tiempos y en directo en la preciosa noche que ayer nos regaló Madrid sonó imperial. Para entonces ya solo quedaba ‘For those about to rock (we salute you)’ y sus cañones disparando fuego, y la reverencia unánime de un estadio entero ante la última gran banda de rock del planeta. Viendo sus caras y los cuernos de lucecitas rojas de impertinente intermitencia sobre sus cabezas está claro que en ese momento el precio de la entrada era lo de menos. Larga vida al rock and roll.