DISCOS
«En el oscuro y anodino 2019 solo podemos decir que esta no es una grabación para pusilánimes»
The Beatles
Abbey Road
APPLE/UNIVERSAL, 2019
Texto: JUAN PUCHADES.
De los Beatles se ha escrito todo y se ha desentrañado su obra desde todos los ángulos imaginables (incluso desde los impensables o delirantes). Y todo es todo. Así que uno se pregunta qué diantres puede aportar a estas alturas reseñando la nueva reedición de Abbey Road. Y es consciente de que no hay nada que aportar más allá de constatar, una vez más, la grandeza de una de las obras indiscutibles de los Beatles y, por tanto, una de las esenciales del rock.
Para quienes se acerquen de nuevas a los Beatles, hay que aclarar que es necesario conocer su discografía oficial al completo porque sobre ella está escrita, en gran medida, la historia del pop y el rock del siglo XX. Pero dentro de esa misma discografía hay cuatro discos —Revolver, Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, el álbum blanco y Abbey Road— que son como la Capilla Sixtina del grupo en un arco que va del comienzo de la experimentación (Revolver), los que la desarrollan con todas sus consecuencias (Sgt. Pepper’s y el blanco) y el que pone punto final al grupo en el momento en el que trataban (sin conseguirlo) de reconciliarse con ellos mismos: Abbey Road. Y sí, este es el último disco que grabó el cuarteto, aunque se publicó antes que Let it be, que clausuró la obra del grupo.
Grabado en septiembre de 1969, con George Martin en los controles, Abbey Road muestra a unos The Beatles que manejan de un modo tan rotundo la composición y las diferentes facetas que son capaces de ofrecer como creadores que se permiten hasta aportar una segunda cara —en el vinilo original; secuencia a la que hay que estar atento en el cedé— con fragmentos de canciones inconclusas y que el experimento funcione a las mil maravillas.
Pero vayamos al principio, a esa apertura incandescente que propone el Lennon más ácido con “Come together”, un paseo sin desperdicio entre el rock, el blues y la psicodelia. Tras ella, en contraste brutal, llega la amabilidad del George Harrison más genial e inspirado despachándose con la que acabaría por ser la segunda canción más versionada de los Beatles (tras “Yesterday”): la hermosa de principio a fin “Something”, de perfecta melodía, con la guitarra palpitando y la dulce voz de George clamando por el sonido clásico del grupo. Una joya. McCartney se interna en el vodevil (una de las especialidades de la casa) con la divertida “Maxwell’s silver hammer”, a la que sigue el baladón “Oh! Darling”, deudor de los grupos de doo woop, otra de sus debilidades, rompiéndose la voz como le enseñó Little Richard. Pero en este disco hasta Ringo Starr se luce con la estupenda, nostálgica y juguetona “Octopus’s garden”, que él mismo canta y que escribió inspirado por una historia que le contaron en Grecia. El cierre de la primera cara lo marca otra de las piezas mayores de Lennon: “I want you (She’s so heavy)”, que en sus más de siete minutos, con espacio para solos instrumentales, anuncia que el rock progresivo dominará la larga recta inicial de la década de los setenta.
La segunda cara comienza con un tema de Harrison, el brillante y optimista “Here comes the sun”, otra golosina de las suyas. Tras él llegan “Because” y “You never give me your money”, la primera una balada de Lennon, la segunda (preciosa) de McCartney. En ambas, rememorando los primeros tiempos del grupo, los cuatro cantan juntos, como intentando unir las piezas que brutalmente se habían roto meses antes, durante la grabación de Get back (que acabaría siendo Let it be). Pura delicia. Y a partir de ahí, la gran rareza de Abbey Road, los fragmentos enlazados de canciones inacabadas. Método con el que resolvieron el álbum ante la premura por ponerlo en la calle. Fue un ejercicio de delicada secuenciación, alimentado con temas de Lennon y McCartney, que funciona perfectamente: “Sun king”, “Mean Mr. Mustard”, “Polythene pam”, “She came in through the bathroom window”, “Golden slumbers”, “Carry that weight” y “The end”. Un prodigio y un atrevimiento (con cambios de estilo y de ritmo) de una banda que se atrevía con todo y cuyo horizonte no conocía límites. Pero hubo más: si el oyente de 1969 dejaba correr la aguja sobre el vinilo, tras unos largos segundos de silencio llegaba un tema oculto (todo está inventado): “Her majesty”, que no les encajó en el medley y que no figuraba en los créditos.
Si la pregunta que uno puede hacerse cincuenta años más tarde es si se entendió que un mismo disco transitara de la absoluta ortodoxia (toda la primera cara, el inicio de la segunda) a la experimentación de semejante modo, la respuesta es sí. En 1969 el rock ya era adulto, y los Beatles podían hacer lo que les viniera en gana en el formato de álbum. En el oscuro y anodino 2019 solo podemos decir que esta no es una grabación para pusilánimes.
Como es habitual en estas reediciones, se han remezclado las pistas originales (a cargo de Giles Martin, hijo de George, que aquí se heredan las funciones) y hay diversas ediciones con tomas alternativas para diferentes bolsillos. Esta reseña la hemos escrito partiendo de la de dos cedés: el primero con el disco original y el segundo con una toma alternativa de cada canción.
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Anterior crítica de discos: Three chords and the truth. de Van Morrison.