«Su voz se conserva prácticamente intacta y su carisma también. Es grande y lo sabe. Bromea. Tiene tiempo para lanzar alguna puya a los Stones. Siente. Solloza. Desgarra. Hace bailar. Y de paso hace pensar»
Eduardo Izquierdo asiste a un concierto en el que Nicole Willis abre para Irma Thomas, y la venerable señora se merienda a la jovencita. Y eso da que pensar.
Texto: EDUARDO IZQUIERDO.
El destino o la habilidad de un promotor quiso que en una misma noche se reunieran en Barcelona el teórico pasado y futuro del soul femenino. Y mientras Nicole Willis dejó claras muestras que era la que optaba a lo segundo aunque le queda un largo camino por recorrer, la gran dama que es Irma Thomas demostró que no sólo pasado, sino que lo suyo tiene mucho de presente.
Nicole Willis tuvo que sufrirlo. No es fácil abrir para alguien como Thomas que sabe que te va a ganar por goleada. Ya que estamos en términos futbolísticos, los asistentes pensamos que la Willis es un segunda división con aspiraciones de ascenso a primera. Cuando apareció Irma Thomas nos dimos cuenta de que era peor la comparación, porque lo suyo es la Champions League. Willis sonó flácida, casi diría que incómoda y su propuesta no pasa de agradable, al menos de momento. Es una más en el eterno revival que sufre la música soul. En cambio Thomas es otra cosa. Lo sabíamos de antemano, claro, pero nos desbordó por completo. Cansados estamos de giras de viejas glorias a las que asistimos simplemente por poder decir que estuvimos allí. Músicos que, en ocasiones, prácticamente ni se aguantan encima del escenario. Y Thomas, aunque era acompañada por su marido cada vez que entraba o salía de las tablas, demostró que lo suyo es otra cosa. Su voz se conserva prácticamente intacta y su carisma también. Es grande y lo sabe. Bromea. Tiene tiempo para lanzar alguna puya a los Stones. Siente. Solloza. Desgarra. Hace bailar. Y de paso hace pensar.
¿Vamos a seguir empeñados en ensalzar como la gran esperanza del soul cualquier nuevo nombre que aparezca en escena? ¿Seguiremos blasfemando y llamándolos “nuevo Otis”, nuevo Cooke” o nueva “Irma Thomas”? ¿No les hacemos a esos jóvenes músicos más mal que bien? ¿No tenemos el derecho de exigir que cualquier gira de revival tenga la fuerza del concierto de Irma Thomas? ¿Vamos a seguir conformándonos con ver sobre el escenario a músicos arrastrándose cuando hay pruebas palpables, como la que nos ocupa, de que no siempre ha de ser así? ¿No significa nada que los mejores conciertos de soul que he visto últimamente los hayan protagonizado septuagenarias como Irma Thomas o Mavis Staples?
Demasiadas preguntas y respuestas más o menos claras. Reflexionemos. Vale la pena ser un poco más estrictos, más exigentes. El soul es una droga, ya saben, pero no dejen que se la mezclen con harina. Les sentará mal.