«Qué canciones. Qué melodías. Qué guitarras. Qué letras. Qué discos. Qué legado. Normal que treinta y siete bandas desearan tocar y grabar esas composiciones, y que incluso alguna más no pudiera entrar por las limitaciones del minutaje»
Fue algo inédito: dos discos de homenaje a un mismo grupo, y editados por distintas discográficas, coincidían en el tiempo. La banda era 091 y de aquello hace diez años. Josemi Valle hace memoria.
Texto: JOSEMI VALLE.
Se cumplen diez años de un acontecimiento inaudito en la historia de la música española. Nunca antes había ocurrido algo así y nunca después tampoco. A finales de septiembre y principios de octubre de 2002 aparecían publicados dos homenajes a 091, la banda granadina liderada por José Ignacio Lapido y José Antonio García, que seis años antes había firmado su carta de defunción en el punto cronológico más inspirado de su trayectoria. La discográfica valenciana Criminal Records editaba «Canciones de cuna y de rabia», y el sello madrileño Kainós ponía en circulación «Partiendo de Cero». Dos discos tributo sin relación umbilical salvo su coincidencia en el tiempo de preparación y publicación y la devoción pagana a 091 expresada por todos los que acometieron sendas empresas (aunque sí hubo rivalidad en las listas de correo en las que participaba la militancia más acérrima).
Lo inédito de este acontecimiento se exacerba si añadimos un nuevo dato. Hay que recordar que 091 nunca fue un grupo de excesiva resonancia mediática, ni nunca su aleación de electricidad y lírica granjeó elevada amistad con las grandes audiencias. La crítica especializada los adoraba y los mimaba con epítetos infrecuentes, varios de sus discos figuran entre los trabajos más reputados de las dos décadas en que vieron la luz, pero 091 no gozó del reconocimiento mayoritario. Esta realidad singularizaba todavía más la simultaneidad de los dos homenajes independientes. Creo que solo Burning a la muerte de Pepe Risi en mayo de 1997 y la figura de Miguel Ríos en 2009 fueron agasajados con un acontecimiento parecido, aunque en ambos casos los dos discos que homenajeaban a estos ilustres personajes vieron la luz mucho más espaciados en el tiempo y con una brutal asimetría mediática y discográfica (Sony Music versus Notomorrow en el caso de Burning, y Warner versus Canalla Records en el de Miguel Ríos). Poco que ver con los simultáneos tributos a 091, que se editaron en las mismas fecha desde dos sellos minúsculos que compartían igualdad de recursos y de expectativas.
Desde mi, por entonces, condición de coordinador de contenidos del portal dedicado al sector profesional de la música Espectacularia.com (y como devoto seguidor de los Cero), colaboré en ambos discos proponiendo a algunas bandas y a oficinas de management la participación, si bien me desligué pronto del proyecto de Criminal Records y me integré en la iniciativa de Kainós. Recuerdo que con el disco a punto de ir a máquinas se me ocurrió su título. Fue al volver a Salamanca después de una reunión en Madrid con el director de Kainós, Chema Domínguez (colaborador de EFE EME). Criminal Records ya había anunciado el nombre definitivo de su homenaje, un título fantástico y muy elocuente extraído de la letra de ‘Tormentas imaginarias’, y eso impedía utilizar un recurso similar, con el correspondiente fastidio, puesto que el argumentario de Lapido daba para títulos muy expresivos y muy evocadores. Primero pensé como título «Doce versiones sin piedad», parafraseando el título de uno de los discos más celebrados de 091 («Doce canciones sin piedad» de 1989), pero lo desestimé por la obviedad matemática de que en el disco participaban diecisiete bandas. Como a 091 se les denominaba cariñosa y abreviadamente como los Cero, y como el homenaje consistía en releer su repertorio, es decir, que los grupos partían de sus canciones, me acordé de una expresión coloquial que en el contexto del homenaje tenía un sentido inequívoco: «Partiendo de Cero».
El primer tributo en ver la luz fue el de Criminal Records. Reclutaba a bandas provenientes del underground, aunque muchas de ellas poseían mucho nombre entre los melómanos que están al tanto de lo que se cuece en los circuitos más marginales. Ahí estaban Doctor Divago, Los Sencillos, Los Hermanos Dalton, Malasombra (ex Rosas Rojas) o los granadinos Niños Mutantes. Lo más característico de este disco es que las bandas releían a los Cero con bastante lealtad, siempre siguiendo parámetros rockeros, lo que no impedía encontrar guiños muy jugosos o versiones que reciclaban la partitura original y ofrecían interesantes metamorfosis. Ahí está la fantástica versión de los madrileños Arsénico Por Compasión acelerando y llenando de polución guitarrera la balada ‘Un hombre cualquiera’, o los ovetenses Los Débiles poniendo electricidad a la originalmente artesana ‘Espejismo nº 8’, o los valencianos Doctor Divago enfrentándose con éxito al reto de manipular el molde de la perfecta y sagrada ‘Tormentas imaginarias’, o sus vecinos Mr Somoke Too Much dando musculatura a ‘El baile de la desesperación’, o los ilerdenses Malasombra de Xavi Roma transformando la rabiosa ‘La vida qué mala es’ en un ejercicio de balsámico buen rollo. Así hasta un total de veinte grupos que demostraban que el rock es un arma cargada de futuro, incluso cuando se tocan temas de un grupo extinto siempre abrazado a la pesadumbre.
El homenaje de Kainós se publicó pocos días después. Daba alojamiento a bandas más conocidas aunque con menor pedigrí rockero. Destellaban los nombres de Amaral, Revólver, Piratas, Seguridad Social, Quique González o Ramoncín. Curiosamente una de mis versiones favoritas es la que brindaron los alicantinos Miranda Warning, un quinteto muy pop que asumió la procacidad de releer ‘Tormentas imaginarias’ y hacer una versión preciosa y sugerente. También es destacable la relectura que hacía Amaral de ‘La noche que la luna salió tarde’, con Eva y Juan proclamando su dilección por Lapido, aunque Amaral ya nos ha acostumbrado a que se alce con la mejor versión en todo homenaje en el que participa (con permiso de M Clan). Los onubenses Cultura Probase, los Prodigy nacionales, pasaban por su trituradora sonora ‘2000 locos’, un ejercicio de heterodoxia que se olvida del estándar y muestra una inspirada deslealtad. Piratas convertían la vitalidad de ‘Otros como yo’ en un tema tenso y de nutrida zozobra. Los bilbaínos Lingerie encapsulaban ‘Un cielo color vino’ con un estribillo más vivo y una voz femenina que donaba excentricidad a la pieza. Los siempre añorados La Granja enviaban desde Mallorca ‘En la calle’, una versión que conducían con pericia hacia su sonido habitual y la convertían en el primer single del homenaje.
Aquel 2002 «El Ideal» de Granada publicó un reportaje informando con un claro orgullo local de la existencia de estos dos discos. El reportaje llevaba un titular que resume muy bien todo el trajín de aquellos largos meses: «Año Cero». En realidad el guarismo del 2002 daba mucho juego para la retórica y la mitología, puesto que encerraba dos ceros (dos homenajes a Cero) y dos números dos (como insistiendo de un modo recalcitrante en la idea del homenaje por partida doble). En uno de lo textos que aparecen en «Partiendo de Cero» yo escribí que «Dios creó este fallido mundo en siete días, pero que los Cero en siete discos crearon un universo perfecto». Sigo pensando lo mismo. Qué canciones. Qué melodías. Qué guitarras. Qué letras. Qué discos. Qué legado. Normal que treinta y siete bandas desearan tocar y grabar esas composiciones, y que incluso alguna más no pudiera entrar por las limitaciones del minutaje. Qué año aquel año cero del que ya han pasado diez.