«Loach tendrá detractores de por vida pero hay que reconocerle un magnífico dominio de su limitada paleta; su estado de forma sigue siendo excepcional»
«La parte de los ángeles»
(«The angels’ share», Ken Loach, 2012)
Texto: CÉSAR USTARROZ.
–Que no hombre, que ese no puedo ser yo. ¿Pues no ves que es demasiado idiota?
–Que sí joder, que eres tú dentro de unos años. Chupando de la botella, dando tumbos por la vida, balbuceando sinsentidos, a punto de culminar tu miserable existencia dando con tus huesos bajo un tren de mercancías.
Este es el panorama que nos espera. Tirando de botellón de calimocho, desahuciado por la banca y haciendo equilibrios para llegar al día siguiente.
Tranquilos todos. Mientras tengamos banda ancha, Ken Loach nos echará un cable con un cine que restablece fuerzas, requerida lima con la que cortar los barrotes del desánimo. No es el final para los malditos, siempre hay una segunda oportunidad, disfruten de Mario Conde en Intereconomía.
El mundo de Loach es el mundo de lo real, donde el protagonista eres tú, que formas parte de la turba. Feos, bizcos, desarrapados, parados y tullidos varios. Quien no esté en este grupo que levante el muñón.
Esta es la cinematografía que desata «La parte de los ángeles», epítome del excelso cine social británico, heredero del Shakespeare más plebeyo, reflejo de las bajas pasiones que reúne el hombre. Una tragicomedia universal que sienta como una buena trompa de Doble V rescatando vértices clave de la filmografía del director anglosajón («Riff raff», 1990; «Lloviendo piedras», «Rainning stones», 1993; «Mi nombre es Joe», «My name is Joe», 1998; «La cuadrilla», «The navigators», 2001…).
El suburbio es el nicho ecológico que mejor esconde la mugre. Hasta allí se acerca la imagen tele de la cámara de Loach, sin interceder en el animalario, capturando la expresión más espontánea de personajes de carne y hueso. Los improvisados pero certificados actores nos llegan, compartimos su vida cotidiana, nos contagian con el coraje de quien siente la necesidad de contar una historia que le toca muy de cerca.
Robbie (sorprendente Paul Brannigan) se salva por los pelos de acabar en el trullo por un rifirrafe con los machos alfa del barrio. No es la primera vez que se excede en un comportamiento que parece heredar del entorno familiar y vecinal. La inminente paternidad de Robbie con su novia Leonie (Siobhan Reilly) juega un papel decisivo en la resolución que toma el juez. Condenado a trabajos para la comunidad conocerá a Harry (siempre sublime John Henshaw), trabajador social que reorientará a Robbie y demás compañeros de escarmiento hacia un nueva afición: el whisky.
Durante los dos primeros segmentos de la película predomina la tragedia con una mirada desoladora sobre el sin futuro del sueño británico. La magia estalla cuando Robbie toma la determinación de aprovechar sus pocas virtudes para revertir la situación. En este clima barriobajero se inscriben los asideros morales con los que se siente tan cómodo Loach; dando voz a la calle.
En «La parte de los ángeles», Paul Laverty, guionista de los últimos títulos de Loach, lleva hasta la perfección la composición de los diálogos y su inserción en el texto a través de un completo repertorio de relaciones y significados: el uso de la lengua y las texturas de las voces como motores que retratan la identidad de un pueblo; modulando con elementos idiosincráticos el carácter de una clase social. Los acentos y la jerga hacen progresar muchas de las secuencias hacia el sentido cómico, ofreciendo un contrapunto a los tonos más trágicos.
De igual forma el guion ofrece sistemas de relaciones entre secuencias basadas en la anticipación y cumplimiento. El uso del atrezzo con las faldas, las escoceduras de entrepierna de Albert (Gary Maitland), la indomable cleptomanía de Mo (Jasmin Riggins)… Son solo algunas de las pinceladas que demuestran con sólidas pruebas la fiabilidad estructural del guion.
Loach tendrá detractores de por vida pero hay que reconocerle un magnífico dominio de su limitada paleta; su estado de forma sigue siendo excepcional.
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