«La nueva formación de Asfalto ha inyectado anabolizantes al cancionero, que ahora se presenta muscular y robusto, con riffs infecciosos, más cerca del rock atemporal marca de la casa que de sus últimos coqueteos con el progresivo»
Asfalto
26 de octubre de 2012
Teatro Principal, Zamora
Texto: JOSEMI VALLE.
Asfalto está de celebración. Cumple cuarenta años como banda, un hito que arrancó en un antediluviano 1972 y que, con varias mudanzas en su formación e intermitencias inherentes a trayectorias longevas, ha alcanzado ya el último trimestre de 2012. Para conmemorar la feliz efemérides la banda se ha embarcado en el «40 aniversario tour». La noche del viernes 26 de octubre arribaba a Zamora con precedentes preocupantes. Asfalto había cancelado dos conciertos por estrictas cuestiones monetarias, y el mismo día de la actuación en la ciudad de Viriato la Encuesta de Población Activa suministraba datos aterradores en la tasa de desempleo que vaticinan más desesperación social y más inepcia política. El paradigma imperante en la industria cultural es que las salas de conciertos se están vaciando al alimón que los bolsillos de la ciudadanía, a la que sus representantes electos le detraen parte de su exiguo salario a través de una fiscalidad cada vez más onerosa, permiten que le suban el precio de todo lo imprescindible, o directamente le expolian alguna de sus nóminas. Todo para que los custodios de nuestra felicidad colectiva puedan realizar esa dadaísta ironía de financiar al sistema financiero y contentar a esa nueva deidad llamada «acreedores».
Con esta atmósfera mortecina, muy en sintonía con el inminente Día de Todos los Santos, Asfalto se presenta en el Teatro Principal de esa ciudad quieta que es Zamora. Sin embargo, todos los que hormigueamos por las taquillas nos llevamos una sorpresa mayúscula. Se ha vendido todo el papel. No hay billetes. No puede entrar nadie más. El mediano pero coqueto y nobiliario recinto está atiborrado, lleno absoluto de gente ansiosa de festejar la efemérides y memorar canciones en las que ha invertido una elevada tasa emocional durante décadas.
La banda toca un repertorio que representa fidedignamente su legado discográfico. La primera pieza con la que inauguran la noche sirve para desmentir el estereotipo del rockero entrado en años que convierte sus actuaciones en una retahíla de edulcoradas baladas o medios tiempos soporíferos. La nueva formación de Asfalto ha inyectado anabolizantes al cancionero, que ahora se presenta muscular y robusto, con riffs infecciosos, más cerca del rock atemporal marca de la casa que de sus últimos coqueteos con el progresivo. La nómina la forman Julio Castejón a la voz, guitarra y piano; Marcos Parra a la batería; “Pollo” al bajo; el hijo pródigo que vuelva a casa 25 años después Jorge Banegas a las teclas; y el guitarra Paul Castejón, vástago de Julio y una auténtica bomba de relojería a las seis cuerdas.
Comienzan con ‘La batalla’, un arranque precioso con un luctuoso redoble de caja para luego sonar tremenda y vitalista. Julio Castejón tiene ligeramente tomada la voz («el que habla soy yo, no el Pato Donald», bromea para excusarse), pero se le ve entusiasmado defendiendo piezas ya inmarchitables y contemplando con feliz estupor los repletos patio de butacas, palcos y gallinero. Se desprecintan después ‘Espera en el cielo’, ‘La mujer de Lot’ (la única concesión a la etapa reciente de Asfalto), y la hermosa ‘El hijo de Lindbergh’. ‘Joven ruso’ suena potentísima y Paul Castejón la rellena de auténtico hormigón armado (su ímpetu le hace romper una cuerda lo que retrasa la siguiente canción, que paradójicamente era ‘Contrarreloj’). La totémica ‘Días de escuela’ se presenta con arreglo de teclados nuevos y una intro progresiva e hipnótica. Es la canción más coreada de la noche y preceptúa que las piezas de la ópera prima de Asfalto siguen empadronas en el hit parade del grupo. También se lleva merecidos aplausos la adherencia generacional a la que invita ‘La otra María’ con Paul de nuevo rejuveneciendo el tema con su peleona guitarra en las partes de distorsión. Así llegamos al final de una primera parte pletórica.
Hay una especie de intersticio, un paréntesis después de la tormenta, que aprovecha Jorge Banegas para marcase un leed con sus teclados y dar paso a un set acústico formado por ‘Nadie ha gritado’, ‘Mujer de plástico’ y ‘Canción para un niño’ (con Paul tocando la flauta). Y casi sin advertirlo desembocamos en la traca final. Suena maravillosa y explosiva esa crónica de desolación in crescendo que es ‘El viejo’. La remozada versión de ‘Capitán Trueno’ arranca con sonido casi industrial, aunque luego la propia melodía dulcifica toda la canción. Se concluye la velada con la exultante ‘Es nuestro momento’, habitual en los cierres del grupo. En el bis el quinteto vuelve al escenario con la celebérrima ‘Rocinante’, y su adiós definitivo se sella con la impetuosa ‘Déjalo así’, muy rockerizada para la ocasión y para que la feligresía se rompa la garganta antes de salir a la calle.
Se resumen de este modo cuarenta años al pie de las guitarras. Julio Castejón se encarga de explicar las canciones con descriptivos parlamentos que las contextualizan. Un simpático Paul me comentaba después que quizá habría que abreviar ese quehacer explicativo, pero percibo que la audiencia agradece las prédicas de Julio e incluso interactúa con él en un diálogo que demuestra dilección por Asfalto y por aquel rock urbano que amenizó con orgullo la juvenil biografía de los que ahora ya tienen descendencia y deudas. La nueva formación ha retocado las piezas originales y las presenta sutilmente distintas. Paul Castejón quita muchas arrugas al repertorio, y los teclados de Banegas también rejuvenecen al preocuparse más por el detalle que por la omnipresencia. En el epígrafe del debe hay que constatar que la banda necesita engrasar la máquina, foguearse más, pulir errores, erradicar algunos patinazos en la ejecución que delatan la escasez de bolos. En el haber hay que consignar que la celebración cumple lo que persigue. Festejar una edad biológica y cronológica al alcance de pocos grupos. Lo hace con una calculada y agradable sensación de brevedad, pero que no deja fuera de la fiesta nada reseñable. Yo disfruté mucho. Intentaré volver a verlos.