El disco del día: Loquillo

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«Loquillo vuelve a demostrar que se puede hacer rock and roll sin clichés, sin revisitar figuras de una juventud amarillenta, que está muy bien donde está y no tiene por qué alcanzar el presente»

Loquillo
“La nave de los locos”
DRO/WARNER

 

Texto: JUANJO ORDÁS.

 

Espectacular, sencillamente espectacular. No vamos a decir aquello de que “La nave de los locos” es el mejor disco de Loquillo desde cualquier otro que se nos ocurra, pero sí es cierto que no grababa un disco tan agresivo desde “Feo, fuerte y formal”. En los últimos catorce años cualquiera de sus movimientos ha sido certero, explotando sus facetas con tino (ahí está el también reciente “En Madrid”) pero “La nave de los locos” supone un regreso al rock and roll más ortodoxo aunque –y esto es muy importante– desde una óptica madura. Podríamos decir que, en lo que se refiere a sonido, esta nueva obra se sitúa entre “Feo, fuerte y formal” y “Arte y ensayo”, aunque posee una personalidad propia y muy especial. Porque pese a ser un disco muy fornido y eléctrico, también lo es oscuro e incluso evocador. Sabino Méndez vuelve a firmar todas las canciones y a integrarse en un equipo de lujo con Jaime Stinus al frente, que ha conseguido integrar las canciones en un todo francamente notable. Cuando Sabino cedió ‘Sol’ para “Balmoral” (prólogo de lo que sería este «La nave de los locos») quedaron claras dos cosas, que el ex Trogloditas aún era capaz de firmar canciones memorables  y que en el futuro un nuevo álbum con su firma era factible. Y aquí está.

Hay algo en “La nave de los locos” de puesta al día del punk del 77, más intelectual sin que nada suene punk, su espíritu dicta la necesidad de vivir el presente, de sobrevivir (“Muy pocos de los sueños febriles son para nosotros” canta el Loco a los pocos minutos de haber comenzado a sonar el disco) pero sin dejar de reflexionar sobre las cosas que quedaron atrás. También tiene bastante de morir de pie sin pedir perdón, pasándolo bien. Al fin y al cabo hablamos de rock and roll.

La estructura de la obra (en cedé, elepé o digital, poco importa) es de vinilo, con una primera parte más enérgica y una segunda un tanto más meditabunda aunque ambas compartan las guitarras y neuronas como nexo. Efectivamente, Loquillo vuelve a demostrar que se puede hacer rock and roll sin clichés, sin revisitar figuras de una juventud amarillenta, que está muy bien donde está y no tiene por qué alcanzar el presente. Esa particular simbiosis entre cantante y compositor en la que jamás queda claro dónde empieza uno y acaba otro vuelve a funcionar, adaptándose a los tiempos que corren, apartando la palabra revival con rabia y fuerza. Porque todo lo que contiene “La nave de los locos” es plenamente actual, poniendo banda sonora al telediario de cualquier hora, proponiendo bailar rock and roll sobre esa sociedad en llamas descrita en ‘Muñecas rusas’, ‘El mundo necesita hombres objeto’ o ‘Contento’, sin dejar de lado un importante componente personal (‘Paseo solo’, ‘Luna sobre Montjuïc’) que nos hace pensar que el conflicto que se palpa en el álbum es tanto interno como externo, colocando esas dos visiones en un único mantel. De ahí nace el compromiso del disco, de ahí ese arrebato rockero tan puro, de ahí esa madura inteligencia. “La nave de los locos” nos dice que estamos en guerra con el mundo y que el mundo está en guerra con nosotros, que ese el orden natural donde encontrar el espacio propio. Y desde luego que el disco también tiene su espacio propio, más que nada porque ahora mismo nadie en España pisa esta parcela, un territorio sobre el que no queda más remedio que definirse. Solo Bunbury (ya lo hizo en “El viaje a ninguna parte”) y el Loco parecen ser capaces de crear sobre las cenizas de un panorama actual que se consume como siempre ha hecho y cuya banda sonora parece ser la música indie que se mira el ombligo mientras se perfuma con Nenuco. Es hora de que eso cambie.

Es imposible concluir sin citar la producción de Jaime Stinus, elegante pero callejera, artífice de la coherencia de un disco que seguramente ha debido ser difícil de concretar teniendo en cuenta que las canciones pertenecen a épocas muy distintas del trayecto vital de Sabino Méndez. Además, hay que adjudicar a Stinus el sonido y ejecución de unas guitarras sin las que no puede comprenderse la madurez de Loquillo, teniendo que añadir a la ecuación el talento de Igor Paskual, también a las seis cuerdas e igualmente fundamental para que la última década creativa del Loco haya sido tan brillante.

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