“A mediados de los noventa empezó a decaer un poco la historia de Gabinete Caligari, empecé a aburrirme y me despedí. Mantuve amistad con Jaime, y le animaba a seguir en solitario, porque él era el talento de Gabinete Caligari”
Leyenda del primer rock del Cono Sur con Los Mockers, la carrera de Esteban Hirschfeld está vinculada desde hace años a España: a Gabinete Caligari y a Jaime Urrutia. Teclista, arreglista, compositor y productor, Arancha Moreno nos lo descubre más de cerca.
Una sección de ARANCHA MORENO.
Ha vivido la industria desde la década de los sesenta, cuando formó Los Mockers, su primera banda en Uruguay. Tras sus primeros pasos en el rock, Esteban Hirschfeld abandonó Montevideo para estudiar sonido en Alemania, y llegó a España a finales de los setenta, donde volvió al rock. Fue el teclista de la primera banda de Sergio Makaroff, junto a Manolo García, y luego los dos se independizaron para montar Los Rápidos, famosos por su rock acelerado y sus números alocados. Ya en Madrid, Esteban grabó un disco con Nacha Pop, y se incorporó a Gabinete Caligari antes de grabar “Al calor del amor en un bar”. Cuatro discos más tarde dejó la banda, y cuando Jaime Urrutia hizo lo propio, acudió al estudio de Esteban en Valencia. Desde entonces no han dejado de grabar juntos, mano a mano. Le citamos en uno de sus viajes a Madrid, donde tiene una reunión de la SGAE, ya que forma parte de la cúpula que gestiona ahora la sociedad de autores. Nos recibe en su hotel de la plaza de Santa Bárbara, y compartimos la caída del sol desde el patio, donde el músico apura unos cuantos cigarrillos y rememora sus vivencias.
Arrancamos desde tus comienzos, ¿cómo empezaste en la música?
A principios de los sesenta, cuando estaba en el instituto en Montevideo. Nos gustaba la música y conseguimos instrumentos para ensayar. Al principio enchufábamos la guitarra española a la radio y el bajo era un cajón con una cuerda y un palo, lo habitual en la época. Cuando salieron los Beatles nos gustaron, y al año siguiente conocimos a los Rolling Stones y supimos que queríamos hacer eso, algo más crudo y salvaje. A mitad de los sesenta hubo una vorágine, con el epicentro en Inglaterra, y en Montevideo era una época de bastante prosperidad, antes de que empezaran las dictaduras en Sudamérica había mucho movimiento cultural de todo tipo: cine, teatro, literatura… Y música.
Así que así montásteis Los Mockers, tu primera banda, con la que grabásteis un disco. ¿Qué pasó?
Ensayamos mucho y llegó un momento en el que le interesamos a una compañía discográfica, así que dejamos los estudios y nos fuimos a Buenos Aires, el centro de la industria en aquella parte del mundo. Grabamos un único elepé, y nos separamos. Nos peleamos porque éramos muy underground para la época y no nos llamaban.
¿Qué hiciste después?
Me integré en otra banda, un poco más comercial, los Delfines. Grabé con ellos un disco, y Los Mockers quedó en el olvido. Después empezó la dictadura y nos perseguían, estuve preso no sé cuantas veces por pelos largos, que era un escándalo.
Así que bastaba un aspecto distinto para acabar preso.
Sí, me tuve que ir a Alemania, con el disco de Los Mockers bajo el brazo. Fui a estudiar sonido, para saber cómo se hacía un disco y una producción. Hice la carrera, pero no quise quedarme. Fui a parar a España, y empecé a buscar gente para montar un grupo otra vez. Conocí a Sergio Makaroff, había tenido cierto éxito, con ‘Explorador celeste’, y quería montar una banda. Él me conocía de Los Mockers, y me encargó que le montase un grupo. Conocí a Manolo García, que era baterista y cantante de una orquesta.
Así que Manolo García empezó cantando desde la batería, a lo Phil Collins…
Sí. Me presenté a un anuncio de esa orquesta, porque buscaban teclista, no me gustó el rollo pero Manolo me cayó bien y me quedé con su contacto. Después hablamos y fue parte de la banda de Sergio, grabó un disco suyo a la batería y a los coros. Formé la banda, reuní un guitarrista y un bajista, Antonio Fidel, que siguió con Los Burros y con el que hice un par de proyectos en los ochenta, Los Nativos y Adios Amigo. Formamos la banda de acompañamiento de Sergio Makaroff, estuvimos un año con él y al final nos independizamos. Formamos Los Rapidos, con nuestro propio repertorio, Manolo saltó de la batería al micrófono y buscamos otro batería. Estuvimos un año tocando, era muy divertido. Manolo era muy loco y muy teatrero.
He visto la actuación de Musical Express (está en youtube), en la que Manolo García rompe un televisor con un hacha en medio del plató. Pensé que era una leyenda urbana, pero no.
No, hacía esas cosas: se ataba con una cinta, prendía fuego al escenario con petardos, se echaba una cerveza encima… Grabamos un disco en el sello EMI, salió en el 81. Pero aquella banda no tuvo mucho éxito. Cuando se disolvió me fui a Madrid, donde estaba la movida, y dejé Barcelona.
Pero en aquella época también había movida en Barcelona, ¿no?
Sí, pero era una onda más de rock catalán, de jazz… En Madrid era más fresco, y me fui allí. Me encontré con que Nacha Pop había grabado dos discos y buscaba teclista para el tercero, “Más números otras letras”. Grabé con ellos ese disco, estuve con ellos un año, y grabé un maxi-single con la canción ‘Una décima de segundo’.
¿El piano de ‘Una décima de segundo’ es tuyo?
Hay dos versiones, una piano bar, con Teo Cardalda al piano, y otra con banda, que es la que grabé yo. Hubo muy buen rollo con Antonio Vega, pero no me entendía mucho con los demás y me fui.
Antes de dejar Nacha Pop, ¿qué recuerdas de Antonio Vega?
Me enseñó mucha música que no conocía, iba a su casa y me ponía música de la new wave inglesa, me hizo conocer a Squeeze, que me encantan… Uno de los integrantes era Paul Carrack, que cantaba una preciosidad de canción, ‘Tempted’. Yo era más rockero que popero.
¿Qué pasó después de Nacha Pop?
Quise hacer un grupo más garaje, The Nativos. Fue una historia muy fugaz, era un grupo muy cañero, tocábamos en el Ágapo, un antro… Grabamos un disco en el 85, con Paul Collins, pero la grabación era más producida y no nos sentimos reflejados. Hicimos una versión de Bob Dylan, ‘She belongs to me’, que se pinchó mucho en discotecas. Pero el cantante se fue a Los Ángeles, y ahí fue cuando conocí a Gabinete Caligari.
¿Cómo conociste a Gabinete Caligari?
Grabando con Nacha Pop, yo utilizaba un órgano Hammond con un amplificador llamado Leslie: los altavoces giran dentro de la caja y lanzan el sonido por todos lados, el sonido típico Hammond pero con un aparato impresionante, es como una lavadora de grande. Cuando los Gabinete fueron a grabar ‘Cuatro rosas’, al productor, que era el mismo de Nacha Pop, se le ocurrió enchufar la guitarra a ese amplificador en vez de hacerlo a uno de guitarra. El sonido que se oye en la introducción de ‘Cuatro rosas’, que es muy ondulante, es de una guitarra grabada por ese amplificador. Era poco habitual, y el productor se acordó de que lo había usado yo, y me llamó para que se lo prestase.
Así que tu amplificador fue el camino que te llevó hacia Gabinete Caligari.
Sí, y el camino a Nacha Pop también fue un instrumento, un sintetizador que yo tenía, que en aquel momento era la novedad. Ellos lo buscaban por su gusto por la new wave inglesa. No me conocían, pero entré por aquel instrumento, que entonces era una cosa muy exótica.
Volviendo a Gabinete, ¿empezaste a tocar con ellos a partir de ese momento?
Con Gabinete tuve muy buena onda. En “Al calor del amor en un bar” me llamaron para tocar en dos o tres temas, y “Camino Soria” lo hicimos juntos, me integré en la banda, ya es una creación de los cuatro. A partir de ahí hicimos varios discos más: “Privado”, donde está ‘La culpa fue del chachachá’, y después “Cien mil vueltas”, donde entraron un par de canciones mías, una de ellas es la que da título al disco.
¿Componíais juntos?
Sí, la letra de esa canción es de Jaime y la música es mía. A partir de “Camino Soria”, montamos los temas juntos en el local y cada uno aportaba su parte, y como yo había estudiado más música que ellos, les venía bien. Eran un grupo punk y siniestro que empezaban a tocar sin mucho estudio.
Tocar sin estudiar era algo que se hacía mucho entonces.
Sí, a mí me sigue gustando, huyo de la técnica, pero también sirve. A mediados de los noventa empezó a decaer un poco la historia de Gabinete Caligari, empecé a aburrirme y me despedí. Mantuve amistad con Jaime, y le animaba a seguir en solitario, porque él era el talento de Gabinete Caligari.
Poco después él también dejó el grupo.
Sí, yo le animé, y la primera maqueta de su carrera en solitario la grabamos en Valencia, en mi estudio. Todos sus discos en solitario empiezan ahí, y no solo la maqueta, mucho de lo que se oye en sus discos definitivos son partes de la maqueta. Hicimos la maqueta de una manera orgánica, pensando que puede valer una parte de guitarra, teclado o voz. Llevamos eso al estudio, donde se hizo el disco definitivo, y la mayor parte de las guitarras eran las que grabamos en las maquetas. Jaime venía a Valencia cada mes, en cada viaje hacíamos uno o dos temas y al cabo del año teníamos un disco.
Así que desde que Jaime comenzó en solitario, fuisteis uña y carne, su mano derecha.
Pero en Gabinete también. El último disco, “Lo que no está escrito”, lo produjimos entre los dos, en un estudio vintage, analógico, en Gijón. Le enseñé a Jaime un disco que mezclamos allí Los Mockers, por nuestro cuarenta aniversario, y a Jaime le gustó cómo sonaba y dijo que su siguiente disco lo haría allí.
En el estudio de Jorge Explosion.
Sí, un loco entrañable que tiene mucho gusto y mucho respeto, lo que no encontramos con otros productores que habíamos trabajado antes. Tiene un equipo de categoría, cosas de Abbey Road, todo analógico.
¿Cuál es el secreto del tándem musical Urrutia-Hirschfeld, un equilibrio en el que cada uno empujáis una parte?
No lo sé. Yo soy más racional, él es más intuitivo. Él trae una idea grabada en su móvil, y yo la desarrollo, la produzco, la hago sonar, y él está pendiente de quitar y poner cosas… Yo voy más al grano, y él es lo que le sale. Le cojo sus ideas buenas, le critico sus ideas más flojas. Él lo valora, se deja y funcionamos. Somos grandes amigos, nunca tuvimos ninguna diferencia.
¿Cuáles crees que han sido los grandes aciertos de Jaime: el enfoque, el estilo, la actitud…?
Difícil pregunta, no sé… El ser personal, tener un estilo propio y ser fiel a su estilo y hacer lo que le gustaba, no hacer concesiones y creer en lo que hacía.
Al margen de épocas y de modas, porque siempre se ha mantenido al margen.
Es personal, te puede gustar o no, pero es identificable.
“En la SGAE nos preocupa restaurar la imagen pública, que está por los suelos, pero como ahora no hay escándalos a la prensa no le interesa, no hay morbo”
Vuestras carreras han ido unidas desde el 86, más de un cuarto de siglo… Y tú llevas casi seis décadas viviendo la música. ¿Qué te parece el giro que ha experimentado la industria? ¿Te imaginabas que vivirías este momento?
Cuando me fui de Uruguay pensé que eso iba a ser una moda pasajera, mis padres me presionaban y me decían que a los cuarenta no iba a estar haciendo rock and roll, que estudiase. Lo hice, estudié, pero el rock and roll no fue una moda pasajera. Esto no lo había contado nunca… Estando en Alemania me di cuenta de lo que estaba pasando en Sudamérica, a raíz del golpe de Chile, en el 73. Me hice militante, y como sabía español me mandaban a España a hacer reportajes de la Transición, artículos sobre las manifestaciones, las huelgas, los movimientos de la mujer… Vine para eso y me fui quedando en España. Resultó que fui al Festival Canet Rock, en el 78, vi a Tequila, y pensé «Esto es lo que yo sé hacer, no ha cambiado tanto la historia ni el gusto de la gente». El rock and roll había sido muy repentino, y pensé que en la misma tónica saldría algo diferente y los rockeros nos quedaríamos trasnochados, como les pasó a los músicos de jazz en los sesenta. Pero al ver a Tequila descubrí que no. Me aparté de la política y retomé el hilo de la música.
Volviendo al presente, al margen de tu trabajo como teclista, y como coproductor de Jaime en el último disco, ¿has producido más trabajos?
Sí, a los valencianos de La Rocka, donde está nuestro amigo Juan Carlos Sotos. Tengo mi propio estudio en Valencia y estoy todo el día investigando. Me paso el tiempo a la sombra, como se llama tu sección.
Al margen de la parte musical, estás dentro de la cúpula de la SGAE. ¿Cuáles son vuestras principales preocupaciones ahora?
Restaurar la imagen pública de la SGAE, que está por los suelos, pero como ahora no hay escándalos, a la prensa no le interesa, no hay morbo. Y sanear las finanzas, antes había mucho dinero sin repartir que se gastaba en obras mastodónticas, todo eso se está repartiendo y volviendo a lo que tiene que ser la SGAE: una sociedad de gestión de los derechos de los autores, sin más pretensiones.
Entre los problemas que ha tenido la SGAE, y la crítica situación de la industria musical y social, no hay muchos factores positivos…
No, pero todo el escándalo que ha habido ha servido como catarsis, y el equipo liderado por Antón Reixa es humilde, razonable y con intenciones de hacer las cosas bien, sin pasarse ni forrarse. Dentro de todas las crisis que hay, la SGAE ahora está encauzada, por el buen camino.
Cuando vuelves la vista atrás, ¿qué recuerdos musicales te vienen primero?
Muchos, pero lo más emocionante fue lo primero, Los Mockers. Tengo muy buenos recuerdos de ese momento, era muy inocente, no había drogas, ni siquiera nos emborrachábamos, era una provocación artística y estética pero sin malicia.
¿Y tu camino en la música ha sido de rosas, o de espinas?
Ha habido de todo, pero muchas satisfacciones, y estoy contento de haberme dedicado a la música toda la vida, y no a la ingeniería que es lo que estudié.
¿Cuáles son tus próximos proyectos?
El 7 de diciembre volvemos a reunirnos Los Mockers en un festival, Purple Weekend, en León. Estamos preparando el repertorio, ensayando a distancia, por skype. Sigo componiendo canciones con Jaime, para un nuevo disco; colaboro con Sotos, que es vecino mío… Y aparte lo de la SGAE, que como he dado muchas vueltas por la industria musical creo que puedo aportar cosas. Me interesa, hay que dedicarse para que funcione bien, y no dejarlo en manos de otros, como habíamos hecho todos los autores. Ahora estoy con un equipo de gente con la cabeza bien puesta, gente sana y razonable, y estoy muy contento de cómo está quedando la cosa.
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