«Resultan altamente enternecedores por aquella cierta ingenuidad que guió sus pasos, por su espíritu de pioneros, por ese no tener espejo en el que mirarse, por su extravagancia e incluso por lo mal que la mayoría de los supervivientes ha envejecido»
En las próximas semanas, El oro y el fango homenajeará a algunas de las principales figuras del rock and roll. Esta primera entrega sirve de presentación y en ella Juan Puchades expone sus razones y deja un montón de vídeos de pioneros olvidados.
Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.
De tanto en tanto me dejo llevar por periodos musicales monográficos. Son una reacción a la escucha constante de novedades –en tantas ocasiones cero emocionante. Y a la música cada vez le pido más, precisamente, eso, emoción–, una forma de recuperar discografías, también de estudiar o repasar el pasado (trayectorias o movimientos), más allá de esos reencuentros puntuales con algunos discos que suelen derivar en entregas de «Operación rescate» y que son, por otro lado, como un imprescindible cable a tierra semanal para no perder completamente la cabeza o la pasión por la música y los discos: el escuchar simplemente por placer y no por obligación.
Hace unos meses me dio por la discografía Beatle (ya lo comenté aquí) y, mediante un inesperado efecto de vasos comunicantes, ésta me llevó directamente hacia los orígenes del rock and roll, me abrió el apetito por ese periodo siempre tan necesario que definió todo lo que vino después y que es, qué quieren que les diga, uno de mis favoritos. Adoro a aquellos tipos que estaban creando algo nuevo y que, en la mayor parte de los casos, no eran muy conscientes de ello, o trataban de seguir la corriente y subirse a la ola o, sencillamente, como Elvis, buscaban dedicarse a lo que les gustaba, ser queridos, entretener a la gente y hacerse con dinero para comprarle una casa a sus padres mientras vivían (en los primeros años) con el temor de que el rock fuese solo una moda pasajera, el público les diera la espalda y tuvieran que regresar a trabajos menos agradecidos.
Aunque muchos de ellos eran unos impresentables de cuidado con los que no habrías compartido mesa y mantel, resultan altamente enternecedores por aquella cierta ingenuidad que guió sus pasos, por su espíritu de pioneros, por ese no tener espejo en el que mirarse, por su extravagancia (natural o impostada, qué más da) e incluso por lo mal que la mayoría de los supervivientes ha envejecido. Además, por supuesto, está la música, un ritmo sencillo pero vigoroso que cada cual desarrolló como supo, le dijeron o pudo, asfaltando la autopista del futuro, cambiando los esquemas sonoros de una sociedad tan temerosa de Dios como la de los Estados Unidos de mediados de los años cincuenta y en la que el rock and roll parecía enviado por el mismísimo Diablo para pervertir a la juventud, convertir a los chavales en peligrosos delincuentes y a las chicas en descontroladas putitas prestas a abrirse de piernas a la menor ocasión. Desde luego que no era para tanto. El rock fue, en esencia, y de ahí el peligro que veían los biempensantes, la manera natural en la que el rhythm and blues –¡música de negros en tiempos de segregación!– evolucionó, se aceleró, se fusionó y se ofreció masivamente al joven consumidor blanco. Y la música cambió. La Historia cambió. Todo cambió. Cambió tanto que sesenta años después la música popular sigue nutriéndose mayoritariamente de él, lo cual, seamos objetivos, es una barbaridad de primer orden.
Metido en harina rockera, he pensado que estaría bien no darle vacaciones estivales a esta sección, pero sí arrinconar la actualidad y dedicar el mes de agosto a repasar someramente a algunas de las principales figuras del rock and roll. Cinco de las que más me fascinan y a las que me acercaré más con ánimo de rendir homenaje que de biografiarlas: Bill Haley, Little Richard, Chuck Berry, Carl Perkins y Buddy Holly. Por supuesto, me dejo a Elvis Presley, pero qué contar a estas alturas de él, qué aportar. Honestamente, creo que nada. Pero es que, además, su alargada sombra aparecerá permanentemente en los relatos de los demás, pues él fue tanto el modelo a seguir, como el mito a tumbar. Amado y odiado a partes iguales por sus contemporáneos, marcó sus vidas y sus carreras.
No hay duda que alguno más de mis esenciales de aquel periodo queda fuera, principalmente el venerado Roy Orbison, pero es que ya visitó esta columna semanal, y no se trata de reincidir (aunque Big O siempre merece una reescucha). También excluyo a algunos astros básicos, como Fats Domino, Bo Diddley o Jerry Lee Lewis, pero había que seleccionar y quedarse con cinco para cinco viernes. La cosa no da para más y la idea es centrarse en los nombres principales, los que han pasado a la historia por su clarividencia o influencia y a los que, sin embargo, el tiempo ha ido sepultando en el cajón del olvido. Hoy sus grabaciones parecen quedar reservadas a nostálgicos del periodo, curiosos de oído o militantes del tupé, pero en ellas está la semilla con la que arranca todo, porque hay que recordar que la historia del rock no empieza con los Beatles, ni con Velvet Underground ni con Sonic Youth, como en ocasiones pareciera por algunas de las cosas que tenemos que leer. Los pioneros fueron estos, y algunos más que, desde mediados de los años cincuenta y hasta los primeros sesenta, definieron una nueva forma de hacer: los hubo que tras dejar algunos singles se retiraron, o murieron; otros que se aproximaron al rock en sus primeras grabaciones y luego tiraron por diferentes derroteros; incluso algunos solo tontearon con el género ocasionalmente, entendiéndolo como un ritmo de moda. Pero injusto sería olvidar a gente como Gene Vincent, Ritchie Valens, Eddie Cochran, Freddie Bell and The Bellboys, Eddie Bond, Janis Martin, Johnnie Ray, Screamin’ Jay Hawkins, Esquerita, Johnny Otis, Conway Twitty, Mark Dinning, Shirley and Lee, Del Shannon, Chan Romero, Everly Brothers, Clarence Henry, The Champs, Frankie Ford, Huey Smith and The Clowns, Chuck Willis, Bobby Darin, The Coasters, The Silhouettes, Bill Dogett, Boyd Bennett and The Rockets, Bobby Charles, Dale Hawkins, Dee Clark, Thurston Harris, Etta James, Larry Williams, LaVern Baker, Don and Dewey, Jerry Byrne, Malcolm Yelvington, Charlie Featers, Warren Smith, Duane Eddy, Chris Montez, Link Wray, Gary Us Bonds, Dion and The Belmonts, Ricky Nelson o Gene Pitney. Enfrentarse a sus canciones es descubrir un universo prodigioso y variado que constata que el rock, desde el primer momento, no siguió una única dirección, sino que se expandió en muy diversos frentes y mutó constantemente mientras iba sumando influencias. De ahí, tal vez, su longevidad.
La semana próxima arrancamos. Ahora, a quien le apetezca, que disfrute de esta selección de canciones de esos otros, los menos conocidos.
Los cuatro primeros años de “El oro y el fango” se han recogido en un libro que solo se comercializa, en edición en papel, desde La Tienda de Efe Eme. Puedes adquirirlo desde este enlace (lo recibirás mediante mensajería y sin gastos de envío si resides en España/península).
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