Corría 1967 y Pink Floyd, entonces con ese iluminado que respondía al nombre de Syd Barret al frente, publicaba su primer LP, The piper at the gates of dawn. Un álbum que, desde esa portada resuelta con varias exposiciones fotográficas, ya anunciaba lo «ácido» de su contenido: un viaje alrededor de la primera psicodelia del pop británico. En el que las iniciales pruebas experimentales de los Beatles en Rubber soul (1965), desarrolladas en Revolver (1966) y explosionadas en Sgt. pepper’s Lonely Hearts Club Band (de 1967, contemporáneo, por tanto, de este estreno en largo de los Floyd), no cayeron en saco roto. Pero en el caso de los Floyd, fueron más lejos, haciendo de la experimentación, los estados alterados y sus desarrollos musicales su razón de ser, llegando a plasmarlos en directo en espectáculos interdisciplinares en los que, además de luz líquida y proyecciones, incluso, llevaban un sistema de sonido cuadrofónico. Pero, además, hay algo en Pink Floyd que los aleja del modelo Beatle (siempre obsesionados por retratar una cierta belleza sonora: hasta en sus pasajes más oscuros, intentan que todo esté en orden) o Doors: aquí está Syd Barret, una mente enferma, dual, cósmica, un ser que parecía poseído por acuciantes fantasmas personales y que se introducía en laberintos compositivos que anticipan un satanismo (vía que, con rapidez, los propios Floyd abandonan cuando Barret sale del grupo) que deja en mera broma los coqueteos oscuros de los Rolling Stones.
Por lo demás, deconstrucciones sonoras, ráfagas de melodías obsesivas, percusiones machaconas, armonías vocales pasadas de vuelta (que los emparentan con el Brian Wilson más barroco al frente de los Beach Boys), gritos, susurros, guitarras como cuchillos, «puentes» imposibles, innovación y la necesidad de ir un paso más allá de lo experimentado hasta entonces conforman el ideario de este disco inagotable, fascinante, auténtica biblia iniciática de la psicodelia en estado puro.
La presente reedición de The piper at the gates of dawn, se presenta en un hermoso estuche (encuadernado en tela, grabado en oro y con la foto de la portada original pegada) conteniendo tres CDs, que incluye un libreto con las letras de las canciones y una reproducción de ocho páginas del cuaderno de notas original de Syd Barret. El primer CD se compone de la primera versión de The piper at the gates of dawn, con su sonido en mono; el segundo, trae el álbum en estéreo; y el tercero recupera los singles editados por Pink Floyd aquel 1967 con sus correspondientes caras B, además de tres versiones inéditas hasta ahora: «Mathilda mother» (en una versión con letra diferente a la del álbum), la versión estéreo de ese año de «Apples and oranges» y una versión alternativa de «Interstellar overdrive» que sólo salió en su día en un EP francés.
Un álbum que, sin duda, sabrán apreciar los seguidores de Pink Floyd y los aficionados a la mejor psicodelia pop.