«McCartney acudió a viejos y nuevos amigos en los que depositó toda su confianza para la producción: George Martin y Jeff Lynne. Las credenciales de cada uno, además de suficientes, resultaban obvias»
Paul McCartney
“Flaming pie”
PARLOPHONE/EMI, 1997
Texto: UMBERTO PÉREZ.
Pese a su inclusión en el Salón de la Fama del Rock and Roll en los años ochenta, la vigencia y el legado de los Beatles, y de sus cuatro integrantes, pareció cubrirse de sombras tras el asesinato de John Lennon y los largos periodos de descanso entre discos que se tomaban los miembros sobrevivientes; a excepción de Paul McCartney, que con pena y con gloria editó grandes discos como “Tug of war” en 1982 y “Flowers in the dirt” en 1989, y trabajos flojos como “Press to play” en 1986 y “Off The ground” en 1993.
Pero todo el brillo del reconocimiento se posaría nuevamente sobre sus cabezas en la última década del siglo XX cuando los Beatles volverían a emocionar y facturar como en los años sesenta y setenta. La edición oficial de material inédito y la insólita reunión de McCartney, Harrison y Starr para grabar y complementar algunas maquetas archivadas por Lennon, supondrían un nuevo ímpetu vital y creativo en sus carreras; principalmente en la del incansable McCartney.
Superado el ambicioso y exitoso proyecto “The Beatles anthology”, y a partir del mismo, McCartney sintió la necesidad de recuperar viejas dinámicas y plasmar en un nuevo álbum esa energía impregnada en los discos de los Beatles, grabados la mayoría de las veces en medio de un ambiente relajado y, sobre todo, divertido. Así, e iluminado por las ingeniosas palabras de John Lennon, dio vida y título a “Flaming pie” un fantástico álbum de regreso a la cumbre de la mejor música popular del siglo XX.
Para conseguir tal propósito de forma efectiva, McCartney acudió a viejos y nuevos amigos en los que depositó toda su confianza para la producción: George Martin y Jeff Lynne. Las credenciales de cada uno, además de suficientes, resultaban obvias; Martin, no solo había moldeado todas las ocurrencias creativas de los Beatles, también acogió al McCartney solista a comienzos de los ochenta en discos notables como el ya mentado “Tug of war” y “Pipes of peace”, y en el desacertado proyecto “Give my regards to Broad Street”. Por su parte el genial Jeff Lynne, fanático irredento de los Beatles y amigo íntimo de George Harrison, había sido el encargado de producir las “nuevas” canciones del cuarteto que aparecieron en los primeros dos volúmenes de la antología.
Los invitados a participar en la grabación también remitían a la historia de los Beatles: el aporte de Ringo Starr en las voces y la batería en varias de las canciones se sumó al del ingeniero Geoff Emerick, involucrado directamente en la etapa más creativa y experimental del grupo y en los célebres discos “Band on the run” y “London town” de McCartney junto a Wings. Descontando la eterna presencia de Linda McCartney en las voces de respaldo y las fotografías del disco, y un solo de guitarra a cargo de James McCartney, hijo varón de la pareja, que testimonia su primer registro fonográfico, la otra figura invitada y que brilla en “Flaming pie” es el guitarrista de blues Steve Miller, líder de su banda homónima y compañero de McCartney en sesiones y jams en la época final de los Beatles. Pero una vez más, y como en otras ocasiones, fue Paul quien asumió la grabación de casi todos los instrumentos en cada canción.
“Flaming pie” consta de doce composiciones grabadas entre febrero de 1995 y septiembre de 1996 y dos pequeñas y entrañables joyas acústicas registradas en septiembre de 1992, las dos únicas producidas por George Martin. Las demás están intervenidas bien por McCartney solo o en compañía de Lynne, cosa que no le resta unidad, todo lo contrario y gracias al espíritu de un álbum emotivo y cargado de una nostalgia alegre, o bonita si se quiere.
El disco inicia con ‘The song we were singing’ un flechazo directo al pasado que además sirve de manifiesto para dejar claro de qué va este álbum de McCartney. Casi un himno. Como complemento, ‘Beautiful night’, que da cierre a un disco redondo, crece rockera de la mano del piano, la batería de Ringo y los coros de Linda y Lynne hasta fundirse con un arreglo orquestal que lleva la canción a territorios de gozo, es McCartney en estado puro. Entre las canciones producidas por Jeff Lynne, la jam de ‘Really love you’ pasa a la historia como el único tema compuesto por McCartney y Starr, mientras que la que da título al álbum es un rock machacante que coquetea con boggie woggie y se inspira en la broma que solía usar Lennon para responder a la pregunta del por qué el nombre de la banda. Sencillo: él tuvo una visión de un hombre que descendía de un pastel en llamas y les decía que se llamarían los Beatles (con error ortográfico incluido, es decir, con la letra a reemplazando la segunda en la palabra inglesa).
Esas y otras anécdotas de cada canción son contadas brevemente por McCartney en el librillo interno del disco, complementadas con acertadas notas técnicas escritas de Mark Lewisohn, el disciplinado biógrafo de los Beatles.
De las canciones producidas exclusivamente por McCartney, se destacan el sencillo de presentación del álbum, ‘Young boy’ y la estremecedora ‘Somedays’. La primera, con la participación de Miller en guitarras y coros, saldaba la deuda de volver a grabar juntos desde los días en los que Paul participó en los discos de la Steve Miller Band bajo el seudónimo de Paul Ramon; y de paso, confirmaba a McCartney como un referente contemporáneo para las apasionadas bandas de brit-pop que por entonces arrasaban con todo en el rock. No en vano, el beatle había grabado unos años antes una versión de ‘Come together’ junto a Paul Weller, Noel Gallagher y Steve Cradock agrupados bajo el nombre de los Smokin’ Mojo Filters. En ‘Somedays’, escritas en tan solo dos horas, un McCartney amargo, sincero e introspectivo da muestras de fragilidad frente al doloroso hecho de asumir la enfermedad que llevó a Linda a la muerte.
Mención aparte merecen las dos canciones producidas por George Martin. ‘Calico skies’ y ‘Great day’ fueron grabadas el 3 de septiembre de 1992, un año antes de que “Off the ground”, el álbum de estudio que precede a “Flaming pie” viera la luz. Los dos temas no solo revelan las sorpresas inéditas que pueden encontrarse en el archivo de McCartney, también reafirman esa hondura folk que acompaña al genio de su autor cuando se acompaña solo de la guitarra. Dos piezas de amor más que, sin pudor, atestiguan la devoción de Paul hacia Linda, quien sella con su voz la última canción de un álbum definitivo en la vida discográfica de McCartney. Al año siguiente de la edición del disco, Linda dejaría solo a su esposo, que no volvería a incluir voz femenina alguna en sus siguientes trabajos.
“Flaming pie” marcó el inicio de una nueva etapa para Paul McCartney, quien desde entonces no ha parado de grabar álbumes de rock de gran factura que lo mantienen en la carretera, en una especie de “never ending tour” personal acompañado por una banda muy poderosa, quizá la mejor que haya tenido desde aquel grupo bautizado por un hombre que descendió de un pastel en llamas.
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