“Es bonito comprobar que muchas de las cosas que apuntaban, como ese reencuentro con nuestros primos mexicanos, esa profundización en estéticas sonoras y dramáticas que tan bien han sabido aprovechar luego Sabina y Bunbury, estaban ya en su ideario bastante tiempo atrás”
La Búsqueda
“La rueda de la fortuna”
TRES CIPRESES/DRO, 1991
Texto: DARÍO VICO.
Casi una década después de que Gabinete Caligari se sacaran de detrás del capote el «rock torero», y Víctor Coyote por un lado y Antonio Bartrina (en compañía precisamente de un Caligari, Edi Clavo) redescubrieran América para la posmodernidad, unos mallorquines llamados La Búsqueda decidieron insuflar a un esqueleto de rock inequívocamente ochentero un montón de influencias que años después se convertirían en la base de la receta de la mayoría de los grupos del llamado rock latino, encabezados por los mismísimos Rodríguez. En realidad, “Engánchate conmigo” y “La rueda de la fortuna”, comparten año de edición, 1991, pero teniendo en cuenta que era el primer disco del supergrupo del puente aéreo, y el segundo ya de los mallorquines, que además sumaba a sus influencias transatlánticas las mediterráneas, conviene darles el papel que se merecen a estos ilustres olvidados…
La Búsqueda, con los guitarristas Xisco Albéniz y Luis Escorcia y el batería Javier Suárez como hombres fuertes y núcleo de la formación, llevaban funcionando y peleando por su sitio en diversos concursos de bandas de las Baleares desde 1985, en unos años en los que la otra gran banda de las islas era La Granja. Les costó cruzar el charco –bueno, el charquito–, pero terminando los 80 lo lograron; desembarcaron en Madrid con una maqueta llena de buenas canciones e ideas, el siempre atento Servando Carballar les firmó cinco años para el entonces emergentemente independiente sello DRO y les puso a las órdenes de un tipo que, como ellos, tenía en la cabeza un nudo de redes que conectaban al pop con músicas de todo el planeta: Ramón Godes. De aquello salió un mini elepé homónimo de ocho temas –cabría recordar de aquellas la preciosa ‘El camino de Santa Cruz’– que funcionó subterráneamente bien por estos pagos, pero que por una de esas casualidades cósmicas –un ejecutivo de la Barclay les vio tocar en una de las presentaciones madrileñas– les valió una edición en el país vecino que funcionó notablemente, dicen que con cerca de 15.000 copias vendidas, y que acabó siendo editado, también con cierta repercusión, en México.
Así que La Búsqueda entraron en los 90 con todas las de triunfar, con la idea de ser nuestros Big Country, un grupo capaz de hacer «big rock» a la española, preñado de influencias de ambos lados del charco, de los dos charcos, como dijimos… A finales del 90 se metieron en los estudios Box a las órdenes de Emilio Muñoz y con un nutrido y multidisciplinar grupo de colaboradores, buenas canciones y ganas de dar el salto. Y salieron de allí con “La rueda de la fortuna”, un álbum bastante sorprendente, con un hit claro, ‘Mi despertar’, y una bien medida alternancia entre las píldoras de rock recriado a base de aditivos naturales –con denominación de origen hispana, pero con muchos ecos de otras costas culturalmente limítrofes a la nuestra–, buenos arreglos de vientos, cuerda y hasta aportaciones exóticas como la darbouka del gran Luis Delgado… Un disco con temas para pelear en las listas, pero también para ser escuchado por cualquier geógrafo sonoro aficionado en busca de descubrimientos… Quizás, cierto, la producción aspiraba a mucho pero entraba en desventaja si se la comparaba con la que contaban las bandas foráneas; Emilio Muñoz era un excelente artesano del estudio, pero no Steve Lillywhite… Tampoco, es cierto, contaba con sus medios.
Lo que pasó es que no pasó nada. El single no se difundió lo suficiente, aunque era mucho mejor que muchos éxitos similares que conformaron el rock latino a lo largo de toda la década siguiente. El álbum tuvo una trayectoria discreta en las cubetas. Escorcia se marchó y la banda siguió, pero ya no fue lo mismo. La puerta por la que La Búsqueda deberían haberse colado se cerró demasiado tarde, y eso que les dio tiempo a ver lo que había al otro lado; uno de los proyectos de grupo más finamente pertrechados del pop español en la brecha entre 80 y 90 no acabó de alcanzar su plenitud, aunque es bonito comprobar que muchas de las cosas que apuntaban, como por ejemplo ese reencuentro con nuestros primos mexicanos, esa profundización en estéticas sonoras y dramáticas que tan bien han sabido aprovechar luego Sabina y Bunbury, estaban ya en su ideario bastante tiempo atrás. Y que además supieron encontrar sorprendentes puntos de contacto a tan interesante contenido con los otros continentes a los que estamos pegados.
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