«No era Pérez Prado, era Pantaleón buscando alocadamente una cierta expresión creativa siempre soterrada a la sombra del gran hermano. Y ahí estaba este panorámico ‘Love child”
Pérez Prado / Don Alfio
«Love child»
ARIOLA, 1974
Una sección de VICENTE FABUEL.
Si algún elemento da sentido a los discos que aparecen por esta sección, ése debe de ser el del riesgo. El riesgo asumido y decidido temerariamente o ese otro involuntario e irracional que emana sin que el artista llegue a controlarlo plenamente, en ambos casos buscando siempre un espacio de creación libre. Continuamente hubo músicos que saltaron aleatoriamente de una a otra opción sin que con el tiempo quedase claro en cual de ambas facetas habían resultado más innovadores y en qué sentido. La obra del genio cubano Pérez Prado (Matanzas, Cuba, 1916 – México, 1989) explica con modesta naturalidad esa disyuntiva creativa.
Por si no fuese más que suficiente aval extravagante que esa compleja composición polirrítmica y politonal que conocemos como m-a-m-b-o la pueda disfrutar cualquiera, desde un bebé hasta un octogenario, en sus años de plenitud, el conocido como Rey del Mambo añadió gloriosas pinceladas de catarsis y locura en gemas vanguardistas como “Voodoo suite” (RCA, 1955), la “Exotic suite of The Americas” (RCA, 1962) o ese “Concierto para bongo” (UA, 1966) que usaría Pedro Almodóvar para su film “Kika” (1993). Así era, todo iba sobre ruedas en una carrera sin límites –modélica en términos de «crossover»– que haría del cubano un artista absolutamente usual en los cinco continentes.
Hasta ahí, el riesgo asumido voluntariamente, pero a partir de los años 70 el músico comenzó la cuesta abajo: los años duros, la disminución de actividades y un cierto abandono profesional que propiciaría una molesta intromisión en su vida y en su carrera: la de su hermano Pantaleón Pérez Prado. Diez años más joven que él, músico menor que había formado parte de su orquesta en los años dorados, Pantaleón decidió jugar ambiguamente a suplantar al hermano mayor con todas sus consecuencias y usando el mismo nombre, Pérez Prado, en realidad sus apellidos legales, llegando a confundir al personal con que no había más que un Pérez Prado. Todo ocurrió en la Italia de los primeros 70 con un par de álbumes (hoy hablamos de “Love child”) expuestos en clave absolutamente distinta a lo esperado del Pérez Prado original.
Pero nadie reparó con desconfianza en ese punto. Dado que la propuesta clásica del original genio de Matanzas ya no formaba parte de la actualidad más viva, la opción por su parte de intentar nuevos caminos se consideró perfectamente plausible. Bastaba escuchar esta pequeña «delicatessen» para pensar que los galones del veterano músico aún andaban en búsqueda de una cierta evolución, pero no, en realidad no era Pérez Prado, era Pantaleón buscando alocadamente una cierta expresión creativa siempre soterrada a la sombra del gran hermano. Y ahí estaba este panorámico “Love child”
Un más que sorprendente trallazo de soul y funk latino con variadas incrustaciones instrumentales y diversos efectos impropios del supuesto firmante de la causa: pletóricas secciones de viento, guitarras funk apoyadas con todo tipo de pedales, potentes líneas de bajo y un vasto catálogo de asombrosos breaks en clave nunca manejada por el supuesto Pérez Prado que firmaba el disco. El hermano se hacía acompañar por un desconocido vocalista llamado Don Alfio y también de un puñado de excelentes músicos italianos que, bien vistos ahora, justifican ellos solos el excelente nivel del trabajo: el gran Pino Presti (bajista, compositor, arreglista y productor de media historia del pop italiano); Mario Risca (teclista baqueteado junto a Gerry Mulligan, Chet Baker o Lou Donaldson, entre cientos más) o el cada día más sorprendente percusionista Tullio de Piscopo, antiguo componente de los New Trolls. Un álbum insólito con material íntegramente nuevo a salvo de una apenas irreconocible versión del ‘Cerezo rosa’ (‘Ciliegi rosa’) y completado con robustos cortes de soul-rock como ‘Smack’, ‘Love child’, ‘Free time’ o ‘Chicago banana’, y un elenco de potentes y sofisticados instrumentales que en rigor nunca debió relacionarse con el mítico Rey del Mambo. Que no era Dámaso, era Pantaleón. Pues, gloria para él también.
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