Es el festival por excelencia, el que marca el verano. Para bien y para mal, el FIB ahí sigue, año tras año. Carlos Pérez de Ziriza se acercó hasta Benicàssim para vivir su nueva edición.
Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIRZA.
Fotos: MAXIME DODINET.
El Festival de Benicàssim este año contaba con cuatro de las bandas más representativas del último decenio –Arcade Fire, The Strokes, Arctic Monkeys [en la foto superior] y The Streets– y otras dos que, siendo de las más emblemáticas del anterior –Portishead y Primal Scream–, aún tuvieron tiempo para poner su pica en Flandes en el paisaje sonoro del nuevo siglo. Además, contaba con un relato perfectamente secuenciado, desde la tibieza del jueves hasta la apoteosis del domingo, que fue, además, una de las mejores jornadas que se le recuerdan en años. Con tales argumentos, amén de cerca de un centenar de propuestas más, no es extraño que sus escenarios ya no presentasen aquel aspecto desangelado (especialmente los de primera hora de la tarde cuando eran abordados por bandas hispanas) del año pasado. Se culpó entonces a la crisis, pero el debe recaía exclusivamente en un cartel que en esta edición ha remontado el vuelo.
TOP OF THE POPS
Prácticamente nada se puede reprochar a unos cabezas de cartel que eran el principal reclamo. De todos ellos, The Strokes eran los únicos cuyo repertorio ofrecía razonables dudas acerca de su validez para completar la hora y media de rigor con solvencia. Así que, pese a que se podían haber ahorrado ‘You’re So Right’ o ‘Life is Simple in the Moonlight’, tiraron de potencia en la ejecución y clásicos de su debut para dar con su mejor versión en apenas hora y cuarto. Maniobra secundada por The Streets, con un Mike Skinner que, echando sobre todo mano de «Original Pirate Material», tiene su directo mejor pulido que nunca, justo ahora que lo deja. La maestría en el manejo de los tempos de un concierto se la dejamos a Alex Turner, timonel con mano firme de unos Arctic Monkeys rocosos, directos y convincentes. Y el viaje en el tiempo a unos Primal Scream cuyo reordenamiento de las piezas de «Screamadelica» (91) no deja de presentar sus riesgos (aunque las totémicas ‘Loaded’ y una extensa ‘Higher Than The Sun’ sigan siendo masajes sensoriales sin parangón), disipados finalmente con la recuperación stoniana de ‘Jailbird’ y ‘Rocks’, recurrentes pero siempre eficaces. Y del domingo… qué decir del domingo: del pozo sin fondo a la euforia en cuestión de minutos. Los que separaron la magistral sesión de narcosis de unos Portishead gloriosos (sublime Beth Gibbons) de la jubilosa terapia colectiva propuesta por los arrolladores Arcade Fire, tan exultantes como siempre.
NUEVAS SENSACIONES
En un festival que, contrariamente a lo que ocurre con otros competidores (Primavera Sound o el íntimo Tanned Tin), es frecuentemente acusado (no siempre con razón) de apostar sobre seguro y no dejar rendijas al riesgo, da gusto toparse con directos tan demoledores como el de los norirlandeses And So I Watch You From Afar (brutal su descarga de hardcore metal), tan seductores como el de The Joy Formidable, tan elegantes como el de Veronica Falls, tan bien trenzados como el de O Emperor e incluso tan sucios como el de The Dandies. Savia nueva.
NO SOLO FOLK
Una de las apuestas del año, seguramente involuntaria y coyuntural. La de las bandas que actualizan presupuestos folk. Desde la contagiosa exuberancia de Beirut al aburrimiento de unos Mumford & Sons cuyo éxito popular en las islas se antoja indescifrable, pasando por unos eficientes Herman Dune, que fueron de menos a más, o unos Noah & The Whale [en la foto] que, tristemente, han vulgarizado sus primeros logros.
EL ORGULLO DE LA VIEJA GUARDIA
La mejor estampa de la lozanía de la pléyade de ilustres veteranos fue la efervescente y batalladora actuación The Undertones. Algarabía justificada, cómo no, con ‘Teenage Kicks’. Algo peor librados, pero cercanos en consistencia, salieron The Stranglers, Pigbag y Big Audio Dynamite, deslucidos (sobre todo los terceros) por el escaso eco obtenido entre la audiencia. En todo caso, galones muy bien defendidos.
LA ARMADA HISPANA
Acostumbrados desde hace unos cinco años a la autoreivindicación, algunas bandas estatales optaron al doctorado en el escenario grande. Lo certificaron Atom Rhumba, Nudozurdo, McEnroe y Catpeople. Incluso, si aceptamos la supresión de matices como salvoconducto, unos acelerados Lori Meyers. En formato menor, cumplieron Antònia Font, Ainara Legardon, Los Ginkas o Astrud con el Col.lectiu Brossa.
EL TIEMPO Y EL LUGAR
No cabe duda de que algunas bandas son más disfrutables en un reproductor casero que en un recinto enorme y atiborrado de gente. Y más según qué horas. Ni Elbow es un grupo propenso a la epifanía festivalera ni Tame Impala lo tuvieron fácil (aunque se pusieron instrumentalmente correosos para salir del envite) para traducir sus vapores neo psicodélicos ante diez mil almas. Les faltó esa adaptación al medio que sí tuvieron Friendly Fires, la irrebatible sesión de James Murphy o un Professor Green que tiró de Pixies (‘Where Is My Mind’) o INXS (‘Need You Tonight’) como colchones para sus recitados.
EN BUSCA DEL AJUSTE
Una de las novedades más estimables de esta edición era la incorporación del escenario urbano VillaCamp, fuera del recinto, por donde pasaron de lunes a miércoles bandas generalmente del terruño, como Skizophonic, Soledad Vélez, Conecta 4, Lula o Caballo Trípode. Una excelente forma de apoyar a los grupos locales en tiempos tan britanizados. Un solo pero: había que llevar la pulsera de abonado al festival para poder asistir, con lo que la mayoría de actuaciones se desarrollaron en familia. Teniendo en cuenta la positiva experiencia de esta clase de estrados urbanos en otros festivales que los ofertan gratuitamente, ese debería ser, sin duda, un aspecto a mejorar.