Quince años después de su separación, Josemi Valle nos recuerda que los principales componentes de 091 siguen en activo. Que la vida ha continuado, vaya.
Texto: JOSEMI VALLE.
Hace quince años los granadinos 091 dijeron adiós. Celebraron su último concierto en el auditorio de Maracena el 18 de mayo de 1996, lo grabaron para que quedara testimonio audiovisual de la despedida y, manteniendo una inquebrantable fidelidad a la decisión, nunca más volvieron como banda. Aquel triste día yo estaba persuadido de que no iban de farol, que nadie exhumaría el cadáver tiempo después, que Lapido y los suyos habían cerrado una puerta sagrada y que nadie cometería la procacidad de profanarla. Quince años después las cosas siguen exactamente igual. No hay nada que invite a pensar en la resurrección del grupo. Ni cosquilleos mercantiles, ni las embaucadoras caricias de la nostalgia. Me alegro de que sea así. Es una torpeza regresar al sitio en el que una vez compareció la felicidad.
Para amortiguar la ausencia de la banda disponemos de grabaciones fantásticas que nos permiten mantener incardinado en nuestro cerebro el legado de 091. Sigue siendo un placer inenarrable disfrutar y emocionarse del pop rock y la profundidad filosófica y estetizada de «Doce canciones sin piedad» (1989), reproducir la pesadumbre brusca del urgente «El baile de la desesperación» (1991), provocar la inflación de la autoestima mientras por tus oídos entra esa aleación de poesía y electricidad que es «Tormentas imaginarias» (1993), saborear el inmarchitable ramillete de canciones sublimes que compila ese epitafio en forma de disco que es «Todo lo que vendrá después» (1995). La disolución del grupo abolió la posibilidad de escuchar nuevas canciones, pero sobredimensionó el rito formal que supone escuchar las viejas. Las personas no solo almacenamos bytes de información, sino también significados. Nunca escucho gratuitamente a 091. Me niego a desgastar lo que significan para mí.
LA VIDA DESPUÉS DE 091
Los grupos de música llevan en germen una posibilidad que desafía a los imperativos biológicos. Las ramas de un grupo siguen vivas a pesar de que el grupo haya muerto. Es lo que le pasó a 091. Hubo vida después de la muerte.
Resulta una grata coincidencia que quince años después de recibir la extremaunción, los tres miembros más relevantes de 091 aparezcan en los escaparates con tres trabajos cuyos lanzamientos difieren en un par de meses. Lapido, el alma de los Cero, se ha labrado una sólida y aplaudida carrera como cantautor eléctrico. Ha entregado su sexto álbum, «De sombras y sueños», una obra más pausada y tranquila que continúa la singladura iniciada con «En otro tiempo en otro lugar» (2005), pero que le alza como un compositor de primer nivel, un auténtico domador de melodías. Se decanta por el medio tiempo y por su fijación por fotografiar el absurdo. Hay que reconocer que cada vez le salen mejor las fotos. Ha ido arrinconando los viejos latigazos eléctricos, pero a cambio nos ha entregado paisajes de una profundidad vertiginosa y ha dotado de mayor carnalidad a sus textos. Continúa en el underground, si bien la aparición de Miguel Ríos en su vida (versionó la perfecta ‘En el ángulo muerto’ y le invitó a formar parte del elenco de artistas que le escoltaron en su disco de despedida «Bye, Bye, Ríos») le ha dado cierta puja mediática. Desde el adiós de 091 Lapido ha publicado seis discos. Que no emule a Dios y al séptimo no descanse.
Otro ilustre componente de 091 sigue en la brecha. Es Antonio Arias. Su caso es digno de estudio para la gestión del talento. Al lado de Lapido en 091 su creatividad se encontraba taponada, pero cuando fundó Lagartija Nick en los noventa demostró que había encontrado el lugar natural para dar salida y articular su larvada excelencia. Cada frecuente vez que escucho a Lagartija Nick me pregunto qué hubiera sido del abundante imaginario de Antonio Arias de haber continuado en 091. ¿Su potente caudal creativo hubiera permanecido atrapado por el inmenso talento de Lapido? ¿Nos habríamos quedado sin un genio con mayúsculas capaz de rubricar discos turbopropulsores y a su vez rubricar en solitario un trabajo hermosísimo con postulados científicos, poéticos y cósmicos?
Lagartija Nick es el grupo vanguardista por antonomasia, la ejemplificación de la mutación como forma de estar en el mundo, capaz de entregar el mejor álbum de los noventa resumido en once potentes estímulos inductores de euforia («Inercia», 1993), el más rupturista y desterritorializado («Val del Omar», 1997) y convertir en obsoletos los mapas topográficos del flamenco junto al extinto Enrique Morente («Omega», 1998). Hace un mes ha entregado el undécimo trabajo de Lagartija Nick, «Zona de conflicto», un disco bipolar que tan pronto señala la luz como ofrece paisajes oscuros y densos enladrillados de desconcierto pero a su vez de intrigante vitalidad (‘Crimen, sabotaje y creación’, ‘Tiempo de exposición’, ‘Supercuerda’). A la guitarra está otro componente de la mejor época de 091, Víctor Lapido, que desde 2004 puede presumir de que su guitarra ha coloreado tanto la confusión existencial en los discos de 091 como los collage de imágenes hipercontemporáneas de Lagartija Nick. Palabras mayores la pertenencia a dos instituciones así.
José Antonio García, Pitos, fue la voz de 091, uno de sus más reconocibles resortes identitarios. Era capaz de poner su timbre a las ficciones narrativas de Lapido con una verosimilitud tal que jurarías que él era el autor de esos rabiosos lamentos. Justo hace un mes se le puede volver a escuchar en una grabación. Ha vuelto a poner su privilegiada voz al segundo y recomendable disco de Guerrero García «Preparados», un grupo fundado por él y cuyo repertorio de canciones de pop y rock de melodía adhesiva y ferocidad contenida recuerda inevitablemente a 091, sobre todo a los Cero de «Debajo de las piedras» (1988). Una lectura amable de rock sin anclajes temporales defendida por una voz y un tipo que parece haber firmado un pacto de juventud con el diablo.
Han pasado quince años desde el adiós de 091. Estos días de indignación ciudadana y acampadas en aras de higienizar la vida democrática recuerdo la efemérides a muchos colegas que sentían dilección por los Cero, que sintieron que la pena les picoteaba cuando se anunció el adiós oficial, que sabían que aquella despedida no guardaba en la manga el as de un regreso con afanes monetarios. La respuesta de mis amigos siempre es la misma. ¡Quince años ya, si parece que fue ayer! Efectivamente parece que fue ayer por la tarde. Pero en aquel 1996 no había apenas tecnoesfera, no existía el email, ni el uso doméstico de Internet, ni las redes sociales, ni los móviles, ni los SMS, ni el Mp3, ni el DVD, ni monitores de pantalla plana, ni boletines electrónicos. Por fortuna, la música de 091 seguirá viva y escapará a la usura de paso del tiempo mientras dispongamos de soportes que la reproduzcan. Podremos seguir abrazándonos a esas pulsiones eléctricas envueltas de filosofía y lírica amarga marca de la casa. Quince años después sigue Dios estando de nuestro lado; faltan soñadores, no intérpretes de sueños; continuamos interrogándonos por qué nadie encuentra lo que busca; la vida sigue siendo igual de mala; las monjas reparten comida a los que no han cobrado el paro; hay dos mil locos que preparan la revuelta. Han pasado quince años desde aquel adiós. Una cifra que como bien susurró el poeta no es ninguna tontería en un lugar en el que rara vez se viven varias veces veinte años.