«Una de las grandes bazas de ‘Physical grafitti’ es que, pese a contener gran cantidad de información sonora, no es un disco extremadamente complejo, salvo en el caso de uno de sus temas. Vaya por delante que cualquier canción firmada por Led Zeppelin tiene su dificultad, pero se trata de un trabajo bastante más cercano a la brillantez de ‘Exile on Main St’ que a la genial locura conceptual de ‘The wall”
Uno de los mejores discos de Led Zeppelin, también uno de los más destacados álbunes dobles de la historia del rock. “Physical grafitti” supone un tributo a la música en sí misma, al concepto inmortal de la expresión artística, al trabajo de un grupo musical que exploró los límites del rock and roll, los encontró y los amplió. A treinta y cinco años de su edición, el sexto disco de la sociedad formada por Page, Plant, Jones y Bonham aún no ha sido superado.
Texto: JUANJO ORDÁS.
Existe el extendido equívoco de que en los álbunes dobles siempre sobra algo. Claro que existen discos aparatosos de larga duración, pero cuando el doble LP obedece a la necesidad artística y al criterio a partes iguales, el empaque se refuerza. ¿Qué canción sobra en “Exile on Main St”? ¿Y en “London calling”? ¿Qué tema restarías a obras como “Honestidad brutal” y “El viaje a ninguna parte”? ¿Y del LP que nos ocupa? Difícil elección, cada una de ellas es una pincelada de la obra final.
Cualquier disco digno de interés debe ser considerado en su integridad, lo cual precisa tiempo. Tiempo que se multiplica por dos cuando se trata del doble de temas. Si ya de por sí es complejo obtener una visión global de algunos álbunes sencillos, con uno doble es mucho más complicado. Y no siempre el oyente disfruta de todo el tiempo que desearía en compañía de sus vinilos y CDs favoritos. A veces, el tildar un disco extenso de desmesurada y pretenciosa empresa no deja de ser sinónimo de falta de atención, interés o tiempo. Y un disco no es excelente por ser doble, pero muchos discos dobles sí son excelentes. Por ello, “Physical grafitti” requiere tranquilidad, apreciar sus paradas y comprender la lógica necesidad de cada una de sus canciones.
Una de las grandes bazas de “Physical grafitti” es que, pese a contener gran cantidad de información sonora, no es un disco extremadamente complejo, salvo en el caso de uno de sus temas. Vaya por delante que cualquier canción firmada por Led Zeppelin tiene su dificultad, pero se trata de un trabajo bastante más cercano a la brillantez de “Exile on Main St” que a la genial locura conceptual de “The wall”. Al final mandan las canciones más que una idea concreta. Eso permite degustar el disco tanto en bloque como tema a tema, e incluso intercalar bastantes de sus canciones (concretamente las menos progresivas) con otras anteriores y posteriores al repertorio de la banda sin que nada chirríe. ‘Traped underfoot’ podría haber formado parte de “Houses of the holy” e ‘In my time of dying’ del cuarto disco.
La aproximación a “Physical grafitti” debe hacerse desde dos vertientes. Por una parte, a nivel secuencial nos encontramos un disco tremendamente variado (rock, funk, folk), que se mueve a través de todas las facetas de Led Zeppelin, dividido en dos vinilos amarrados por un fantástico nudo oriental (es decir, por sus dos temas centrales: ‘Kashmir’ e ‘In the light’). Por otro lado, a nivel cronológico nos encontramos con un grueso de ocho canciones totalmente nuevas complementadas por otras siete rescatadas de antiguas grabaciones del grupo. Es decir, un particular monstruo de Frankenstein aunque guapo, atractivo y sin costuras. Evidentemente, hay una historia de por medio.
En 1974 Led Zeppelin era una de las bandas más grandes del planeta, una engrasada maquinaria formada por los cuatro músicos y su peligroso manager, Peter Grant. A nivel comercial jamás prestaron atención a singles, ellos elaboraban obras completas. La historia de Zeppelin está tan saturada de exceso festivo que a veces parece olvidarse el amor a la música que sus cuatro componentes profesaban. Una vez alcanzado el éxito no cesaron en seguir creando y expandiendo sus horizontes. Sus legiones de fans crecían, así como su dimensión mitológica alimentada por leyendas aunque especialmente nutrida por álbunes maravillosos, llenos de una sana falta de prejuicios que les llevaba de un viaje a otro en una continua aventura musical, como si se tratara de una tripulación pirata cuyos tesoros recaudados fueran joyas musicales. Es en el citado año en el que el grupo comenzó a trabajar en la que sería la continuación de “Houses of the holy”, su anterior y magnífico trabajo editado en 1973, aunque las sesiones se vieron interrumpidas por un amago de abandono por parte de John Paul Jones. La figura del bajista, teclista y arreglista siempre fue eclipsada por los explosivos caracteres de sus restantes compañeros, pero Led Zeppelin sin él sencillamente no habría tenido sentido. Su mano se dejaba sentir en cada uno de los temas del cancionero del grupo. Su hermosa mandolina en ‘Goin’ to California’, su piano eléctrico en ‘Misty mountain hop’, el órgano de ‘Thank you’ o sus gruesas líneas de bajo en ‘Dazed and confuse’ son buenos ejemplos de porqué su decisión de abandonar la banda (o al menos descansar de ella) provocó la interrupción de las sesiones de grabación.
Vueltas las aguas a su cauce y con Jones de nuevo en el redil a las pocas semanas, los ensayos se reanudaron en el mismo lugar donde habían comenzado, es decir, en Headley Grange (vieja casa del siglo XIX transformada en estudio de grabación y por la que pasaron algunas de las grandes estrellas del firmamento musical de los 60 y los 70). Allí la banda armó el grueso de lo que sería su nuevo disco, un trabajo ecléctico con el que continuaban trabajando más allá de los confines de la música popular (incluido el rock, claro). Es importante señalar que aunque la edición final de “Physical grafitti” supusiera una dosis doble del concepto de Led Zeppelin, el grupo siempre se había caracterizado por su eclecticismo musical. Los cuatro ingleses jamás se limitaron a tocar un simple palo pudiendo abarcar mucho más. No hay más que tomar cualquier de sus trabajos como ejemplo, ya sean anteriores o posteriores a “Physical grafitti”. En su disco de debut convivían sin problemas arrebatos de rock adrenalínico (‘Communication breakdown’) con diabólicos blues progresivos (‘Dazed and confused’) e incluso con aproximaciones al folk rock (‘Baby, I’m gonna leave you’). Si avanzamos hasta “In through the outdoor”, observaremos que su último disco en estudio también acogió canciones de diversa índole tales como la progesiva ‘In the evening’ y el rock clásico de ‘Hot dog’. Por ello, la variedad no es algo exclusivo de “Physical grafitti”, aunque venga servida en dos tazas.
Cuando el grupo hubo completado las ocho canciones que compondrían su nuevo disco, fue obvio que el conjunto de nuevas piezas superaba la duración de un LP sencillo. En lugar de reducir el minutaje abandonando una de sus nuevas creaciones, se decidió incluir más temas y llegar al doble LP. Todo a lo grande. Estos temas que habrían conformado el disco en su formato sencillo –si el espacio lo hubiera permitido– habrían sido ‘Custard pie’, ‘In my time of dying’, ‘ Trapled underfoot’, ‘Kashmir’, ‘In the light’, ‘Ten years gone’, ‘The wanton song’ y ‘Sick again’. Es decir, se trataba de un disco que prestaba atención a la grandilocuencia y a una dominante electricidad.
A ellos se unieron siete piezas afortunadamente rescatadas de sesiones pertenecientes a la grabación de sus anteriores cinco discos. Así, a las nuevas creaciones se sumaron ‘The rover’, ‘Houses of the holy’, ‘Bron Y Aur’, ‘Down by the seaside’, ‘Night flight’, ‘Boogie with Stu’ y ‘Black country woman’. Las dos primeras, así como la última, fueron grabadas para “Houses of the holy” (¡sí, el tema títular no entró en el álbum en su día!), aunque Page añadió nuevas guitarras a ‘The rover’. Así mismo, ‘Bron Y Aur’ provenía de las sesiones de “Led Zeppelin III” mientras que ‘Down by the seaside’, ‘Black country woman’y ‘Night fight’ llegaban de las de “Led Zeppelin IV”.
Es así como el originalmente duro y progresivo “Physical grafitti” se transformó en un recorrido a través de todas las facetas musicales exhibidas a lo largo de la carrera de la banda mediante esas visitas a épocas pasadas. Evidentemente, el grupo sabía lo que seleccionaba, se trataba de material de muy alto nivel en el que incluso los temas más disparatados aportaban algo esencial. A este respecto, son destacables dos cosas. Por un lado, que el ingeniero de sonido Keith Harwood supo mezclar a la perfección las canciones para que encajaran como un guante entre ellas. Por otro, el orden secuencial no sólo era el adecuado, sino perfectamente hilado, una muestra de inteligencia y estrategia emocional y sonora.
Las letras de Plant conjugan las vivencias de la carretera con mitología rockera y espiritualidad, dependiendo de la canción. Hay que tener en cuenta que, al constar de tanto temas nuevos como rescates, el contenido lírico se diversifica. Hay que ser justo y no pensar en Plant como en un Dylan pero también reconocerle la misma capacidad de Mick Jagger (o Keith Richards) para crear poderosas imágenes mediante sus letras. Todo sin ser prodigios de la literatura.
El disco se abre como se cierra, el inicio con ‘Custard pie’ y el final con ‘Sick again’ tienen en común unas guitarras corpulentas y un ritmo caldeado, no especialmente agresivo aunque tajante. Ciertamente ‘Sick again’ es un tanto más feroz que ‘Custard pie’, pero el nexo es claro, rock sin contemplaciones a medio tempo con cierta mesura, lejos de la acometida de otros temas iniciales como ‘Black dog’ o ‘Inmigrant song’. Ahí se demuestra, nada más empezar, su interés por seguir creciendo y por afilar sus viejas armas con la experiencia y la madurez.
En cualquier caso, el inicio es inmejorable, resultando una puesta en escena de la esencia clásica de Zeppelin, una tema ideal para reconectar con sus seguidores, dejando claro quienes son y, aún más importante, quienes siguen siendo tras dos años de ausencia discográfica, un periodo de tiempo demasiado amplio para una banda como ellos y para una época en la que la producción musical era mucho más continua que en la actualidad. La guitarra cortante de Page arranca con un riff seco aunque lleno de imaginación (el gran punto fuerte de Page, al margen de su técnica), la batería aplastante de Bonham impulsa el tema con su descomunal potencia y beat único (escuchad ese bombo), Jones se erige como el multiinstrumentisa esencial que era y Plant se desgañita con su clásica mezcla de sentimiento y arrogancia, presentando una nueva voz más rasgada que de costumbre, elegante pero un tanto más sucia, con más matices incluso. Se rumorea que este nuevo registro podría haberse producido a partir de una operación vocal. En cualquier caso, parece que Plant llega más allá de sus propios límites interpretativos con acierto.
El segundo tema, ‘The rover’, ya plantea cierta épica que se consumará en otros temas del disco. Los juguetones e inspirados dibujos de guitarra de Page parecen remitir en parte a ‘Stairway to heaven’, a esa melancolía que en esta ocasión se reviste de un ritmo tenaz y lineal, sin cambios y movimiento continuo. Son precisamente el guitarrista y Robert Plant quienes toman el timón en un tema de temperamento emotivo aunque lleno de vitalidad.
La recuperación y revisión del tema tradicional ‘In my time of dying’ comienza a dejar claro como el grupo se entrega al ritual musical, dejando al oyente formar parte de lo que, por momentos, parecen partes maravillosamente improvisadas. Su largo desarrollo permite a Zeppelin jugar con distintos climas, con una parte lenta en la que Plant se luce con feeling y que se alterna con otros pasajes de rimo más rápido en los que Page y Bohan toman el control con sincronizados riffs y redobles. El riff de Page es una nueva muestra de su genialidad, aportando su esencia creativa a una canción cuya autoría se pierde en el tiempo y en la que encaja su particular estilo. La fuerza que despide ‘In my time of dying’ es difícil de describir, se trata de un arrebato vibrante y primitivo.
Pero un tema de desarrollo largo y lleno de alma no era nada nuevo en el repertorio de los ingleses. Así tampoco lo era la luminosa ‘Houses of the Holy’, una canción de inocente melodía casi pop que podría haber encajado incluso en su primera obra. Lo extraño es que realmente habría podido encajar en el disco del mismo título para el que originalmente se grabó. ¿Tan raro habría sido que hubiera seguido a canciones como ‘Over the hills and far away’ o ‘D’yer ma’ker’? En absoluto, pero solo ellos conocen la razón de su exclusión. Afortunadamente encontró su lugar en “Physical grafitti”, aportando ligereza tras la brutal ‘In my time of dying’ y precediendo a la primera canción que marcaba una novedad mayúscula. Anteriormente, la banda ya había demostrado ser capaz de incorporar el reagge a su personalidad (la citada ‘D’yer ma’ker’) e incluso de flirtear con la música disco (‘The crunge’). Ahora llegaba el turno del funk con la bailable ‘Trampled underfoot’, con los saltarines y esenciales teclados de Jones y un Page que no se limita a dotar a la canción de una revoltosa guitarra, sino que emitirá inquietantes sonidos a partir de sus seis cuerdas que dotarán a la canción de una atmósfera de extrañeza un tanto subliminal (no los coloca en primer plano) pero que determinan su consistencia.
Como ya hemos comentado, en la parte central y enlazando los dos vinilos o CD se encontraban dos piezas fundamentales como ‘Kashmir’ e ‘In the light’, aunque la segunda nunca fuera interpretada en directo. ‘Kashmir’ ampliaba años luz el espectro musical de Led Zeppelin, tratándose de una canción para la que la palabra épica se queda corta, siendo más correcto denominarla majestuosa, una pieza en la que una orquesta se suma a la banda para jugar con precisos y orientales acordes marcados por Page, apoyados por los imponentes arreglos y teclados de Jones. Bonham, por su parte, aporta unos cimientos percusivos imponentes aunque capaces de amoldarse con ligereza a sus cambiantes partes. Mientras, Plant canta con mística una letra indescifrable y espiritual. La concentración requerida para semejante «tour de force» debió de ser enorme, pues su laberíntico entramado musical es bastante más complejo de lo que pueda parecer debido a su pesado ritmo constante.
Tan potente tonada marcaba el ecuador de un disco que inteligentemente continuaba con otro tema de cadencia oriental. El enlace y nudo con ‘In the light’ queda servido siendo ajustado por su inicial y crepuscular sintetizador a manos de Jones y por la voz de un misterioso Plant, filtrada para la ocasión consiguiendo un efecto enigmático. Los acordes de Page parecen jugar con armonías orientales de nuevo pero sutilmente ejecutadas como si de un blues se tratara, dando con una fusión bastante particular. Es importante señalar que Page y Plant ya habían estado años antes experimentando en la India con la música autóctona y que en el futuro llevarían dicho interés hasta sus máximas consecuencias en ‘Unledded’, su disco a dúo de 1994. El solo final de Page con multitud de capas de guitarras marca uno de los grandes momentos del disco.
‘Bron y Aur’ es una breve parada, un instrumental acústico que homenajea la finca donde Page y Plant compusieron gran parte del tercer disco. Por ello supone un retorno al campestre ambiente que se respiró en “Led Zeppelin III”. De hecho, en cierta manera sirve de introducción a la hermosa ‘Down by the seaside’, una canción de espíritu folk que parece remitir al sonido californiano de los años sesenta aunque guarda un cambio de ritmo sensacional que rompe su quietud y vuelve a poner al oyente de pie, para volver a caer en su tranquilidad inicial. Esa atmosfera de serenidad parece casi etérea, Bonham sabe controlar su pulso y la sutil voz de Plant llena la canción de calma.
A partir de entonces, “Physical grafitti” abandona el descanso para recuperar dinamismo, en una nueva demostración de su meditada secuenciación. El intermedio provocado por ‘Bron y Aur’ y ‘Down by the seaside’ llegó tras fuertes emociones, justo en el momento en que se precisaban dos piezas tan bucólicas. Ahora, la reflexiva ‘Ten years gone’ reaviva el ritmo a medio tiempo, el nervio exhibido (las guitarras recobran fuerza) y la introspección. Originalmente se trató de un tema instrumental aunque Plant fue capaz de insertar unas líneas vocales que cuadran con el espíritu meditabundo de la guitarra de Page, siendo una perfecta mezcla de los dos músicos. Con discreción, la base rítmica vuelve a hacerse notar también. El regreso del rock se da de la mano de ‘Night flight’, canción originalmente grabada para su cuarto disco y que se nutre especialmente de unas estrofas y estribillo bastante folk que vienen a ser endurecidas por la instrumentación eléctrica, en la que destaca Jones con un bajo que golpea con una intensa vibración. Se trata de uno de los temas más olvidados del disco (nunca se tocó en vivo) pero resulta esencial en la colección y, fundamentalmente, remite al espíritu de los primeros Zeppelin en canciones como ‘Ramble on’ o ‘What is and what should never be’, con su aire vagabundo y casi ingenuo.
Más dura era ‘Wanton song’, con unos riffs marciales por parte de Page que la emparejan con ‘Dancing days’ y hacen de ella uno de los cortes más férreos del LP. No hay estribillo vocal, estando dicho espacio reservado para Page y sus experimentos sonoros a las seis cuerdas, cuya guitarra llega incluso a sonar como un teclado. Una vez más, el grupo demuestra su cohesión en las rupturas rítmicas previas al citado estribillo sin voz. Tratándose de un tema tan trascendente en el disco (devuelve la fortaleza a la colección y el empaque de la banda difícilmente podía ser más macizo), no deja de ser una sorpresa que su sucesor sea una pieza tan ligera como ‘Boogie with Stu’, aunque no deja de ser un buen tema con varios puntos su favor. A día de hoy, en pleno siglo XXI, su inició descoloca. Con esa percusión tan mecánica uno diría que Page, en su labor de productor, casi que avanza el rock industrial. Evidentemente, esto no deja de ser un planteamiento atrevido, aunque resulta interesante prestar atención a ese inicio tan artificialmente sonorizado, tan automático. El tema, además, dictamina con justicia histórica. El Stu del título no es otro que Ian Stewart, el anónimo teclista de los Rolling Stones que se sumó a los Zeppelin para este boogie-woogie, devolviendo al grupo a los prehistóricos inicios del rock, justo para ir a parar a otra pieza folkie aderezada por los clásicos y emocionantes fraseos de Jimmy Page como era ‘Black country woman’, destacable tema que sorprende porque esta vez el espíritu rupestre resulta salvaje y primitivo. Concretamente, las imperfecciones sonoras hacen de ella algo especial y vivaracho, sin relecturas, cuya sencillez es la clave antes de finalizar con la dura ‘Sick again’, un epílogo, que como comentamos, enlaza de nuevo con el inicio.