Kraftwerk: Las madres del cordero (primera parte)

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«Todo su mundo se concentraba en un modesto edificio de apenas 60 metros cuadrados, próximo a la estación central de Düsseldorf, cuya ubicación es desconocida para cualquier mortal ajeno al grupo. Sólo unos pocos allegados han cruzado sus muros. Nunca tuvo fax, teléfono, buzón ni timbre, y funciona simultáneamente como lugar de trabajo y de ocio»

Probablemente nunca antes ni después de Kraftwerk ha existido un grupo capaz de desarrollar elocuentes conceptos sonoros y gráficos, siempre en paralelo a la creación musical, y no necesitar apenas palabras para explicarlo. Se crearon a sí mismos. Ellos inventaron el lenguaje. Y su influencia es, si acaso, más demoledora que la de Elvis Presley o los Beatles. Levantaron toda la infraestructura viaria, ferroviaria y cibernética necesaria para que con el tiempo los músicos sólo tuvieran que coger el coche para comprar el pan. Ahora sufrimos colapsos viarios, pero en su momento aún había que convencer a la gente de que las máquinas bien podían ser la fuerza responsable de una pieza musical. Y fueron estos teutones de aburridas vidas privadas pero fascinantes ideas musicales quienes se encargaron de lograrlo. La reedición en este momento de ocho de sus mejores trabajos, convenientemente remasterizados, es una oportunidad única para recordar nuevamente su importantísimo calado.


Texto: GERNOT DUDDA.


El ENTORNO

A pesar de su mitificado aislamiento, Kraftwerk no habían caído a la Tierra desde el espacio. Tanto Ralf Hütter como Florian Schneider-Esleben provenían de familias bien acomodadas que les dieron la educación y conocimientos necesarios para mantener con clase su reputado refinamiento. Y aunque no se puedan citar exclusivamente como influencias, es cierto que en sus casas se podía escuchar tanto a Pink Floyd como a los minimalistas franceses (Pierre Henry), los contemporáneos alemanes (Stockhausen) o el jazz más vanguardista (Miles Davis, John Coltrane). A finales de los 60, con la irrupción de las comunas musicales de la época (Can, Amon Düül, Faust), Kraftwerk supieron mantenerse al margen argumentando que su música tenía una base más industrial y menos progresiva y que, sobre todo, era mucho más «alemana» que la de los tributarios de mayo del 68. Fue así como se construyeron su primera burbuja, que habría de salvaguardarles incluso años más tarde, en 1977, cuando el mundo sólo hablaba de punk. Su primer trabajo nuevo por aquel entonces («Trans Europe Express») era deliberadamente «demodé» para las enérgicas pretensiones del punk, movimiento hacia el que Kraftwerk sin embargo profesaron grandes simpatías. No es el caso de la llamada «onda fría» británica. Sintiendo que en los 80 una nueva generación andaba pisándoles los talones (Cabaret Voltaire, The Human League, Orchestral Manoeuvres in The Dark, Depeche Mode) y que en el número sólo podía haber confusión, Kraftwerk optaron por replegarse sabiamente a su laboratorio e incluso abortaron en 1983 la prevista aparición de un álbum que habría de llamarse «Techno pop». Un repliegue que en cierta manera aún persiste hoy en día.

 

El BÚNKER

«We play the studio». ¿O es el estudio el que les toca a ellos? Siempre jugaron con esta doble posibilidad. Todo su mundo se concentraba en un modesto edificio de apenas 60 metros cuadrados, próximo a la estación central de Düsseldorf, cuya ubicación es desconocida para cualquier mortal ajeno al grupo. Sólo unos pocos allegados han cruzado sus muros. Nunca tuvo fax, teléfono, buzón ni timbre, y funciona simultáneamente como lugar de trabajo y de ocio. La existencia del estudio es incluso anterior a la del propio grupo como tal. Ellos lo consideran una especie de placenta materna de la que surgió todo y que no tuvo sin embargo nombre hasta 1974: Kling Klang. En sus comienzos industriales, el estudio funcionaba como filtro de las muestras sonoras que circundaban su entorno. A medida que el sonido de Kraftwerk fue evolucionando, el estudio se convirtió en una especie de laboratorio que fue asumiendo flexiblemente cada cambio tecnológico. En el fondo querían transmitir la idea de que Kraftwerk operaban más como científicos u obreros que como músicos o artistas. Su evolución como grupo sería impensable si hubieran tenido que componer o grabar sus discos en un estudio convencional, con el taxímetro corriendo implacablemente.

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«Nunca hablaban de sus vidas privadas, en favor de esta imagen global y compacta que les confería ese carácter de disciplinados robots que nunca se emborrachaban y en cuyo «backstage» no hay ni chicas ni drogas sino un laboratorio con todos los técnicos usando guantes blancos»

 

IMAGEN CORPORATIVA

Siempre fueron cuatro. O casi siempre. Pero el núcleo de Kraftwerk, y por tanto la autoría de todas las ideas, estaba formado por Ralf y Florian. A los dos siempre les atrajo la imagen seria de los cuartetos de cuerda y, como tal, pretendieron que Kraftwerk fueran también algo así –Alexander Balanescu les daría la razón en 1992 al dedicar casi enteramente su álbum «Possessed» al repertorio de Kraftwerk–. Era una manera de distanciarse de la imagen de cualquier otro grupo de rock o pop de la época. La incorporación en 1974 de Wolfgang Flur y en 1975 de Karl Bartos –sus dos componentes más estables– estuvo motivada por la intención de aumentar el carácter percusivo de la banda. Y cuatro es un número perfecto para parecer una empresa, una corporación industrial, más que una banda de rock. No hay mas que echar un vistazo a la portada del álbum «The man machine». Por eso nunca hablaban de sus vidas privadas, en favor de esta imagen global y compacta que les confería ese carácter de disciplinados robots que nunca se emborrachaban y en cuyo «backstage» no hay ni chicas ni drogas sino un laboratorio con todos los técnicos usando guantes blancos.

 

TECNOLOGÍA

Su razón de ser y su afán de superación siempre estuvieron vinculados a la tecnología. Pero nunca dejaron sus piezas sin un trasfondo lírico y poético irreprochables, como su propia producción se ha encargado de demostrar. Paradójicamente, no compraron su primer sintetizador importante –el Mini Moog– hasta 1974, cuando todo el kraut rock de la época –Tangerine Dream, Popol Vuh, Ash Ra Tempel– ya lo utilizaba. Kraftwerk, sin embargo, llevaron rápidamente la herramienta a su propio terreno con resultados envidiables. Con el tiempo, una vez alcanzado el cénit en cuanto a producción musical, se impuso la correspondiente actualización escenográfica. Y es ahí donde entran en juego los robots. La obsesión del grupo es conseguir que un día éstos sean autosuficientes y puedan comparecer en directo por sí mismos. Entonces la tecnología no era ni mucho menos barata. Quizá por ello, hace tan sólo veinte años apenas se podía contar con una referencia por país capaz de mantener el tirón de Kraftwerk. Japón tenía a la Yellow Magic Orchestra, Bélgica a Telex, Francia a Jean Michel Jarre, Suiza a Yello (y nosotros a Azul y Negro). Pero justamente es en la tecnología donde Kraftwerk han encontrado la horma de su zapato. Mientras ellos –y pocos más– fueran capaces de asumir cada vuelta de tuerca de la escalada tecnológica, todo iba bien. El problema es que en pleno siglo XXI la tecnología se ha desmandado y la tuerca ya no tiene rosca. Competir con esto es posible que no entrara en sus planes.

 

TECHNOPOP

Fueron los primeros en hacer una perfecta canción de pop con sintetizadores (‘Autobahn’, 1974). Y aunque se les adelantaron Hot Butter con su llenapistas de 1972, ‘Popcorn’, sólo hace falta ver dónde están ahora Hot Butter y dónde Kraftwerk. De alguna manera, Ralf y Florian sabían que era el camino del pop el que habría de distinguirles del resto de la escena. Su arte podía ser tan masivo y popular como los famosos escarabajos de Volkswagen. La tecnología, y su exquisitez y preparación musicales, hicieron el resto. Pero no fue hasta que no integraron la voz humana en sus piezas cuando empezaron a conseguir los primeros resultados. El éxito les dio también independencia económica suficiente para mantener su carrera dentro de una necesaria libertad de movimientos. Y por eso fue que muchísimo antes que otros, Kraftwerk firmaron uno tras otro esos temas de technopop por los que serían reconocidos: ‘Autobahn’, ‘Radioactivity’, ‘Airwaves’, ‘Antenna’, ‘Showroom dummies’, ‘The robots’, ‘The model’, ‘Computer love’… Daba igual que Ralf o Florian los cantaran con verdadera desafectación. Nadie propondría hacerlo mejor.

 

VIDA SOCIAL

Los chicos desprendían glamour. Aunque siempre se hayan presentado como un grupo calculador, frío y distante, lo cierto es que su vida social fue muy intensa. Por lo menos hasta entrados los años 80. Al principio frecuentaron los ambientes universitarios de Düsseldorf y su entorno, participando activamente en fiestas, «performances» y galerías de arte. Se codearon con músicos cercanos, como Can o Neu!, pero siempre dejando claro que lo suyo iba por otros derroteros. El éxito americano con «Autobahn» (1974) les puso a tiro de piedra del entorno de David Bowie, con el que nunca colaborarían, a pesar de la insistencia de éste. Se sabe que Bowie estuvo en Kling Klang, que compartió charlas de café hablando de arte, filosofía, política y derechos humanos, pero no logró grabar nada con ellos. Éstos nunca le dijeron que no, simplemente no le contestaron. Pero nunca faltaron a sus fiestas. Bastaba la aparición de Ralf y Florian en alguna para que la camarilla de Bowie les dedicara cinco intensos minutos de ovación. «Oh, mírales», decía Bowie, «¿no resultan fantásticos?». Debían de causar el mismo efecto que el vaquero de la película «Midnight cowboy» en plena fiesta psicodélica. En el fondo a quien frecuentaban era a la amiga china de Bowie. Sí, a Kuelan, la misma que Iggy Pop y él inmortalizaran en la canción «China girl».

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«En contra de lo que siempre se ha pensado, la música que realmente les gustaba era el rock. Admiraban la perfección en estudio de los Beach Boys y, de hecho, la primera vez que viajaron a Los Ángeles, no dejaron de ir a un concierto suyo. Otros grandes favoritos son los Stooges, Lou Reed y MC 5»

 

ROCK AND ROLL

En contra de lo que siempre se ha pensado, la música que realmente les gustaba era el rock. Admiraban la perfección en estudio de los Beach Boys y, de hecho, la primera vez que viajaron a Los Ángeles, no dejaron de ir a un concierto suyo. No en vano, también se les conoce como «los Beach Boys de la cuenca del Ruhr». Un buen guiño a los chicos de la playa se puede encontrar en la propia ‘Autobahn’: «Wir fah’rn, fah’rn, fah’rn auf der autobahn», dice la letra. Pero realmente parece decir «Fun, fun, fun», como en una de sus canciones más míticas. Otros grandes favoritos suyos son los Stooges de Iggy Pop, Lou Reed y MC 5. Disfrutaban con su energía y con su forma de distorsionar las guitarras. Y por supuesto sin olvidarnos de los Ramones. ¿Acaso no es ramoniana la portada original de «Trans Europe Express», con los cuatro rostros en primer plano? ¿No encajaba con su peculiar corporativismo que todos los miembros de la banda vistieran igual y se apellidaran igual? Muchas de sus canciones empezaban con un «ein, zwei, drei, vier», al modo del «one, two, three, four» ramoniano. Demasiadas casualidades.

 

FUTURISMO ROMÁNTICO

Uno de los trucos más normales y efectivos de su carrera ha sido jugar simultáneamente con términos aparentemente contradictorios como «modernidad» y «nostalgia». Acompañaron la novedad de sus ideas musicales con el romanticismo de imágenes, fotos y diseños industriales propios de otras épocas, empujando al oyente hacia dos direcciones distintas. Esto se puede comprobar especialmente en los audiovisuales que el grupo prepara para sus directos, con imágenes de autopistas, trenes, transistores y ciclistas de otras décadas. La portada de «Radioactivity» contenía una radio antigua, en «Trans Europe Express» se hablaba del extinto TEE, y en «Tour de France» las hazañas no eran las de Hinault, Induráin o Armstrong, sino las de Bahamontes, Anquetil o Mercks. Kraftwerk compartían con Andy Warhol esa pasión por conferir a un simple objeto cotidiano y banal un carácter simbólico y extraordinario. Lo que en Warhol era la serialización de Marilyn Monroe o la sopa Campbell, en Kraftwerk podía ser su famoso cono pintado en colores diferentes en sus dos primeros discos. Kraftwerk también era un grupo que se podía pasar mucho tiempo pensando en las portadas y títulos de sus discos.

 

ENERGÍA CINÉTICA

No es de extrañar que la mayoría de sus conceptos estén basados en conceptos dinámicos. El movimiento siempre fue una de sus grandes obsesiones, pero el movimiento asociado a conceptos gráficos cargados de épica o nostalgia. Los casi veintitrés minutos de ‘Autobahn’ fueron concebidos en el asiento de atrás de un Volkswagen que cubría la distancia Düsseldorf-Duisburg. Hasta David Bowie les hizo saber lo efectivo que resultaba escuchar la pieza mientras conducía por la red viaria más grande del mundo. Lo de los trenes fue más bien consecuencia de su propio «voyeurismo». Un «voyeurismo» ferroviario y cosmopolita que les hacía coger el TEE sólo para tomar una taza de café en Viena o salir de compras por los Campos Elíseos de París. Para integrar cualquier cosa en sus obras, Kraftwerk era desde luego un grupo con mucho tiempo libre (y dinero). Lo de las bicis era ya una obsesión particular del propio Ralf Hütter, dueño de varios modelos distintos de bicicletas y veterano suscriptor de la revista «L’Equipe». Como parte de la disciplina colectiva diaria, y antes de entrar en el estudio, los componentes de Kraftwerk estaban obligados a recorrer 60 kilómetros diarios en bicicleta, rigurosamente vestidos de negro (uniforme oficial). El abuso ciclista, unido al desproporcionado consumo de café, le jugaron una mala pasada a Ralf Hütter, que tuvo que pasar mucho tiempo convaleciente a causa de una caída.

 

HUMOR

A pesar de la disciplina, la solemnidad y el corporativismo, no eran pocas las ocasiones en que el humor se colaba dentro de sus piezas. En ‘Radioactivity’ ironizan sobre los efectos de la energía nuclear: «Está en el aire, para ti y para mí», se puede escuchar. La coda final con la que se cierra el álbum se llama ‘Ohm sweet ohm’, un juego de palabras (hogar dulce hogar) sobre la tranquila «hora después» que sigue a la hecatombe nuclear. En ‘Trans Europe Express’ integran en la canción a David Bowie y a Iggy Pop, en pleno viaje ferroviario a Düsseldorf para visitar su estudio. Pero también Franz Schubert estuvo en Kling Klang, a juzgar por la cita que se hace de él en el tema dedicado al compositor alemán. Un humor evidente que también puede llegar a extenderse al mismísimo telón musical de sus piezas, con detalles a menudo sólo perceptibles por el propio grupo o sus colaboradores, capaces de contar con todos los códigos necesarios para interpretar estos guiños.

 

BLACK POWER

Kraftwerk ejercieron una inesperada influencia sobre la música de color. El primer toque se lo dio en 1978 uno de los técnicos (negros) llegados desde Los Ángeles al frío Düsseldorf para colaborar en las labores de mezcla del álbum «The man machine». Leanard Jackson no sabía quiénes eran Kraftwerk, pero en cuanto escuchó las cintas del álbum dedujo que se trataba de músicos de color. No otros podían haber sido los creadores de semejantes bases rítmicas. Cuatro años más tarde, Afrika Bambaataa & The Soul Sonic Force ya estaban sampleando la melodía del célebre ‘Trans Europe Express’ (sobre el patrón rítmico de ‘Numbers’) en su no menos célebre ‘Planet rock’. El causante de semejante cruce fue Arthur Baker, un productor neoyorquino enamorado del technopop que llegaba de Europa y que supo integrarse en la escena del hip-hop. Desde ese momento, sintetizadores, cajas de ritmo y secuenciadores pasaron a ser los instrumentos necesarios para la expresión musical del gueto. Había nacido el electro. Luego vendría Detroit, el house, el acid house… De repente, estos cuatro esquivos teutones de mediana edad se encontraron en el epicentro de un nuevo fenómeno musical. Un fenómeno igualmente fascinante para sus abogados. Ningún músico del gueto pensó que alguien de Alemania podría sentirse molesto por ver usado su material en una pieza. Así que empezó el baile… de demandas.

 

EL DIRECTO

La evolución de Kraftwerk como grupo se puede medir perfectamente a través de sus directos. En su época industrial, sus conciertos no eran esas interminables «performances» de sus compañeros de generación, pero sí había espacio para una cierta improvisación dentro de la estructura musical creada en el propio estudio. Incluso hasta bien mediada la década de los 70, el público se extrañaba de lo diferente que podían sonar en directo respecto de las mismas interpretaciones registradas en sus discos. O incluso de un concierto a otro. Era muy difícil montar una gira con todos estos aparatos. Las diferencias de voltaje de un país a otro alteraban el tempo de sus canciones y a veces había que encender un sintetizador a las doce de la mañana para que tuviera la temperatura correcta a la hora del concierto. Hoy en día no existen apenas desviaciones sonoras entre el estudio y el directo. También es cierto que ellos ya no hacen giras como tales –la última de ellas es de 2004–, sino que se limitan a participar en aquellos eventos que les resultan más interesantes, como el Tribal Gathering de 1997, el Sónar de 1998 o el parisino Cité de la Musique de octubre de 2002. Nunca telonearon a nadie ni dejaron que otros lo hicieran. Y si en su día le dijeron a Bowie que no, es normal pensar que no van a hacer ya ninguna excepción con nadie. Su última imagen en directo no puede ser más austera ni fascinante: cuatro inmóviles siluetas apostadas tras cuatro únicos ordenadores portátiles. PC, por supuesto. El Mac es para minorías más selectas y ellos siempre estuvieron por motivos mucho más democratizadores. No necesitan moverse porque para eso ya tienen a sus robots y una impactante pantalla gigante sobre la que proyectan todo su arsenal de imágenes.


Originalmente, este Archivo fue publicado en EFE EME 51, de septiembre de 2003. Esta nueva publicación ha sido actualizada.


Puedes leer la segunda parte del Archivo Kraftwerk pinchando aquí.

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