Andrés Calamaro, el genio se reinventa en escena

Autor:

andres-calamaro-27-09-09Andrés Calamaro
25 de septiembre de 2009
Village Race, Alicante

 

Texto y foto: JUAN PUCHADES.

 

Comienza Andrés Calamaro en Alicante su nueva gira –o retoma la de 2009, tras una primera recta primaveral que le llevó de España a América–, que le traerá a siete ciudades españolas durante septiembre y octubre, para continuar al otro lado del Atlántico en el mes de diciembre.
Pasan cuatro minutos de las 21:30 cuando arranca este tour de Calamaro y su sexteto de lujo, haciendo sonar, antes de nada, un inesperado aperitivo: ¡una muy suelta versión del ‘Jumping Jack Flash’ stoniano!, preludio a ‘El salmón’, el habitual himno de apertura –y declaración de intenciones– en sus últimas giras. Tras éste cae ‘Mi enfermedad’, la vieja canción de Los Rodríguez que llega como novedad que anuncia los cambios de repertorio en esta nueva gira, en una noche en la que, entre más de treinta canciones, también se escuchan recuperaciones como ‘Salud (dinero y amor)’ (en una versión totalmente remozada, con ritmo diferente a la original de Los Rodríguez), ‘ La mirada del adiós’ (maravilloso escucharla de nuevo en una gran relectura), ‘Socio de la soledad’, ‘De orgullo y de miedo’, ‘Jugando al límite’ (tocada con furia), ‘Cada una de tus cosas’, ‘Una forma de vida’, ‘Palabras más, palabras menos’ y, sorpresa agradabilísima, la inoxidable ‘Mil horas’ y la hermosísima e inmensa ‘Por mirarte’ (suena nueva, vibrante, algo funky), dos joyas de su cancionero argentino pre Rodríguez que saben a regalo especial para los seguidores más avezados en su discografía. Puestos a ofrecer cambios, hasta el habitual set tanguero en el que Andrés se queda solo junto a Tito Dávila y su piano, también presenta dos nuevas versiones: ‘Absurdo’, de los hermanos Éxposito, y ‘Soledad’, de Gardel y Le Pera.

Por si no hubiera suficiente, los más de dos mil asistentes congregados en este muelle del puerto alicantino, con el Mediterráneo a la izquierda y refrescando la noche, tienen la oportunidad de descubrir nuevos arreglos para temas como el clásico ‘Paloma’, de cierre, con toda la primera parte convertida casi en un vals. Se ha esforzado Calamaro por ofrecer algo distinto en este nuevo tour. Un concierto muy musical, por serio, en el que se eluden los guiños a los gustos del público mayoritario que va a escuchar preferentemente hits encadenados (y de esos también hay, que nadie se alarme, que ‘Flaca’, ‘Me arde’, ‘Los aviones’ o ‘Alta suciedad’ están tan guapas como siempre y todos queremos oírlas). Modificar el repertorio, cambiar arreglos, jugar con las estructuras de las canciones que conocemos, pensar en el buen aficionado que va a escuchar, no necesariamente a cantar, tendría que ser norma, obligación primera, algo que músicos de todo pelaje muchas veces olvidan en pos de meterse fácilmente al respetable en el bolsillo de principio a fin. Así que se agradece este esfuerzo de Calamaro y los suyos por reinventarse y ofrecer un show que algunos podrían considerar «difícil», pero que resulta un sensacional espectáculo de rock, pero no pensando en él como ejercicio de descarga rítmica y decibélica, sino como actitud, con espacio para que la buena música fluya.

Esta es una banda guitarrera que respira rock, pero que tiene en la melodía su mejor arma, pues las canciones de Calamaro se prestan al juego musical, al subir y al bajar, al ir y al venir, al perderse por aquí y por allá. A la vez, se trabaja para la siempre imponente voz de Andrés, esa que esta noche brilla y despliega su poder, sonando limpia y clara ya que, afortunadamente, el sonido, perfecto, acompaña. Así, también se escuchan con claridad los instrumentos, las guitarras del sensacional Diego García –que lleva el peso preferente con las sesis cuerdas, suyos son los solos principales–, las de los sobrios y diestros Geny Galo y Julián Kanevsky, el sensible teclado de Tito Dávila dibujando ricas melodías (para canciones que en muchas ocasiones nacieron, precisamente, piano de por medio), el bajo virtuoso de Candy Caramelo y la batería, de pegada siempre certera, de su inseparable José «Niño» Bruno. Músicos entregados que disfrutan en escena pues saben estar tocando un repertorio dorado junto a la mayor leyenda del rock en nuestro idioma. Leyenda que Andrés Calamaro, cuando se sube a un escenario, afortunadamente, acostumbra a dejarse en el hotel para que brote el currante del rock, el intenso frontman (solo ante el micro, con percusión o guitarreando con su Fender) que pisa a fondo el acelerador durante dos horas y cuarto para ofrecer un soberbio espectáculo de rock (de verdad). Esta noche no hay peros posibles. Hasta la escenografía, sin telón y abierta al fondo, muestra una bella panorámica iluminada del castillo de Santa Bárbara. ¿Se puede pedir más?

 

Nota: vergonzosa resultó la actitud de los responsables del recinto (que no local, pues es un espacio acotado al aire libre) a la entrada del mismo, con los habituales «camisetas negras» (los clásicos musculitos, seguratas no oficiales) impidiendo el acceso de alimentos y bebida, obligando a los asistentes, tras hacer cola para entrar, a situarse a un lado y o bien tirar lo que llevaban o a ingerirlo con rapidez. Los mismos «camisetas negras» que registraban bolsos, mochilas y bolsas a la búsqueda de no sé sabe qué, cuando únicamente la policía puede efectuar ese tipo de registros. Señores, que todos estos métodos son ILEGALES, que no pueden tratar así a la gente, ni obligarla, tras pagar su correspondiente entrada, a consumir (tras hacer largas colas) en las barras instaladas en el interior.

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