Una sección de ADRIAN VOGEL.
Ramoncín nunca ha sido santo de mi devoción. Y por lo que observo tampoco lo es de miles de personas. Y eso que tuvo su momento. Lo supo aprovechar pero también lo malgastó. ¿Por qué? Tengo mi opinión al respecto: por ser él mismo y carecer del talento necesario para sustentar tanto artificio. Se requiere algo más que un carnet y unas amistades poderosas para mantenerse en primera línea. Si no tu destino rockero será ser “bombardeado” en el Viña Rock (como le sucedió no hace tantos años). Pero si quiero ser ecuánime tengo que reconocer que muchas veces ha sido vilipendiado por defender causas “impopulares” (y muchos de sus compañeros de profesión se han escondido y escudado detrás suya).
Decía al principio que no es santo de mi devoción. Desde hace décadas. En realidad desde que comenzó, allá por 1977. Venía avalado por algunos críticos rock de Madrid y ciertos personajes de la “intelectualidad” de la prensa y la “literatura”. Como Paco Umbral. Todo aquello me sonaba fatal. No me lo creía. Era pura fachada. Todo pose. Por aquel entonces estaba en Epic (una división de CBS). Y desde mi despacho se veía el Bernabeu (¿qué más podía pedir un madridista como yo?).
No me gustaba el material que traía. Ni lo que hacía. Era consciente de los problemas internos con los miembros originales de la banda (él no sabía que yo sabía). Me imaginaba que habría problemas autorales. Como parece que así fue: Jero Ramiro no figuraba como autor por ningún lado. En cambio aparecía su sustituto, Carlos Michelini. Según Ramiro, su minoría de edad y el no haber registrado las canciones con anterioridad le perjudicaron. Y Jero no pudo hacer nada al respecto. Desde ahí hasta la cúpula de SGAE fue el camino recorrido por José Ramón Julio Martínez Márquez. Sin comentarios.
Nacido un año antes que yo se presentó a nuestra cita con aires de comerse el mundo. Le vacilé. Porque en asuntos rockeros el pedigrí era el mío. Y la credibilidad también. Le enseñé las vistas del despacho y con chulería le dije que todo eso podría ser suyo (le ponía Madrid a sus pies). Y más o menos le eché del despacho. Ramoncín ha contado esta historia alguna vez. Nuestras versiones coinciden. Nos caímos fatal. Difiere la óptica de cada uno.
Hasta ahora nunca me había pronunciado públicamente al respecto. Por resumir mi relato: me lo quité de encima. Por su parte, él inmortalizó el encuentro con una canción: “El rey del pollo frito”. La única que me han dedicado. Así que “el rey del pollo frito” soy yo. El autentico era el Coronel Harland Sanders, quien en 1939 creo la receta “secreta” de once hierbas y especias que convirtieron los Kentucky Fried Chicken en el emporio del pollo frito. El público no entendió o no quiso entender, a pesar de las aclaraciones del autor, que el tema estaba dedicado a un ejecutivo discográfico. “El rey del pollo frito”, es una narración en primera persona en la que el cantante se ponía en la piel de un disquero. Se malinterpretó, creyendo que hablaba de sí mismo, y el apodo le pasó a él. Para una vez que me componen una canción resulta que no es buena porque no se entiende el mensaje… En fin.
Hace unos pocos años coincidimos en un sarao. Estábamos gente del tinglado hablando de presupuestos de grabaciones, Pro Tools, estudios caseros, etc. y se acercó para incorporarse a la conversación. Como todo en su vida le movía un interés (hacía tiempo que se le había visto la goma de la careta). Estaba sin compañía y yo tenía la mía. No sé cómo se le podía ocurrir que, a estas alturas del partido, a mí me interesaría grabarle. Evidentemente esta es una impresión mía, porque no le dio tiempo a descararse. En cuanto mencioné las cifras que manejaba perdió todo interés. Se dio media vuelta y marchó. Sin despedirse.
De la lista de artistas que han colaborado en la mayor horterada del año pasado 50 años después –que no eran 50 sino 48– es al único que eché en falta. Igual aparece en el segundo volumen. Raphael se merece a Ramoncín.
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