Guns N’ Roses
Appetite for destruction
GEFFEN, 1987
Texto: JUANJO ORDÁS.
Afortunadamente, ya no es necesario explicar la trascendencia de un trabajo como Appetite for destruction dentro del mundo del rock. Y téngase en cuenta que no empleo el termino «duro». Una obra como la que nos ocupa desprecia etiquetas, escupe prejuicios y, sobre todo, conquista a aquel que se le ponga a tiro con precisión de francotirador. La obra cumbre de Guns N’ Roses no solo fue su mejor marca, sino también su debut en formato de larga duración. No se trató de un simple disco, sino de una bomba de relojería colocada en las tripas del negocio musical, un cóctel molotov condimentado por el punk y el rock preparado para estallar.
La década de los 80 no fue precisamente la mejor para el rock and roll internacional. El rock más férreo era “underground”, las grandes formaciones (Metallica, Iron Maiden) se limitaban abarcar un público predispuesto y dócil y a nivel popular la dictadura de las producciones adulteradas y base sintética era un hecho. Fue la banda formada por los guitarristas Izzy Stradlin’ y Slash, el bajista Duff Mckagan, el batería Steven Adler y el vocalista Axl Rose la encargada de redirigir la brújula del negocio hacia las guitarras calientes y crujientes. Muchas de las glorias que habían alimentado las raíces de la banda se encontraban muertas o en el dique seco: Hanoi Rocks jamás consiguieron llegar a las masas, los Stones se encontraban atravesando su particular desierto creativo y Aerosmith luchaban por no ser pasto de demonios varios. Era el momento de alzar el testigo con fuerza y convicción. Y lo hicieron, ya lo creo que lo hicieron.
Han pasado 21 años desde que se editase Appetite for destruction y no se puede decir que haya perdido vigencia. Quizá por ello Interscope acaba de remasterizarlo y reeditarlo en una deliciosa edición en vinilo. Aquellos que nunca hayan disfrutado de este disco podrán acceder a él en esta lujosa versión de 180 gramos, los que crean conocer de memoria cada una de sus pistas se sorprenderán más. La remasterización ha potenciado el sonido original y el oscuro soporte disecciona los instrumentos sin romper el conglomerado. El bombo suena más “in your face” y los platos expanden su sonido, el bajo parece recuperar nitidez, eso sí, cediendo siempre el protagonismo a las agresivas solistas de Slash, la genuina rítmica de Stradlin y, cómo no, la característica voz de Rose que comanda la mezcla. La acústica gana en empaque y orden, y eso que estamos hablando de un disco cuya producción y mezcla era soberbia.
Es un lujo disfrutar en surcos de la incontestable y bailable “Welcome to the jungle” (¡ese ritmo es casi tribal!), el punk de “It’s so easy” o “Anything goes” (esa gran olvidada), la melancolía vertiginosa casi adolescente de “I think about you”, el timbre callejero de “Mr. Brownstone” (el “Walk this way” de Aerosmith triturado con gusto y descaro) o la belleza del imparable hit single que fue el romántico medio tiempo (que no balada) “Sweet child o’mine”. Además, la discográfica ha tenido el buen detalle de editarlo dentro del catálogo Back to Black, es decir, con un código que permite la descarga del disco en mp3. Qué suerte tienen los que no aún no lo conocen, porque se trata de algo que solo pasa una vez en la vida. Bueno, qué coño, ¡qué suerte tenemos todos de poder disfrutar de esta obra!