Una vida es demasiado poco… homenaje a Doctor Divago. 35 años, de VV.AA.

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DISCOS

«Las buenas canciones lo son cuando vadean tratamientos dispares sin apenas resentirse»

 

VV.AA.
Una vida es demasiado poco… homenaje a Doctor Divago. 35 años.

EL CLUB DE AMIGOS DEL CRIMEN / OSADÍA, 2024

 

Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.

 

Casi nadie se parece a Doctor Divago. Vale, ellos han podido tener cofrades con quienes se podía trazar más de un paralelismo (091, sin ir más lejos), pero prácticamente nadie ha intentado emularles o seguirles el rastro. Por incapacidad manifiesta o por falta de interés. Por esa misma razón tampoco hubiera tenido mucho sentido que los diecinueve nombres aquí reunidos se hubieran prestado a releer su cancionero remedando un estilo que bordea lo intransferible. Convertidos en institución del rock valenciano, estatal o simplemente del rock en castellano, Manolo Bertrán y los suyos han tenido la pertinente idea —más bien es una iniciativa de Javier Pérez, veterano e infatigable radiofonista y activista musical desde su Club de Amigos del Crimen— por celebrar su 35 aniversario desde un lugar distinto al usual: el 25 (hace diez años) ya contó con un recopilatorio (Especial de la casa), un documental (Los tontos buenos tiempos, de Rubén Soler) y un libro (En tierra de nadie. 25 años de Doctor Divago, de Mariano López), y para el 35 ya no procedía reincidir en lo obvio.

Por eso se agradece que desde Gilbertástico, que acerca “Gracia Imperio” a su tecno pop ligeramente costumbrista (La Caverna Rock Bar que aparece en su letra fue algo más que un punto de unión entre ambos) hasta Luis Prado, que pasa por su piano “Jugando a pillar en el limbo” (retocando su letra para mentar al propio Bertrán) y “Sobrevolábamos” (es el único en registrar dos versiones, quizá porque la primera ya la tenía grabada pero se extravió por algún estudio de Dios), todos los músicos acerquen los originales a su terreno. O casi todos: tan solo Fanáticos recreando la añeja “Eva” (dotándola, eso sí, de un sonido más de los 2010) y el catalán (afincado en Almería) Óscar Ogalla, acometiendo “Una pizca de amor”, revelan una cadencia y también una textura muy similar a la versión primeriza. No hubo directrices: libertad total para los tributadores. Ninguno se negó, y todos hicieron lo que les vino en gana. Tanto a la hora de escoger canción como de vestirla (o desvestirla). Y se agradece, la verdad.

Santi Campos también lleva al terreno del pop de autor (en el que ha sobresalido últimamente) “Clínica del alma en Navidad”, primando el piano, mientras que en una tesitura no muy lejana —aunque privilegiando la guitarra acústica— Ona Nua lleva “La habitación de Charo” a su registro singer songwriter con ecos de los setenta y “Sonaba Julio Galcerá” ve cómo Samuel Reina hace lo propio dotándola de una pizca de su irreverencia formal.

Hay viejos conocidos que forman parte de la misma galaxia que los Divago: Los Radiadores acelerando y fortificando “A la vez”, Una Sonrisa Terrible acercando “Un billete de 2.000 (en otra canción)” al ritmo del swing (con esa trompeta) o Santi Penagos (Los Cuervos) dándole a “No tan bueno” una pátina de blues rock pantanoso.

El tono recreativo, hasta juguetón, es explícito en la forma en la que Cándida multiplican el sesgo onírico de “El viaje largo” por la vía del pop electrónico, en el modo en que Caballero Reynaldo trasladan “Ojos de serrín” casi a otra dimensión, en la factura miniaturista que Raquel G. Cabañas le otorga a “Pondré los ojos en blanco” (me recuerda a las florituras de Pascal Comelade) o en la extrañeza con la que Serpentina colorean aún más la psicodelia de “África habla con los peces” (esta me recuerda a El Niño Gusano)

Ambros Chapel oscurecen “Ligero como una pluma”, Lanuca esponja “Madre de todas las demencias” travistiéndola en un susurro crepuscular, los gallegos Tesouro desnudan “El vertiginoso atleta moral” para acentuar su dilema y tanto Òscar Briz como Juancho Plaza (Las Máquinas, Kindergarten) domestican (respectivamente) “El día después” y “Tirando a dar” en depuraciones de estilo que no niegan lo esencial: el tópico —casi siempre verosímil— de que las buenas canciones lo son cuando vadean tratamientos dispares sin apenas resentirse. Estupendo diseño de portada y artwork general, por cierto, a cargo de Antonio Minerba, rebosante de cromatismo e historia.

Anterior crítica de discos: Ignis, de Vega.

 

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