FONDO DE CATÁLOGO
«Hacían gala de una personalidad muy marcada, algo tremendamente meritorio para un grupo con muy poco recorrido»
Viajamos hasta 1994 para recuperar American thigths, el digno debut de Veruca Salt, aquella banda de rock alternativo chicaguense que tomó su nombre de la caprichosa niña de Charlie y la fábrica de chocolate, de Roald Dahl. Por Fernando Ballesteros.
Veruca Salt
American thights
MINTY FRESH RECORDS, 1994
Texto: FERNANDO BALLESTEROS.
Siempre hay saltos desde el underground hacia el público masivo. De acuerdo, partimos de esa base, pero también de una realidad y es que, en la década de los noventa, aquello parecía ocurrir cada día. Y no era extraño que un grupo como Veruca Salt diera el salto. Treinta años después, cuesta hablar de la banda y meterla en un cajón estilístico. ¿Rock alternativo? ¿Grunge? Aquellos eran los términos que se empleaban en la época. Con esas reglas jugaban, a ellas se teína que atener, pero la verdad es que, hoy en día, vuelvo a escuchar American thights y me cuesta mucho meterlos en aquellos sacos.
La historia comienza en 1993 en Chicago, en el momento en el que se conocieron Nina Gordon y Louise Post. El suyo fue un flechazo musical, juntas comenzaron a componer y muy pronto se dieron cuenta de que había magia en aquellas armonías vocales que eran capaces de crear codo con codo, ambas cantaban y tocaban la guitarra y sus primeros shows fueron acústicos. En ese formato continuaron hasta que Jim Shapiro, hermano de Nina, se unió a la banda para ocupar el puesto de batería. El bajo de Steve Lack iba a ser el encargado de completar aquella primera formación en toda regla.
Apenas tuvieron tiempo de dar unos cuantos conciertos juntos y de grabar una maqueta antes de despertar el interés de los sellos que habían visto en ellos un gran potencial comercial. Eran otros tiempos. Varias compañías habían dado su pelotazo gracias a ese rock que se hacía un poquito en los márgenes y todos buscaban el nuevo acierto, en aquellos sonidos. Y ahí precisamente jugaban Veruca Salt, en el campo de las guitarras fuertes y las armonías vocales de relumbrón. Ese era su gran fuerte.
«Seether», una efectiva catapulta hacia el éxito
Lo primero que editaron fue el single “Seether” y , gracias al vuelo que le dieron en las College Radios, entre otras cosas, su éxito fue tal que les permitió salir de gira teloneando a Hole. Estamos ante los antecedentes de American thights, el que iba a ser su primer álbum y que vería la luz en septiembre de 1994. Trece canciones de vigorosos estribillos y fuertes guitarras en las que las dos líderes de la formación se repartían las labores de composición y cantaban sus propios temas. Como el equilibrio absoluto era imposible, Nina firma siete, una más que Louise.
En cuanto al sonido, las influencias están claras y todo tiene un marcado sabor noventero. Hay por allí algo del espíritu de los Pixies, incluso de lo que Deal había hecho con las Breeders al margen de su trabajo junto a Black Francis. En la receta final, el ruido convivía con la melodía y el resultado era bastante accesible para un público que vivía una época en la que parecía estar bastante abierto de mente. Lo cierto es que hacían gala de una personalidad muy marcada, algo tremendamente meritorio para un grupo que tenía muy poco recorrido y que ya había encontrado su propia voz si nos dejamos llevar por lo que escuchábamos en este debut.
Las voces de Nina y de Louise juegan también con los contrastes y pasan del grito desgarrador a la melodía suave y delicada en unos segundos. El productor Brad Wood supo capturar con mucho tino el trabajo de las rugientes guitarras y la contundente sección rítmica y hermanarlas con las sensacionales armonías vocales del dúo de líderes. El propio Wood explicaba tiempo después que él, como la banda, también estaba aprendiendo a moverse en nuevos campos, para él también era algo nuevo lo de producir un disco para que sonara en las radios y, pese a la inexperiencia, su trabajo fue más que notable.
Y es que en American thights había mucho de frescura, de inocencia. Recordaba Nina Gordon lo que supuso meterse en el estudio aquel 1 de enero de 1994: «Para todos nosotros fue la primera experiencia. Y fue divertido, no había estrés ni presión porque ni siquiera éramos conscientes de que estábamos allí realmente». Bendita inconsciencia. Y bendito resultado el que obtuvieron desde la primera guitarra fuerte que suena en «Get back», un canto desgarrador de desamor en el que ya se puede captar la esencia que va a presidir el álbum. “All hail me” llega conmoviendo a lomos de un riff pesado y de “Seether”, a la que ya nos hemos referido, poco más se puede añadir. Se trata de una canción de efectos instantáneos, tiene todo lo que se le puede pedir a un single de presentación, hay en ella cierta oscuridad pero también una alegría que explota y se impone. Es la mejor canción del disco. Pero había más.
En “Spiderman 79” nos internamos en un brumoso y denso medio tiempo con aromas psicodélicos que le dan un encanto especial al tema. “Forsythia”, que comienza suave y va ganando fuerza, destila rabia y actitud y “Wolf” convence con las armonías más bellas, las guitarras más aplastantes y el juego con los cambios de ritmo que hacen de la canción uno de los momentos más destacados del elepé. “Celebrate you”, como buena parte del disco, habla sobre la problemática en las relaciones de pareja y en cuanto a su propuesta sonora sigue la línea de “Wolf”. Hay que esperar a “Fly” para que nos cambien el paso con una balada triste, muy triste, en la que todo suena a abatimiento.
Tras el bajón, se agradece aún más la enorme carga energética que trae consigo “Number one blind”, de lo más pop y rotundamente melódico de todo el lote. “Victrola” es toda una exhibición del poder guitarrero de la banda, un despliegue que les sitúa cerca de los sonidos que habían hecho tantos otros tras la explosión de Nirvana y que contrasta con esos falsetes que le dan un encanto especial. “Twinstar” reduce considerablemente las revoluciones, comienza lánguida y va ganando en densidad a lo largo de sus poco más de tres minutos.
Para cerrar, “25” es larga y reúne, casi a modo de resumen, en su largo minutaje, buena parte de las virtudes de este American Thights y el cierre con “Sleeping where I want” acompaña casi como en un sueño, un remanso de tranquilidad con algún toque shoegaze y un sobresaliente trabajo guitarrero.
Perdidos entre problemas y cambios de formación
El primer disco de Veruca Salt, nombre que tomaron prestado del personaje de la niña rica y caprichosa de la novela Charlie y la fábrica de chocolate, era bonito a su manera, juvenil y algo gruñona. En su momento tuvo que competir con auténticos pesados que si, que triunfaron cono más rotundidad, pero aquella puesta de largo, aupada por su rutilante single de presentación, les llevó al disco de oro y a aparecer con asiduidad en MTV. Habían puesto bases sólidas de un grupo que, a partir de aquel momento, se tuvo que enfrentar a muchos obstáculos.
En 1997 llegaría su segundo disco largo, Eight arms to hold you. Vio la luz bajo el paraguas de Geffen tras cambiar de sello y con la producción del afamado Bob Rock, un gran nombre que, en mi opinión, con su gusto por lo rocoso y la ortodoxia del rock, no casaba al cien por cien con el espíritu de Veruca Salt. Después llegaron los cambios de formación, que se convirtieron en una constante. A las variaciones en la sección rítmica se unió, en 1998, la deserción de Nina Gordon. Poco quedaba ya del espíritu original, tan solo el empeño de Louise, capaz aún de editar en 2006 IV como única integrante superviviente de la formación inicial.
En 2014 sucedió lo inesperado. Veruca Salt se reunían para salir de gira tras años de silencio. La noticia venía acompañada de una nueva canción después años sin noticias de ellos. Poco después, el grupo anunciaba su siguiente álbum de estudio, sería su primer material después de casi una década de silencio y, lo más llamativo, el primer disco que incluía a la formación original tras veinte años. Para colmo, Brad Wood volvió a ocuparse de los mandos y el resultado fue todo un bonito ejercicio de nostalgia y saber hacer al que, en una escala de riesgo del uno al diez, podemos situar en el uno sin pestañear.
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Desde entonces, el silencio. Es posible que algún fan más interesado y activo tenga noticias de los planes de sus integrantes. Yo no. Mi relación con ellos se limita a una posible vuelta de la que me terminaría enterando y, si eso no sucede, a volver de vez en cuando a su primer disco. Yo lo sigo disfrutando. Nadie me ha pedido una nota para una obra que salió hace ya treinta años, pero ahí voy. Le doy un ocho.