Fanfarria clandestina, de Cometa

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DISCOS

«Una celebración secreta, convertida en un particular cosmos, donde distintos planetas (rock argentino, progresivo, cumbia, barroco, psicodelia) conviven atravesados por la luz de Cometa»

 

Cometa
Fanfarria clandestina

MONT VENTOUX, 2024

 

Texto: MARÍA CANET.

 

En el cosmos del pop nacional, la aparición de Cometa ha supuesto un haz de luz. Un cuerpo celeste formado por partículas de rock argentino, progresivo, guitarras setenteras, cumbia o psicodelia, que orbitan alrededor de la melodía pop. Todo coexiste en Fanfarria clandestina (Mont Ventoux, 2024), el debut del cuarteto madrileño que, junto a bandas como Los Estanques y Naked Family, han revitalizado el pop nacional con atrevidas y genuinas apuestas donde predominan la sorpresa y los giros melódicos.

Como si de su propio Sgt. Pepper’s se tratara (algo especialmente evidente en la portada), Cometa pone la narrativa al servicio de canciones que provienen de distintos planetas sonoros con el objetivo de unificarlas en una misma cosmogonía, bajo la batuta de Guille Mostaza (La Bien Querida, Lori Meyers, Los Punsetes) a la producción. Para ello es preciso bajar a tierra y entrar a un boliche (discoteca en buena parte de Latinoamérica) de tango en Buenos Aires donde se celebra la Fanfarria Clandestina: batalla de bandas formadas por músicos callejeros (Los Hooligans, Los Desenamorados, Los Chasqueadores y Los Barroquianos) que se enfrentan por un trofeo: la Fugazzeta Dorada. Un relato ficticio que permite mostrar la versatilidad de la banda madrileña: en cada tema se transforman en uno de los conjuntos citados para dar rienda suelta a sus dispares influencias.

El álbum arranca con el grupo poseído por Los Hoolingans. “¡Dale, Cometa!”, cántico con poso futbolero de aroma porteño, se convierte en la introducción festiva. El turno de Los Chasqueadores llega con “Todo por ti”, una adictiva pieza de pop sesentero que remite a Los Brincos o Los Ángeles, mientras que en el puente destaca un grave canon vocal que traslada al oyente a una ópera rock. Si bien Queen es una referencia constante en el grueso del elepé, “Supersónico”, con guiño a Nino Bravo incluido —«“y al partir llevaré conmigo un beso y una flor”»—, es el corte donde esta influencia se antoja más perceptible gracias a las voces operísticas aderezadas con constantes subidas y bajadas en la melodía, conducidas por el piano y las setenteras guitarras.

Un ruido de sintonización radiofónico anuncia un nuevo giro hacia derroteros latinos. “Otra vez (la cumbia de Los Desenamorados)” purga un desengaño amoroso a golpe de baile, en un homenaje a uno de los estilos predilectos de la música latina con menciones a la triada argentina por excelencia: Maradona, Charly García y Cerati. La cara A culmina con “Abrázame más fuerte, abrázame para siempre”, balada en constante crecimiento y de casi seis minutos de duración, que traslada a un baile de fin de curso en algún instituto norteamericano de los cincuenta; el solo de saxo que perpetra Pablo, el bajista, dispara la tensión hormonal, mientras Jimmy juega a convertirse en Luis Alberto Spinetta al atreverse con un difícil falsete. Un pasaje musical con tintes cinéfilos, “Entreacto”, con teclados etéreos que buscan el símil con Cinema Paradiso o Morricone, conforman una pausa antes del ataque de Los Barroquistas.

La cara B se inaugura con la sorprendente “Fugazzeta en Sol menor”, composición que narra la fuga de una pizza con protagonismo de teclados que parecen guiados por Johann Sebastian Bach. Un festín barroco que acaba a golpe de sintetizadores y celebración ochentera con “Invítame a bailar”, entre Cindy Lauper y el carnaval de Brasil. “No creo en el amor”, tema que ya grabaron para su epé Sírvase usted mismo (Mont Ventoux, 2023), une la década de los sesenta a la actualidad con un crescendo que recuerda a la Tina Turner que interpretaba “Proud Mary”. Las texturas plásticas de los sintetizadores predominan en “Corazón mareado”, próxima a Charly García, o en una vertiente más melódica a lo Serú Girán. El lirismo aflora en el sentimental cierre; “Tierra Santa”, otro homenaje a Buenos Aires, une en cinco minutos las pasiones terrenales (ruido de brindis incluido) con una dimensión espiritual de notas etéreas.

Una celebración secreta, la Fanfarria clandestina, convertida en un particular cosmos donde distintos planetas (rock argentino, progresivo, cumbia, barroco, psicodelia) conviven atravesados por la luz de Cometa, en la melodía pop de Cometa.

Anterior crítica de discos: Indoor safari, de Nick Lowe.

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