Alcalá Norte: el tiempo correcto en el que estar

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«Una colección de hits redondos que combinan pop, oscuridad post punk y querencia por sintetizadores ochenteros, y asuntos como el localismo más allá de la M-30»

 

La banda madrileña, sensación del panorama nacional este 2024 y que se encuentra en plena Gira Cañón, se consolida con su doble —y agotada— cita en el Teatro Eslava. A la segunda de las jornadas asistió María Canet.  

 

Alcalá Norte
Teatro Eslava, Madrid
26 de octubre 2024

 

Texto y foto: MARÍA CANET

 

Vivir el despegue de una banda tiene algo de mágico: sentir que el presente es el tiempo correcto en el que estar. La sensación de no haber perdido trenes, de estar a las puertas de algo grande. La noche del sábado, el madrileño Teatro Eslava era, sin duda, el lugar en el que estar. El escenario desde el que Alcalá Norte, el fenómeno musical de este 2024, logró que sus canciones dotaran de sentido a este abrupto presente por segunda noche consecutiva y con el cartel de “entradas agotadas” meses atrás.

Hace un año, pocos sabían de la existencia de la banda que tomó su nombre de un centro comercial y que ha convertido al distrito de Ciudad Lineal en el epicentro de las conversaciones musicales. Con una formación que, incluso, se ha consolidado sobre la marcha tras la publicación de su primer disco (homónimo, Balaunka, 2024) el pasado marzo, su imparable ascenso les ha aupado dentro de la joven escena del pop rock madrileño impulsada por Carolina Durante, La Paloma, Shego o Camellos.

Más allá del factor suerte, la fórmula alcalanorteña es una suma de aciertos: una colección de hits redondos que combinan pop, oscuridad post punk y querencia por sintetizadores ochenteros; el localismo más allá de la M-30; una mitología propia donde el power ranger verde, Baco, Antonio Alcántara o Georgina Rodríguez comparten protagonismo; la naturalidad y su cercanía con el público que, más allá del universo de las redes sociales, brilla especialmente en sus directos.

La expectación era máxima en un Teatro Eslava abarrotado desde la actuación de los teloneros, los vascos Marte Lasarte que defendieron su propuesta en euskera con guitarras rabiosas a la par que pegadizas. A La 21:30h de la noche, y mientras comentarios que haters con sello forocoches habían dejado en los videoclips del grupo se sucedían en la pantalla, Barbosa, maestro de ceremonias, aparecía sobre el escenario para anunciar con alegría que jugaban en casa: estaban «en el foro». El dicharachero batería cedió la bota de vino (exigiendo su vuelta bajo amenaza) al público y repartió varios puros a modo de apertura de la bacanal musical. El resto de la formación, Laura de Diego (teclados), Pablo Admin (bajo), Carlos Elías Caballero (guitarra), Rivas (voz) y René de Dharmacide (guitarra) aparecían en el escenario con discreción, entre la incredulidad y la emoción.

Concentrados, atacaron un setlist diferente al habitual. Arrancaron con “Los chavales”, oscura pieza postpunk entonada en castellano, catalán, euskera y francés, a medio camino entre los Libertines y los cánticos futboleros (los «no te vayas Ronaldo», precisamente mientras se disputaba el clásico Madrid-Barça y Rivas lucía la camiseta merengue), perfecta para tantear a los ánimos de los allí presentes. “Dr. Kozhev” y “Guerrero marroquí” cerraron la primera triada de canciones para introducir al público en el primero de los pogos con la laberíntica y bakala “420N”, donde un Rivas sereno, seguro, entonaba con firmeza, entrando en una divertida provocación con su audiencia. Más allá del repertorio del disco, “Arteligencia intificial” y “Codere”, conformaron los primeros guiños a los más fieles para subir la intensidad con “La sangre del pobre”, arenga definitiva a las masas.

Centrado en su labor de intérprete, Álvaro Rivas, cedió el protagonismo a la verborrea de Barbosa, que ejerció de líder y guía en la retaguardia. Con mención especial a su adorado Pepe Risi (Burning), introdujo “No llores, Dr. G” puesto que «un disco sin balada no vale ni para tomar por culo». Mientras cantaba «Goebbels se mira en el espejo y ve a muchos chicos con su mismo corte de pelo y un traje diseñado por él», Rivas parecía asimilar que una multitud corease sus canciones. El vocalista anunciaba una versión de “10.000” grabada recientemente para un homenaje a Los Planetas, a lo que Barbosa añadía «hemos hecho lo que nos ha salido de los cojones, como siempre». No sería la única de la noche; los de Ciudad Lineal sorprendieron con un tema en francés “Icare”, de la banda de heavy metal Fils de Lucifer y su particular adaptación del “Cosquilleo” de La Paloma, rebautizada como “El rey de los judíos”, mientras Rivas convertido en un Jesucristo crucificado mediante inteligencia artificial protagonizaba los audiovisuales.

La «parte deliciosa del concierto», en palabras de Barbosa, continuaba con un teatral set que arrancaron con “Westminster”, oscuro órdago entre la electrónica y el postpunk, con Rivas convertido en predicador mientras descendía a la pista y se abría paso entre el público, cual Moisés entre las aguas. Acto seguido, el polifacético frontman se transformaba en un Baco de pecho descubierto con corona de laurel para interpretar “La calle Elfo” (uno de los temas más celebrado) a la par que capturas de Google Maps de la ya famosa calle aparecían en la pantalla.

La coda final condensó la esencia de la banda, a modo de recordatorio de lo que allí acababa de acontecer. Jugaron a convertirse en Parálisis Permanente para entonar otro de sus clásicos primigenios, “Barbacoa en el cementerio”, entre alegres bailes de los componentes por el escenario. Las guitarras aceleradas de “Supermán” agitaban la esencia de ese grupo de colegas que se reunía en un local de ensayo bajo la única premisa de pasarlo bien; los vertiginosos sintetizadores de “Langemarck” (para la que Rivas lució un casco de soldado de guerra alemán en alusión a la batalla de la primera guerra mundial y su amor por la historia militar) reivindicaban la cara más tenebrosa del conjunto. Dos temas que interpretaron ligados, sin interrupción alguna, antes de que Barbosa se despidiera y anunciara «no nos vamos a ir sin antes tocar la puta Vida cañón». La locura se desató, con un público de espíritu ya agitado que acabó por entregarse carnalmente a corear ese himno del que ni siquiera Rosalía ha podido escapar. Durante los dos minutos y medio que dura “La vida cañón”, cualquier sueño, por humilde que parezca, puede convertirse en una hazaña.

Se despidieron sin bises, con sonrisas de satisfacción y miradas encendidas por la emoción.  La euforia colectiva de vivir algo que se advierte importante, memorable, empapaba al público que se resistía a abandonar la sala, incluso más que el sudor. Durante aquella hora y media, todos los presentes conocían la Calle Elfo y anhelaban vivir la vida cañón. Durante una hora y media, la nostalgia por el pasado se desvanece y la incertidumbre del futuro ni siquiera se plantea: solo existe ese presente, el tiempo correcto en el que estar.

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