“Un último vals”, de Joaquín Sabina

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EL MIÉRCOLES, CANCIÓN

“Un último vals”, la nueva canción de Joaquín Sabina, es la elegida esta semana para nuestra sección de los miércoles. Una canción que ha venido acompañada con el anuncio de las fechas del tramo español de su última gira.

 

Texto: JUAN PUCHADES.

 

Cada tanto hay que recordar aquello de “Video killed the radio star”, que cantaban los Buggles en 1979, sobre todo porque Bruce Woolley, el compositor, erró de pleno: el vídeo no mató a la estrella de la radio, asesinó el misterio de las canciones.

El arribo de los videoclips (y su difusión salvaje desde la aparición de MTV en 1981) impuso imágenes a lo que debieran ser (y siempre fueron) interpretaciones libres del oyente al oír una canción (como cuando lees una novela). Así, la magia, el poder de la escucha personal y las sensaciones provocadas por ella sin condicionantes externos quedaron distorsionadas por los fotogramas. Por lo que muestran o narran esas pequeñas historias en movimiento.

Fotogramas que incluso pueden llevar a la confusión, y que lo que se vea no coincida exactamente con lo que uno escucha. Eso es lo que me sucede con “Un último vals”, la nueva canción de Joaquín Sabina, que en ese potente vídeo de Fernando León de Aranoa asisto a lo que parece el funeral de Sabina de (vivo) cuerpo presente mientras lo que escucho es una honda canción de amor. Y para colmo no necesariamente de despedida, sino principalmente de agradecimiento y súplica, por lo vivido y por lo que tiene que venir (por temible que sea), con más que evidente destinataria para quien conozca los datos esenciales de su biografía.

Y con esa lectura, si nos vamos a sus primeras canciones amorosas y las seguimos una a una hasta llegar a esta nueva composición, tenemos a Joaquín Sabina transitando por todos los estados del amor (excepto el juvenil, que el Sabina cantante nunca fue joven), hasta alcanzar la inevitable vejez (¿se dice vejez o utilizar este término es caer en el temido edadismo?) y ese encarar la última curva (esperemos que sea la antepenúltima).

Claro, que como es zorro viejo (¡ay, caramba, otra vez!), “Un último vals” le sirve para avanzar esa gira de despedida de los (grandes) escenarios que cada vez está más cerca y así poner a la audiencia en el adecuado puntito de cocción emotiva. Lo subraya el vídeo de León de Aranoa, con ese Sabina en la barra de un bar (su lejana oficina) que parece estar despidiéndose, de forma un tanto inquietante, de familiares y amigos y al que, incluso, en el culmen de lo espectral, se le materializa el mismísimo Javier Krahe.

Pero quien quiera entender, que entienda versos como «Tú que corriste a rescatarme de las llamas, / tú que pusiste paz en mi ciudad sin ley, / tú que aprendiste en mis electrocardiogramas / que hace tiempo que no sigo siendo el rey». No, ese último vals (en realidad ofrece uno y solicita otro, quizá en la esperanza de que de ese modo queden dos por bailar) no es para nosotros, ni para los amigos. Esta es una canción mucho más íntima de lo que aparenta en una escucha (o lectura) apresurada o mediatizada por unas impactantes imágenes o los versos más ocurrentes. Tampoco es, lo dicho, necesariamente de despedida. Se trata de un enorme y entregado canto de amor a dos. Tal vez, dado el relajado ritmo creativo actual de Sabina (¡siete años sin un álbum de canciones nuevas!), su última canción de amor.

Escrita a pachas con su socio Benjamín Prado, lo más destacable de “Un último vals” es, precisamente, la letra, desoladora y sentida. Tan Sabina en ese jugar a que los versos más livianos o mundanos contribuyan a enmascarar los más sentidos, como si hubiera cierto pudor en exponer sentimientos demasiado personales. Con Prado, como en los últimos tiempos, metiéndose en su piel y ajustándose, en su habitual ejercicio simbiótico, a sus necesidades como si fuera él mismo, sin que se atisbe quién escribe qué.

Lo llamativo es que Joaquín Sabina suma seis composiciones (de ellas tres seguidas y lanzadas como singles; una al servicio de una película y otra de una gira) imbuidas de similar tono biográfico y confesional, situándose en el centro de la canción a su edad madura (no repitamos lo de la vejez), mirando a su propio pasado o al futuro que se agota: “Lo niego todo”, “Lágrimas de mármol”, “Quién más, quién menos”, “Sintiéndolo mucho”, “Contra todo pronóstico” y “Un último vals”. Y, caray, no estaría de más abrir el enfoque, apuntar en otras direcciones, que nos interesa su visión del mundo desde estos años suyos que son nuestros. Y creemos que pueden quedar todavía muchas historias por contar en canción. Pero para eso quizá hiciera falta ese álbum nuevo que no llega.

A “Un último vals” Leiva le engarza, como de costumbre, una bella melodía, pero en los arreglos y la producción vuelve a caer en lo rutinario y reiterativo (ser un buen compositor no te garantiza ser un buen productor), provocando en el escucha la sensación de déjà vu: la de estar ante algo ya oído antes. Como si tuviera una plantilla diseñada para las canciones de Sabina. Pero es que lleva desde Lo niego todo (2017) cincelando el sonido de la música de su admirado maestro y amigo repitiendo la misma fórmula, con escasa imaginación y recurriendo al almíbar sin moderación, en dosis preocupantes para la salud del oyente. Aunque hay que colegir que, reincidente, eso es lo que Sabina quiere. Y esto del azúcar es, desde luego, cuestión de gustos.

Un apunte final, que es una duda: ¿habrán catado Sabina y su compositor/productor de cabecera los discos finales o más recientes de artistas como Johnny Cash, Solomon Burke, Leonard Cohen, Ronnie Spector, Dion, Dylan, Robert Plant/Alison Krauss o Marianne Faithfull? Ahí hay mucho que analizar.

 

—“Un último vals”, junto al resto de las canciones nuevas de la última semana, aparece en nuestra lista habitual de los miércoles:

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