Nuevos bosques, de The New Raemon & McEnroe

Autor:

DISCOS

«Vuelven a unir sus universos musicales en un trabajo tan melancólico como luminoso»

 

The New Raemon & McEnroe
Nuevos bosques
CIELOS ESTRELLADOS, 2024

 

Texto: MARÍA CANET.

 

Ocho años después de su primera colaboración, Ricardo Lezón y Ramón Rodríguez vuelven a unir sus universos musicales en un trabajo tan melancólico como luminoso.

La tristeza puede ser tan frondosa como un bosque. Un laberinto de árboles que atrapa, desorienta, pero por donde, siempre, acaba por colarse la luz. Las canciones que componen Nuevos bosques (Cielos Estrellados, 2024), el segundo trabajo conjunto de The New Raemon y McEnroe, se debaten entre la espesura de la arboleda y la claridad que se cuela por las ramas. Ocho años después de Lluvia y truenos (Subterfuge, 2016), su primera colaboración discográfica, los poemas de Ricardo Lezón y las melodías de Ramón Rodríguez han sido la semilla desde las que ha brotado ese nuevo bosque sonoro, un disco que, en su edición física (vinilo y cedé), cuenta con tres temas extra (“No le pido mucho a la vida hoy”, “En el lento día” y “La próxima gasolinera”).

Los recuerdos se transforman en ramas de árbol que dificultan el paso. “Era amor” abre el disco adentrándose en la melancolía; la madera es la base de una aparente sencillez melódica de arpegios acústicos donde los sutiles arreglos (maracas, teclados) se cuelan como una tenue luz que aún alberga esperanza. Una pradera desértica, el río que se abre paso entre matojos, ese “Camino verde”, una lenta travesía por la incertidumbre, la insignificancia ―«¿qué ves cuando me miras?»― donde la percusión emula una respiración entrecortada, la armonía se mece como un sauce llorón y el rastro de esperanza vuelve a colarse por tímidos toques de xilófono. De entre los recovecos más oscuros parece emerger “La bondad”, con guitarras crujientes, casi fronterizas, que otorgan un aura siniestra que cobra fuerza en el segundo estribillo.

Aunque Lezón y Rodríguez se ha repartido las tareas compositivas y han logrado una fusión artística real ―prueba de ello es “El Saltillo”, un punto de encuentro entre sus dos personalidades musicales donde se ceden el testigo al cantar―, su identidad se manifiesta individualmente en ciertos cortes. Es el caso de la emotiva ternura que destila “Café en Pomona”, una historia de enamoramiento platónico, tímido a base de detalles ―«¿rozar tu mano cada vez que te doy el café»―, con mariposas en el estómago transformadas en slides o “Tinieblas”, donde el compungido cantar de Lezón se levanta, aún frágil pero seguro, como símbolo de superación: «antes vivía muerto/ ahora muero vivo». En “Niño aún”, un cántico oscuro de atmósfera etérea a través de sintetizadores, y “Todos los días son ayer”, de contundente sonoridad y poso épico, se reconoce sobre todo a The New Raemon.

Entre el polvo de la realidad que rasga una acústica ―«si la consecuencia de quererte fue ver todos mis bosques arder»― y lo abstracto de la ilusión que empapa los sintetizadores ―«caminaré sobre el fuego, todo volverá a crecer»―“Banderas rojas” lanza una advertencia: «nunca te acerques demasiado a quién no le cueste olvidar». Un pulso entre esas dos tierras que se bate también en “Triste como un muro”, de final psicodélico y con el cantar acelerado de Ramón Rodríguez que afirma, en plena batalla, «si me ves triste, es porque llegará la alegría».

La “Sombra (Helicon)” del árbol que se alarga, una metáfora de los quistes emocionales que, como la maleza, impiden avanzar. La tristura enraizada en el grueso del disco se rompe al final con la festiva “Viernes noche”, fresco y vital vendaval que experimenta con la electrónica, para terminar con una romántica declaración, “Amor mío”, medio tiempo electroacústico que arde, transformada en esa última bala a punto de ser quemada. La pena, frondosa, convive con la verde luminiscencia de la esperanza en este nuevo bosque de McEnroe y The New Raemon.

Anterior crítica de discos: Décima Víctima, de Décima Víctima.

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